Doña “Gringuita”, una vida de pasteles y api
Es una de las vendedoras más antiguas del sector gastronómico del Puente San Martín. Heredó el negocio y el talento culinario de su madre.




Es una de las vendedoras más antiguas del sector gastronómico del Puente San Martín. Heredó el negocio y el talento culinario de su madre.
No todos sus clientes conocen su nombre real, simplemente la llaman “la gringuita”, por su piel rosada y su cabello rubio natural, cuyos matices dorados fueron reemplazados por lo cenizos, debido al inevitable paso del tiempo.
Angélica Encinas de Gonzales nació en Tarija en el año de 1958, tiene dos hijos y una sólida reputación como una de las pasteleras más antiguas del puente San Martín. Sus delicias gastronómicas le otorgaron un lugar en el corazón de sus clientes, que llevan generaciones acudiendo a ella, en busca de pasteles de queso, cebolla y api.
Pura Cepa (PC): ¿Cómo inició en la venta de pasteles?
Angélica Encinas (AE): “Este negocio lo inició mi mamá. Cuando yo tenía 6 años comencé a ayudarle. Son 56 años ya que vendemos pasteles. Durante los primeros solíamos prepararlos con leña, luego con querosén y después pasamos al gas. No vendíamos aquí -dice, refiriéndose al puente- vendíamos mucho más arriba, debajo de un árbol y utilizábamos leña. A veces nos pillaba la lluvia y todo se mojaba. Era mucho más difícil”.
PC: ¿Por qué eligen el puente San Martín como lugar de venta?
AE: “Nosotros éramos bien pobres y había un señor, donde mi hermano trabajaba, que era panadero y recuerdo que, una vez, le dijo a mi madre “doña Anita ¿cómo usted va a estar andando así? Ya la “gringuita” va a estar grande y no va a poder entrar a la escuela. Usted, salga a vender al puente San Martín y va a ver que va a ser un éxito” y lo fue”, dice doña Angélica con convicción.
Durante su infancia, el río Guadalquivir, en cercanías al puente, era un lugar muy concurrido por los pobladores, que acudían a bañarse o a pasar un momento entre amigos y familia. Aquella decisión fortuita de Ana Gareca, su madre, sería la chispa que iniciaría un negocio que perduraría por décadas dentro de su familia.
“Pero, recién hace unos 20 años que han hecho este lugar -dice refiriéndose a la infraestructura que hoy resguarda a las vendedoras- y nos trajeron aquí. Ahora ya somos bastantes, como 32, en un principio, éramos seis o siete”.
PC: ¿Cómo es su rutina normal?
AE: “Para días entre semana, siempre preparo en casa y traigo la masa estirada en redonditos para hacerlos aquí, pero el domingo, sí los traigo rellenados, porque no me abastezco para atender a la gente, y de esa manera, ya puedo despachar más rápido los pedidos. Ahora venimos más temprano, a las 14:30 y nos vamos como máximo a las 21:00”
PC: ¿Cómo le ha afectado la pandemia?
AE: “Nos ha afectado bastante, como a todos, no hemos venido a vender en seis meses y cuando hemos vuelto aquí, para entrar hemos tenido que hacer la prueba de Covid-19. Me siento contenta porque, por lo menos, ya podemos vender y tenemos algo. En la cuarentena, se nos acabó lo que hemos podido ahorrar y tengo a mi esposo que está enfermo. Ahora, se vende bien, tengo gente que me conoce y estoy muy agradecida de que vengan a hacerme gasto”.
“El negocio lo comenzó mi mamá, Ana Gareca. Son 56 años ya que vendemos pasteles”, dice doña “Gringuita”.