Vida en familia
El mal del siglo XXI: Padres estresados, hijos afectados
La tensión emocional de los progenitores transmite a los menores la sensación de un entorno inseguro y amenazante, pudiendo afectar a su desarrollo cognitivo, su autoestima o sus habilidades sociales. Por otro lado, un estilo parenteral ejecutivo, fruto a menudo de un excesivo control y muchos miedo
El estrés deteriora la salud física y mental. Así lo determina la evidencia científica con estudios como Asociación del estrés con la función cognitiva entre adultos mayores negros y blancos de EE UU, realizado por el Departamento de Medicina Familiar y Preventiva de la Facultad de Medicina de la Universidad Emory de Atlanta (2023), en el que se afirma que sufrirlo puede suponer a largo plazo un riesgo para la salud. Según sus conclusiones, puede provocar deterioro cognitivo o alzhéimer, así como enfermedades cardiovasculares y un rendimiento bajo del sistema inmunológico. Otra investigación de 2021, titulada ¿Cómo afecta el estrés crónico al cuerpo? y publicada en la revista médica Houston Methodist Leading Medicine, menciona las diversas maneras en las que la tensión emocional crónica puede afectar al cuerpo: problemas de piel como acné o digestivos, psoriasis o eczema, dolor muscular o disfunción sexual.
Pero ¿qué es el estrés? Es un concepto más complejo de lo que pueda parecer, ya que en cada persona es distinto y está provocado por diversas situaciones. “Se trata de una sensación de tensión física y emocional que se produce cuando se percibe que no se es capaz de controlar las demandas diarias. De forma que se tiene la impresión de que los esfuerzos son muy grandes y los resultados resultan ineficaces o mínimos”, lo explica Darío Fernández, médico de familia, puericultor y psicólogo clínico. Sin embargo, Fernández matiza que hay un tipo de estrés que resulta positivo y depende de su intensidad: “En pequeñas cantidades incrementa la capacidad de estar más activo, fomenta la creatividad y favorece la aptitud de búsqueda de soluciones ante los problemas”.
Otro tipo de estrés es el tóxico, el cual resulta dañino para la salud. “Ocurre cuando se presentan situaciones problemáticas o traumáticas que no se solucionan y se mantienen en el tiempo. Repercute en todos los ámbitos de la vida, como en el sueño, la alimentación o el rendimiento laboral y, por lo tanto, también en cómo te relacionas con tus hijos”, explica la psiquiatra Paula Arnero, coordinadora del Comité de Salud Mental de la Asociación Española de Pediatría (AEP).
El estrés es la punta del iceberg que oculta una serie de consecuencias para quien lo sufre y que se manifiesta de diferentes maneras. “Dificultad para concentrarse y memorizar; palpitaciones, sensación de que falta el aire, opresión en el pecho, náuseas, vómitos, diarrea, pérdida de apetito, contracturas musculares, cefaleas o insomnio”, describe Fernández. Este experto advierte del riesgo de la adquisición de hábitos poco saludables asociados a esta tensión excesiva: “Incremento de consumo de tabaco, café o alcohol, como forma de buscar compensaciones inadecuadas para combatir la fatiga o anestesiar síntomas”.
¿El estrés de los progenitores afecta a sus hijos? “Así es, y de una manera decisiva, aunque los padres no se den cuenta por qué no relacionan ciertas conductas desajustadas de sus hijos con el estrés, como la baja autoestima. Los hijos son permeables al estrés paterno, por ello tan importante como darles amor es procurarles un ambiente de calma”, continúa Fernández, que menciona la influencia del estrés en los hijos ya incluso en el vientre materno. Así lo confirma el estudio de 2021 Estrés durante el embarazo y desarrollo de enfermedades en la descendencia: una revisión sistemática y un metaanálisis, una investigación sobre la relación entre el estrés durante el embarazo y el desarrollo de enfermedades en los niños llevada a cabo en la Universidad Estatal de California Domínguez Hill. En ella, se asocia el estrés materno durante la gestación con un factor de riesgo para que los niños tengan ansiedad, hiperactividad y comportamientos agresivos.
Los padres estresados transmiten la sensación de un entorno inseguro y amenazante a sus hijos. “Impiden que se sientan a salvo para poder explorar su entorno y aprender. También les afecta en su desarrollo cognitivo y del lenguaje, que puede retrasarse”, continúa Fernández. Este médico de familia destaca otros aspectos que influyen en los pequeños, como que la falta de control de los padres de sus propias emociones imposibilita el establecimiento de unas normas congruentes y unos límites razonables en la educación, por lo que los menores crecerán sin capacidad de aceptar frustraciones, con la autoestima baja, escasas habilidades sociales y con más posibilidades de sufrir bullying.
¿Qué hacer con el estrés?
La crianza es una tarea que puede resultar estresante. “Para evitar que así sea, es importante saber que hay que cuidar al cuidador, porque de otra manera los padres estresados van a estar desbordados, por ejemplo, con los cambios de humor que puedan tener los adolescentes o con las rabietas de los niños pequeños”, retoma la psiquiatra Paula Arnero. “Los niños perciben si los adultos que les cuidan no están bien por cualquier motivo, como debido a problemas laborales o de pareja, por eso es importante tener serenidad para poder criar con calma y tranquilidad”, añade.
Cuando unos progenitores detectan que están estresados es el momento de tomar cartas en el asunto. El médico de familia Darío Fernández apuesta por seguir entonces estas pautas:
Cuidar el cuerpo con una dieta mediterránea equilibrada y variada, que incluya alimentos frescos y naturales que contengan minerales (calcio, hierro, zinc o magnesio) y vitaminas (A, B, C y D).
Descansar bien y dar prioridad a dormir las horas suficientes; poner límites a las demandas, priorizando las tareas para seleccionar lo urgente de lo que se puede demorar.
Limitar los horarios laborales y seleccionar también en este campo lo que es urgente de lo que puede esperar.
Realizar actividad física frecuente para huir del sedentarismo y ayudar a restar estrés.
Practicar aficiones de forma diaria y sacar tiempo para disfrutar del ocio. Evitar que el trabajo y las obligaciones invadan todo el tiempo disponible.
Detectar estados de ansiedad e inquietud, como cuando se tienen contracturas o palpitaciones, y hacer ejercicios de relajación, como a través de la respiración abdominal para evitarlo.
“Acabo antes haciéndolo yo”, una mala idea en la crianza
Una mayoría de nosotros vivimos con una crónica falta de tiempo. La ocupación de todas las horas del día deja poco margen a los espacios que requieren de pausa. Una estructura estresante que, en muchas ocasiones, se traslada a los horarios de los más pequeños pero que, sobre todo, limita el tiempo que la crianza necesita.
Algunos padres acaban haciendo cosas que sus hijos pueden hacer solos a fin de ganar tiempo –o, como mínimo, no “perderlo” más–. Y aquello que corresponde hacer a los hijos, desde ponerse un zapato hasta gestionar un conflicto, lo solucionan y hacen los adultos previendo que lo más probable es que los niños lo hagan mal.
En ocasiones se habla de la sobreprotección a los niños, de evitarles las dificultades y ahorrarles pasar por momentos de frustración. Sabemos que este estilo parenteral, fruto a menudo de un excesivo control y muchos miedos, conduce al crecimiento de niños y jóvenes inseguros y con poca autoestima.
Pero conviene reflexionar también si la inseguridad o la poca autoestima pueden ser fruto de la inmadurez y la dificultad para lograr ser autónomos. Si no son en realidad el resultado de una educación en la que no hemos dado tiempo y oportunidades para aprender. Aunque sea cometiendo errores, claro.
El ritmo de vida acelerado, el estrés, la sobrecarga de responsabilidades, el exceso de actividades y otros aspectos vinculados a la falta de tiempo comprometen la crianza. Pero evitar que los hijos se equivoquen y hagan las cosas mal no trae ningún beneficio: solo frena sus procesos de aprendizaje y su desarrollo.
Las consecuencias de no dedicar tiempo suficiente al crecimiento y desarrollo de la infancia son varias. La más evidente es la inmadurez que acompaña a muchos alumnos cuando inician la escolarización. No favorecer la autonomía es frenar su desarrollo.
En diferentes estudios se ha recogido esta inmadurez generacional materializada en diferentes ámbitos del desarrollo (lenguaje, social, emocional…). Y aunque las causas pueden ser distintas, una de las más comunes es no dar autonomía a los hijos. ¿Si les hacemos todo, cómo van a aprender a hacerlo ellos?
Por otro lado, se generan inseguridades, ya que los niños no perciben nunca que son capaces de hacer las cosas por sí mismos. Siempre tienen a alguien superando cualquier obstáculo en su lugar, evitando en edades más cercanas a la adolescencia la toma de decisiones propia.
Esta inseguridad e inmadurez que se perpetúan en el tiempo generan mucha dependencia en el presente y futuro de estos niños y niñas, y contribuyen a que construyan un autoconcepto pobre de sí mismos, pudiéndoles hacer más infelices en el futuro.
Podemos intentar tener presente que ayudar no significa hacer nada en lugar de otro. Ayudar es favorecer, acompañar, dar recursos, ofrecer estrategias… pero no que un adulto haga algo que un niño o joven puede hacer por sí mismo o con apoyo.
Pautas para ayudar a crecer sin estrés
No solo puntualidad
Pactar con los maestros y maestras objetivos vinculados a la autonomía, por ejemplo, enseñándoles a vestirse solos utilizando al principio ropa con elásticos y calzado con velcros, y dar estrategias para ponerse la chaqueta. Ajustarnos a la edad del niño o adolescente y dejar que prepare sus mochilas, la ropa que se pondrá el día siguiente, el postre que va a toma… No sólo es importante llegar puntuales al colegio, si no todo el proceso previo.
Tareas, en su medida
Acompañarlos en las tareas escolares, pero no hacerlas en su lugar. Dejar a los pequeños que acaben las palabras y las frases. Dar tiempo a que puedan pensar las palabras, dar tiempo a la construcción de frases Poder tolerar los silencios que implican que los niños piensen qué decir y cómo hablar. Darles un lugar para hacerlas, revisar las agendas, darles y compartir tiempo para que puedan hacer las tareas de forma autónoma.
Equivocarse y responder
Permitir que se equivoquen. Sólo cuando nos equivocamos aprendemos. Para ello hay que dar valor no sólo al resultado sino a todo el proceso para llegar a ése resultado. Dar importancia a todos los pasos que se necesitan para conseguir algo. Contestar las preguntas que hacen los niños; y también a las que hacen los jóvenes. Argumentar las respuestas, no dejarlo para después. La curiosidad es la ventana al aprendizaje, y no contestar las preguntas por falta de tiempo, o contestarlas de forma breve y rápida bloquea esta forma de aprender.