Isamar Camacho: “Llegué a Tarija sin nada, pero la gente me abrió los brazos”
Tras año y medio de estadía, Isamar logró consolidar un negocio rentable en su nuevo hogar.
La historia de Isamar Camacho ha pasado por distintas subidas y bajadas los últimos años y por dificultades de las que pudo reponerse con el fruto de su trabajo. Cuando en 2020 llegó a Tarija con su hijo no tenía nada; hoy ha logrado consolidar “Antojos de azúcar”, un negocio de churros que pronto verá nacer su segundo punto de venta.
Oriunda de Miranda, Venezuela Isamar tenía ya planeado abandonar su país debido a la crisis que este atraviesa. El motivo por el que marcó Tarija, Bolivia como su destino se debe a la buena opinión que unos parientes suyos tenían, además de que estos residían en el departamento.
“Me encontré con mucha gente buena en el camino”.
A inicios de 2020 dio el primer paso de un viaje de nueve días para llegar a la “Chura”. El camino no fue sencillo, pues en su paso por Brasil su hijo enfermó de hepatitis e Isamar tuvo que endeudarse para curarlo. Llegó a Tarija un 15 de marzo con toda la ilusión de trabajar y ganar para darle una vida digna a su niño. Lo que no esperaba es que inmediatamente se decrete la cuarentena rígida por la pandemia de covid-19.
Isamar, que trabaja desde los 13 años, se vio en la situación de no poder generar ingresos y tener que depender de aquellos familiares a cuya casa llegó. Luego de tres meses de inactividad por el encierro, trató de convencer a su hermana para crear un emprendimiento en línea, pero como no lo logró, decidió hacerlo sola.
El 17 de julio de ese año publicó por primera vez en Instagram todo lo que sabía hacer: brownies, queques, trufas, churros, suspiros, y más. Su plan era el siguiente: “Sabía que lo que más pidan era lo único que iba a hacer, porque ‘el que mucho abarca, poco aprieta’”.
Cuando se dio cuenta de que los churros eran más solicitados, eliminó todas las otras opciones de su menú. Entonces empezó a prepararlos en casa, pero la principal dificultad era el equipo. Rápidamente logró ventas de 200 churros diarios, mas solo tenía una manga para suspiros. Esta se le rompía seguido y ella sufría dolores por la carga de trabajo sin el equipo adecuado.
Fueron sus vecinos quienes la apoyaron con un préstamo para que pueda adquirir maquinaria básica. Más tarde una señora le vendió a cuotas un carrito para vender en la calle. Así incrementó sus ventas casi al doble y pudo, con el tiempo, contratar a dos personas para trabajar con ella. Hoy Isamar espera la apertura de su segundo carrito; siente que se ha superado y expresa su agradecimiento a Tarija.