Vida en familia
Embarazo sedentario, así afecta a la salud de la madre ¡y del feto!
Las mujeres que están activas durante la gestación tienen menos riesgo de desarrollar diabetes gestacional o sufrir dolor pélvico, además de mejorar la recuperación postparto. El ejercicio, que tiene que estar adaptado a su rutina
Con los cascos ajustados en sus oídos, ropa deportiva y paso ágil, una mujer embarazada anda por el madrileño parque de El Retiro. Su barriga se dibuja debajo de la camiseta. Esta es una escena de cualquier domingo. Y es que hacer ejercicio durante la gestación resulta muy beneficioso para la mujer, pero no solo para su salud, sino también para la del feto. Conocedora de ello, en 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recogió por primera vez un apartado dedicado al bienestar de las gestantes en el informe Directrices sobre Actividad Física y Hábitos sedentarios. El documento de la OMS recomienda la actividad física tanto en el embarazo como en el postparto para evitar el riesgo de que la gestante sufra preeclampsia, aumente excesivamente de peso durante el embarazo o tenga complicaciones en el parto y depresión tras dar a luz. Asimismo, la guía apunta que mantenerse activa a través del ejercicio diario también reduce las complicaciones neonatales evitando, entre otros, efectos nocivos en el peso del niño al nacer o el riesgo de muerte fetal.
Para profundizar sobre el impacto que tiene la vida sedentaria durante el embarazo y sus consecuencias en la salud de la gestante y del bebé, un equipo de la Universitat de València y del Consorcio de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP), con María M. Morales Suárez-Varela como investigadora principal, ha llevado a cabo un estudio observacional transversal de dos fases en el Hospital Universitario y Politécnico de La Fe. En la investigación han participado 228 mujeres embarazadas, dentro del proyecto EVISAREN centrado en el estudio del estilo de vida y salud durante el embarazo y sus efectos sobre el recién nacido. El análisis ha identificado una prevalencia de sedentarismo del 31,1%, pues 71 de las gestantes no cumplieron criterios de actividad física. Dentro de las 157 mujeres restantes, 119 (52,2%) cumplieron criterios de actividad física leve, 23 (10,1%) realizaron actividad física moderada y solamente 15 mujeres (6,6%) llevaron a cabo actividad física intensa.
La inactividad física durante el embarazo se asocia con un mayor riesgo de desarrollar, según explica Morales, diabetes e hipertensión gestacional, diabetes mellitus tipo 2, dolor lumbar y pélvico, mayor tiempo de parto, mayor probabilidad de cesárea y otras enfermedades cardiovasculares. Asimismo, la falta de ejercicio “ralentiza la recuperación de la mujer en el postparto y dificulta recuperar el peso previo con un incremento de riesgo de sobrepeso y obesidad”, agrega Cristina Franco Antonio, matrona y secretaria de la Federación de Asociación de Matronas de España (FAME).
Para evitar esos efectos indeseados, los expertos aconsejan mantenerse activa pero no solo durante el periodo gestacional sino también antes del embarazo. En las mujeres que no han hecho ninguna actividad física antes de quedarse embarazadas es esencial incluirla a lo largo de los nueve meses “manteniendo una actividad física moderada de 150 minutos semanales, repartidos en, al menos, tres días a la semana”, incide la matrona. Además, sería interesante permanecer activa cada día también tras el nacimiento del bebé. “Las primeras semanas será menor hasta la recuperación del parto”, prosigue, “pero poco a poco la mujer debe incorporar de nuevo ese nivel de actividad”.
En relación con el feto, que la madre incorpore el ejercicio durante su embarazo favorece el desarrollo neurológico y reduce el riesgo de obesidad al nacimiento y en la infancia, según explica Morales. En ocasiones, dependiendo del estado en el que se encuentra la embarazada y el feto, hay que adaptar el tipo de ejercicio. “Hay que hacerlo siempre tras una valoración adecuada y con el asesoramiento por parte de personal especializado”, indica Tatiana Figueras Falcón, médico especialista en Obstetricia y Ginecología y miembro de la junta directiva de la sección de Medicina Perinatal de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO).
El ejercicio moderado regular ofrece múltiples beneficios. “De forma general, mejora del gasto cardíaco, la fuerza muscular, la flexibilidad, contribuye a evitar la ganancia de peso excesiva, etcétera”, asegura Figueras. También tiene beneficios específicos para las embarazadas: “Previene problemas osteomusculares como las lumbalgias, puede llegar a reducir la incontinencia urinaria a corto plazo, disminuye la probabilidad de fetos macrosómicos [un recién nacido que es mucho más grande que el promedio], aumenta la tasa de parto vaginal, disminuye el riesgo de complicaciones como la rotura prematura de membranas, los desgarros importantes en el canal del parto, entre otros”, detalla.
Tanto el médico como la enfermera y la matrona de Atención Primaria tienen un papel fundamental en la adquisición de estilos de vida saludables. En el caso de los profesionales de la Atención Primaria, Morales afirma que pueden asesorar en la atención clínica de rutina: “Por ejemplo, brindando a los pacientes información sobre un estilo de vida saludable durante sus visitas; colaborar con otros profesionales de la salud para brindar atención integral a los pacientes; y usar tecnología, como la telemedicina y las aplicaciones de salud móviles, para ofrecer intervenciones a los pacientes”. En las mujeres embarazadas, en concreto, hay que promover el ejercicio físico moderado y regular, siempre tras valorar de forma individual el estado materno-fetal. “El adecuado control del estado de salud preconcepcional y durante la gestación contribuye a establecer distintos planes de actuación centrados en la alimentación saludable, el control del peso y la actividad física regular a realizar por la futura madre; no solo a nivel individual, también a nivel de unidades familiares y de la comunidad en general”, añade Morales.
En cuanto al peso que una embarazada puede incrementar durante la gestación depende del índice de masa corporal pregestacional, es decir, del que se parte al inicio. Por eso, es tan importante pesar y medir a la gestante en la primera visita. “Si el índice de masa corporal es normal, es decir, entre 20 y 24,9, lo recomendable es engordar entre 9 y 14 kilos. Si el índice de masa corporal indica sobrepeso, entre 25 y 29,9, lo recomendable es engordar entre seis y ocho kilos. Si es una paciente obesa con un IMC mayor de 30, al inicio del embarazo, no debe superar los seis kilos de peso”, explica María de la Calle, jefa de sección de Obstetricia del Hospital Universitario La Paz, en Madrid. El tipo de ejercicios y la actividad física se adaptará a las condiciones de la gestante y a su estado físico inicial o previo al embarazo, recomendándose que el seguimiento y el entrenamiento sea realizado por profesionales especializados. “En cualquier caso, la intensidad y la frecuencia se incrementará de forma progresiva, con la intención de mejorar tanto a nivel cardiorrespiratorio como a nivel de fuerza muscular, mediante ejercicio aeróbico y de resistencia”, retoma Morales.
Se recomienda que el ejercicio se adapte con facilidad a la vida rutinaria de la embarazada con caminatas, natación, paseos en bicicleta o yoga adaptado a la gestante. Según explica Figueras, también se aconsejan aquellos ejercicios que incrementen la flexibilidad y la fuerza muscular y se deben evitar ejercicios que aumenten el riesgo de caídas, de traumatismos abdominales o aquellos que, de forma individual, se puedan llegar a contraindicar en función del estado materno y/o fetal.
Matrescencia’ o cómo el cerebro de las madres cambia
Sabemos que la maternidad supone una metamorfosis enorme y no solo a nivel personal, familiar o social. Durante el embarazo, el cuerpo se adapta a distintos cambios físicos a nivel cardiovascular, respiratorio, metabólico, renal o muscular, pero también se produce una modificación enorme en el cerebro. Así lo demuestran las distintas investigaciones realizadas en los últimos años que han analizado cómo el cerebro de las madres se prepara para maternar al bebé. Cambios profundos propiciados por las hormonas, que desencadenan un aumento de la neuroplasticidad. Se trata de un proceso similar al que se produce durante la adolescencia y que recibe el nombre de matrescencia, término acuñado por la antropóloga Dana Raphael en los años setenta y que ha ido ganando peso en los últimos años.
“Al igual que la adolescencia describe la transición de un niño a la edad adulta, la matrescencia describe la transición de una mujer a la maternidad. Adolescencia y matrescencia son periodos coordinados por hormonas esteroideas, y épocas de neuroplasticidad y de vulnerabilidad mental. Además, ambas son épocas de cambio y adaptación, aunque hay una amplia variabilidad en lo que cada persona experimenta individualmente”, explica Magdalena Martínez García, neurocientífica que trabaja con los grupos de neuroimagen de Neuromaternal (Madrid) y BeMother (Barcelona), pioneros en realizar estudios longitudinales del cerebro de madres en diferentes periodos, desde antes del embarazo y pasando por la gestación hasta el posparto.
En un estudio de 2019 en el que participó Martínez demostraron que las similitudes entre adolescencia y matrescencia también tienen una base neurobiológica. “Comparamos los cambios cerebrales de un grupo de madres primerizas y los de un grupo de chicas adolescentes. Sorprendentemente, ambos grupos mostraron un perfil de cambio prácticamente idéntico, lo que sugiere que adolescencia y matrescencia conllevan procesos de neuroplasticidad parecidos, y que las hormonas esteroideas son importantes mediadoras de estos cambios”, señala.
Según Susanna Carmona Cabañete, psicóloga clínica, doctora en Neurociencia y directora del grupo de investigación Neuromaternal del Instituto de Investigación Sanitaria Gregorio Marañón, durante el primer embarazo, el cerebro de la mujer se modifica de forma drástica. “Los cambios cerebrales que caracterizan este periodo vital son tan marcados que actualmente la comunidad científica considera el embarazo la etapa de mayor plasticidad cerebral de la vida adulta”, asegura. Se trata, según la experta, de una ventana temporal en la que el cerebro es más maleable y adaptable a la experiencia. Detrás de esta maleabilidad enaltecida están las fluctuaciones hormonales y la interacción con el bebé: “Las primeras preparan al cerebro para que se torne más plástico; la segunda ejercerá presiones para moldearlo y adaptarlo a las demandas de la nueva etapa”.
Carmona utiliza el símil de la alfarería, invitándonos a imaginar el cerebro en el momento del nacimiento como una plasta de arcilla recién sacada de su envoltorio, húmeda y muy vulnerable a los eventos externos, a las presiones y extensiones que ejerzamos en ella. “Con el tiempo esa arcilla va perdiendo humedad y con ello maleabilidad, capacidad de adaptarse. El cerebro se fija, la estructura principal de la escultura ya está formada y solo pueden realizarse retoques sutiles. Hasta hace no mucho tiempo se creía que tras la adolescencia esa arcilla se horneaba y permanecía fija, sujeta únicamente al desgaste derivado del paso del tiempo. Actualmente, sabemos que ese horneado no ocurre y que la experiencia va a seguir produciendo pequeños cambios en la anatomía y función cerebral hasta el momento de la muerte”, detalla.
Con el embarazo, el cerebro materno vuelve a tornarse modelable, favoreciendo la adaptación a los enormes requerimientos que depara la llegada de un bebé. Unos requerimientos que chocan en muchas ocasiones con cómo viven muchas mujeres momentos como el embarazo, el parto y, por supuesto, el posparto. “El cerebro se adapta constantemente tanto a nuestro estado interno como a nuestro entorno. Y muchas veces lo que te pide el cuerpo choca con tu situación socioeconómica, incluyendo tu situación familiar y tus condiciones laborales. Actualmente, vivimos la maternidad con una constante ambivalencia entre el privilegio y la precariedad”, sostiene Magdalena Martínez.
Según la neurocientífica, en sus estudios han hallado que el cerebro de las madres sigue cambiando a lo largo del posparto, por lo tanto, sigue siendo vulnerable durante esta época. Y también varios años después. Un estudio liderado por la investigadora, y publicado en Brain Sciences en 2021 encontró que el cerebro de una madre difiere del de una mujer sin hijos hasta los seis años de posparto. Y otros estudios con mujeres en la edad adulta (décadas después de ser madres) sugieren que el embarazo deja una huella permanente en el cerebro de las mujeres.
Objetivo: Cuidar mejor a las madres
Proteger el periodo de embarazo para evitar estrés y mejorar el descanso es esencial. Magdalena Martínez piensa que tradicionalmente la sociedad ha puesto el foco en el impacto negativo del embarazo y la maternidad en la capacidad cognitiva de las madres: “Hasta el punto de normalizar el término mommy brain o momnesia para referirse a mujeres embarazadas”. Además, cree que este tipo de investigaciones recuerdan la tremenda adaptación cerebral que supone el embarazo y el posparto, relativizando las pérdidas de memoria o concentración que puedan experimentar las mujeres.
“Estos trabajos han puesto el foco en las madres, grandes olvidadas, que a menudo suelen pasar a un segundo plano respecto al bebé. Tenemos que entender que una buena red de apoyo y cuidado formada por familiares, amigos y personal sanitario es fundamental para el bienestar tanto de las madres como de sus bebés”, añade. Si, además, prosigue Martínez, se comprende cómo se adaptan las madres de forma no patológica a estos cambios, “entenderemos cómo podemos sostener a las que sufren trastornos de salud mental como la depresión posparto, por ejemplo, que afecta a un 20% de las madres”.