Ronald Millares, la estatua que respira (II)
Última parte de una nota especial sobre el arte y la visión del actor e instructor de teatro, especialista en interpretar Estatuas Vivientes.



Cada actor, o cualquier persona que se dedica al teatro, tiene su propio camino de experiencias a lo largo del cual conoce más de sí y de la humanidad a la que pertenece. Interpretar un personaje puede no ser lo mismo que vivir en carne propia una situación, una perspectiva, o al menos un oficio. Sin embargo, quien hace del arte del teatro su camino de vida, comprende las cosas de una manera que permite atesorar una sabiduría especial.
Para Millares, lo primero que debe hacer un artista es entenderse a sí mismo, “reconocer lo que hacemos y tomar este arte con mucho respeto, trabajo, investigación y entrenamiento. Eso nos permite decirle o mostrarle al público que es un trabajo y no mendicidad”. Esa certeza ha logrado que las groserías del público al que por cualquier motivo no le gusta su trabajo, hoy simplemente pase de largo y se quede callado. “Ya no escucho nada de improperios”.
“Es muy importante saber dónde y cuándo debes realizar tu presentación, saber y entender la predisposición de la gente. Yo lo llamo ‘olfatear’ la calle”
También Ronald ha sabido conformar su propia poética teatral a través de la técnica de la estatua viviente. Por ejemplo, nunca representa “personajes de la tele, ni superhéroes, ni milicos. Parto desde la cotidianeidad, desde nosotros y lo que hacemos. Eso me permite interactuar con el público y entablar, en algunos casos, una charla entre ellos, que no se conocen, porque de alguna manera se identifican con los personajes”, describe Millares.
Otro elemento importante es el conocimiento de la calle, su escenario predilecto. “Es muy importante saber dónde y cuándo debes realizar tu presentación, saber y entender la predisposición de la gente. Yo lo llamo ‘olfatear’ la calle”. Millares afinó su olfato recorriendo la ciudad. “En el caso de Tarija, no es lo mismo estatuar en el Mercado Campesino que en el Mercado Central. Ambos son mercados y va la misma gente, pero la predisposición es distinta”, compara.
Olfatear la calle es una habilidad que se desarrolla con el tiempo, trabajando día y noche, y lograrla permite conocer “los momentos precisos donde la gente está más predispuesta a mirar tu trabajo artístico, y eso es mágico”. También evitará la “terquedad” del artista callejero que cree que por estar en cualquier espacio a la gente le debe gustar lo que hace. Que el público no preste atención no quiere decir que no apoye la cultura.
Para Ronald, “la calle es un espacio donde se vive la democratización de las artes”. Quien quiera mirar, lo hace, y pagará si le gusta lo que ve. La calle es, y seguirá siendo mientras no existan políticas públicas, acuerdos, convenios y una digna Ley de la Cultura, un espacio de disputa, donde es posible que un intendente municipal te diga que te vayas porque estorbas. Pero también es un espacio importante en el que es posible que para la mayoría de la gente viva su primera experiencia con las artes. Así que vale la pena seguir respirando.