La vida post-pandemia
El arte, la víctima colateral del Covid que aún agoniza
El arte supone el 3,1% del PIB mundial y más del 6 por ciento del empleo. En Tarija se calcula que esos porcentajes crecen, sin embargo, el frenazo de la pandemia ha convertido a muchos profesionales exitosos en precarios y obligado a la reconversión
Parece natural pensar que, en medio de una emergencia de salud sin precedentes, todos los recursos económicos tengan que redirigirse para atender la crisis y salvar vidas. El problema es normalizar la idea de que la cultura es un gasto prescindible y que su desaparición es solo un pequeño daño colateral que tenemos que aprender a sobrellevar con resignación. El trasfondo de los recortes es mucho más complejo y está modelado por una limitada visión de la sociedad que, sin duda, va a tener graves consecuencias en las vías de construcción de ciudadanía en el corto y mediano plazo.
“En 2020, los ingresos obtenidos por los creadores disminuyeron en más de 10 %, lo que equivale a más de 1.143 millones de dólares. La situación de muchos artistas ha pasado de ser precaria a insostenible” Audrey Azoulay, directora general de la Unesco.
El avance acelerado de la Covid-19, en las olas de 2021 y en este inicio de 2022 con ómicron, no solo significó la imposición de cuarentenas nacionales, la cancelación de vuelos y un estricto control de fronteras, sino también el cierre indefinido de museos, centros culturales e instituciones artísticas. La consecuencia inmediata fue que muchos trabajadores culturales, artistas y educadores vieron afectada su única fuente de ingreso en un escenario donde el arte era ya una profesión precarizada. En América Latina, muchos trabajadores culturales no cuentan con derechos sociales ni hay una legislación adecuada que los ampare. Y, así como era evidente que la pandemia afectaría gravemente el ámbito cultural, también lo era que los gobiernos no iban a considerar a este sector prioritario en los programas de apoyo que implementaron. Dicho y hecho.
Al cierre intempestivo de museos le siguió un proceso gradual de reajuste de presupuestos impulsado por alarmas que advertían la llegada de la mayor recesión económica en el último siglo. En mayo, los cálculos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) presagiaban un saldo de 11.5 millones de nuevos desempleados y casi 30 millones más de pobres como resultado del declive abrupto en la actividad económica. En este escenario, surgen varias preguntas sobre las serias dificultades que van a atravesar los trabajadores culturales para sobrevivir: ¿Cuál es el futuro del arte contemporáneo luego de la pandemia? y ¿cómo está siendo transformado en estos pocos meses?
La cultura es un derecho
Con mascarillas y carteles hechos a mano, miles de personas han manifestado su molestia ante los recortes de presupuestos y la cancelación de programas artísticos y educativos en diversos lugares de América Latina. En Quito, el 15 de septiembre, cientos de estudiantes y docentes se concentraron en las inmediaciones de la Universidad Central del Ecuador para reclamar por un recorte que pone en peligro a más de 300 mil estudiantes en todo el país. En México, miles de personas cercaron el Senado a mitad de octubre para evitar la extinción de 109 fideicomisos asociados a temas vitales como derechos humanos o proyectos científicos y culturales. El 23 de octubre, en Costa Rica, artistas visuales organizaron un elocuente velorio frente al Ministerio de Cultura y Juventud ante una moción legislativa de rebaja presupuestal que obligaría al cierre técnico de museos y centros culturales, así como a la cancelación de programas de becas y capacitaciones.
“La cultura no es un gasto, es una inversión”, se ha escuchado decir con altavoces en distintas plazas del continente. “En tiempos de crisis, la cultura es indispensable” se ha repetido también, replicando lo que la Unesco y otras organizaciones internacionales señalaron en abril frente a la inminencia de los efectos catastróficos que la pandemia iba a tener para el arte y la cultura a nivel mundial. Los argumentos que legisladores y autoridades han repetido para justificar estos recortes revelan una incapacidad de comprender que la cultura y la educación son los principales guardianes de los valores democráticos en una sociedad. No existe democracia ni justicia social sin cultura. Quien piense lo contrario está equivocado. Son las representaciones artísticas y culturales —el cine, el teatro, las artes visuales, la música, las fiestas populares, la poesía, entre otras— las que, con su sola existencia, afirman que todas y todos tenemos derecho a expresarnos y participar en el modelado del tejido común. Es la cultura lo que permite construir identidades empáticas y solidarias.
El filósofo Max Hinderer Cruz, exdirector del Museo Nacional de Arte (MNA) de Bolivia, lo dice con claridad: la cultura “tiene el poder de crear y garantizar la igualdad. Y lo hace de manera complementaria a un Ministerio de Justicia, donde todos somos iguales ante la ley. La cultura es esencialmente diferente, porque tiene la cualidad de crear igualdad a través de la diferencia”.
El plan era cooperar
Ante la parálisis forzada del circuito artístico, muchas organizaciones pequeñas, colectivos de artistas y trabajadores culturales pusieron en marcha algunas de las respuestas más creativas e importantes frente a la crisis. Numerosas campañas de apoyo y venta solidaria han permitido generar recursos económicos para instituciones de salud y comunidades gravemente afectadas por la pandemia, pero también en 2022 empiezan a sentir el cansancio pandémico.
La iniciativa “Fotos por México” puso en venta imágenes de más de 180 fotógrafos para recaudar fondos destinados al Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán. Los proyectos “300 Desenhos”, en Brasil, y “Dibujos por la Amazonía”, en Perú, lograron recaudar más de 60 mil dólares cada uno, que se destinaron a organizaciones indígenas, así como a grupos de lucha por el acceso a vivienda, salud y alimentación en sectores sociales empobrecidos.
Otras campañas como “Atendido por sus propietarios” (APP), una bolsa solidaria y rotativa para artistas independientes en Colombia o el grupo Artistas Visuales Autoconvocades Argentina (AVAA) colocó sobre la mesa la urgencia de revisar las situaciones contractuales y los derechos laborales de los artistas. Este llamado de atención pone el dedo en la llaga: muchas formas de inequidad y explotación en el mundo del arte están enmascaradas tras un paradigma “heroico” de independencia y autonomía.
La cancelación de eventos de gran escala como bienales y ferias, o en Tarija el Abril, la Fexpo e incluso Santa Anita, por otra parte, implicó un viraje acelerado hacia las plataformas digitales, lo que provocó que las galerías comerciales hicieran algo que, en condiciones normales, hubiera sido impensable: transparentar los valores de venta de la obra de sus artistas. En un mercado que se sostiene bajo principios de exclusividad y secreto —lo que habilita inevitablemente formas de explotación o especulación—, la pandemia demandó revelar los precios para llegar a nuevos compradores. Esta apertura inesperada podría estimular una conversación sobre los sistemas que organizan el mercado y los distintos circuitos económicos, así como incentivar la revisión de los precios, algo que varias galerías han hecho a fin de ampliar la oferta en un contexto de recesión económica.
Estas iniciativas y debates suscitan preguntas importantes sobre cómo se define el valor del arte y la cultura. Y hacen evidente que la cultura es un generador de trabajo y contribuye en los procesos de activación económica. De un modo u otro, la pandemia ofrece una oportunidad para repensar la economía del arte más allá de sus estructuras normalizadas, crear nuevos modelos y plataformas, y reflexionar sobre qué otras formas de valor —más allá del capital económico— producen los trabajadores culturales.
Tarija, la sangría constante del arte
A nivel mundial, la ONU estima que la cultura es responsable del 3,1% del PIB y del 6% del empleo; las estimaciones en Tarija son mayores en tanto se alía con el turismo y con el ocio de una forma indisoluble. El atractivo turístico en precisamente cultural.
Sin embargo, los artistas tarijeños, un colectivo numeroso, pero no tan unido, ha sufrido especialmente los rigores de la pandemia con la cancelación ya de dos Abriles en Tarija, el Festival de Festivales entre los más importante del país; dos Encuentros del Arte y el Vino en el marco de la Vendimia; carnavales, FexpoTarija y otros eventos menores que también permitían el movimiento de artistas de todas las disciplinas.
Uno de los proyectos encarrilados que ha quedado en stand by es precisamente es el de “Tarija, ciudad de cine”, a pesar de contar con el compromiso institucional de todos los niveles de gobierno y el compromiso del exitoso mundo del cine tarijeño, más emergente que nunca, de contribuir al mismo.
Con el fin de la cuarta ola, los artistas esperan poder retomar no solo la normalidad, sino abordar proyectos de fondo que contribuyan al crecimiento del sector.
Unesco urge a mejorar la remuneración de los artistas
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), ha considerado “urgente” diseñar sistemas de remuneración más justos para los artistas por los contenidos consumidos en las plataformas en línea.
La pandemia covid-19 “ha provocado una crisis sin precedentes en el sector cultural. En todo el mundo los museos, cines, teatros y salas de conciertos, que son lugares de creación y de intercambio, han cerrado sus puertas”, lamentó Audrey Azoulay, directora general de la Unesco.
“En 2020, los ingresos obtenidos por los creadores disminuyeron en más de 10 %, lo que equivale a más de 1000 millones de euros (1143 millones de dólares). La situación de muchos artistas ha pasado de ser precaria a insostenible, poniendo en peligro la diversidad de la creación”, agregó.
En su nuevo informe, “Repensar las Políticas para la Creatividad”, la Unesco reconoce que los actuales ingresos digitales no compensan la caída provocada por la falta de eventos en vivo, y se plantea diseñar sistemas de remuneración más justos.
El estudio calcula que solo en 2020 se perdieron 10 millones de puestos de trabajo en las industrias creativas a causa de la pandemia.
En los países de los que se dispone datos, los ingresos de las industrias culturales y creativas disminuyeron entre 20 y 40 %.
La cultura y la creatividad constituyen 3,1 % del producto interno bruto (PIB) mundial, y generan 6,2 % del total del empleo.
Con respecto a 2005, el valor de las exportaciones de bienes y servicios culturales se duplicó hasta alcanzar 389 100 millones de dólares en 2019.
Pero campea la desigualdad, porque los países desarrollados lideran el comercio de bienes y servicios culturales, con 95 % del total de las exportaciones del sector
También gasto público mundial en la cultura ya se había reducido en los años anteriores a la pandemia, y la covid “magnificó las ya precarias condiciones de trabajo de muchos artistas y profesionales de la cultura en todo el mundo”, pues sus profesiones son en general inestables y poco reguladas.
Junto con ser uno de los sectores económicos más nuevos y de más rápido crecimiento en el mundo, hay obstáculos, tanto nuevos como persistentes, que hacen que la economía creativa sea también uno de los sectores más vulnerables y suela verse ignorado en las inversiones públicas y privadas.
Solo 13 % de las evaluaciones nacionales voluntarias del progreso hacia la Agenda 2030, adoptada por las Naciones Unidas con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), reconocen la contribución de la cultura a ese desarrollo posible.
Las disparidades entre las naciones desarrolladas y los países en desarrollo son considerables. El gasto público en las áreas de servicios culturales, de radio y televisión, y editoriales, es de 0,75 % del PIB en los países desarrollados y de 0,35 % en las naciones en vías de desarrollo.
Y aunque la cultura y el entretenimiento cuentan con una gran proporción de empleo femenino (48,1 %), la igualdad de género parece lejana también en ese campo.
Azoulay dijo que “hoy debemos dar a la cultura el lugar que le corresponde en los planes de recuperación para superar la crisis. Pero también necesitamos políticas a largo plazo para responder a los retos estructurales que la crisis ha puesto de manifiesto”.
El informe propone replantear la cultura como un bien público global y, al “repensar las políticas”, plantea a los gobiernos que garanticen la protección económica y social de los artistas y profesionales de la cultura.
A modo de ejemplo, el estudio propone la posibilidad de establecer un salario mínimo para los artistas y creadores empleados, y mejores planes de pensiones y subsidios para los trabajadores autónomos en el sector.