Sin besos ni abrazos en pandemia
Lo que pasa con tu cuerpo cuando nadie lo toca
La carencia afectiva ocasionada por la falta de contacto físico produce incertidumbre e inestabilidad emocional que podría degenerar en trastornos de estrés postraumático



La pandemia ha alejado a muchos de los besos, de los abrazos y con ello ha afectado nuestra salud mental. “Tenemos hambre de piel” no es una frase hecha, sino una expresión que se corresponde con un fenómeno neurofisiológico que explica por qué la ausencia de contacto físico durante esta pandemia está afectando a muchas personas.
El País, basado en la opinión de expertos y en un análisis de la revista de salud Consumer Eroski, explica cómo afecta este distanciamiento a nuestro cuerpo.
El tacto es el primer sentido que desarrollamos y son esas caricias de los padres las responsables de nuestro crecimiento físico, emocional y cognitivo; las mismas que más tarde nos hacen estremecer con el roce del amante y también las que reconfortan tras la pérdida de un ser querido. Éstas calman el dolor o ahuyentan el miedo.
No poder abrazar, acariciar, besar o ni siquiera “chocar esos cinco” está creando una inestabilidad emocional y gran incertidumbre entre la población, en especial en las personas que viven solas. Tocar siempre será importante, sobre todo para una sociedad como la nuestra, pero mientras no podamos hacerlo, los psicólogos recomiendan seguir transmitiendo cariño con las palabras.
La tarijeña Beatriz Gutiérrez de 70 años afirma que a menudo se reunía con sus amigas y su hija que vive en Villa Montes la visitaba mensualmente. Sin embargo, señala que al tener ella diabetes su hija ha preferido no venir hasta que bajen los contagios en Tarija, situación que hasta ahora no ha sucedido.
Sumado a ello señala que el no ser visitada ni recibir los abrazos de su hija le ha afectado de sobremanera, pues admite que se deprime a diario y que incluso sus dolores físicos, propios de su edad, han aumentado.
Consecuencias de la falta de contacto físico
Ese abrazo fugaz al despedir a un amigo tras una noche de fiesta, el apretujón a los nietos, un roce de manos a escondidas, el primer beso, los dedos de una madre secando tus lágrimas, el pellizco en la mejilla de la abuela, cerrar un trato dándole la mano a un cliente o calmar el sufrimiento de un compañero con la palmadita en la espalda.
Es el contacto físico, ese toque mágico que nos llena de vida, que tanto nos relaja y también excita, el mismo que hemos dado por sentado toda la vida hasta que nos lo ha arrebatado la pandemia.
Especialmente lo echan de menos las personas que viven solas, ya que esa ausencia de tacto que antes encontraban en la calle, ya fuera saludando a los vecinos o compartiendo momentos de ocio con amigos o compañeros de trabajo, ahora no existe. Y esta pérdida de contacto absoluta ya ha comenzado a tener consecuencias en nuestra salud mental.
De acuerdo a la psicóloga Anahí Roja “el recibir besos, caricias y abrazos es la manera que tenemos los seres humanos de canalizar nuestros sentimientos, afectos, cuidados y seguridad, sobre todo en situaciones de tensión e incertidumbre, y no poder darlos está creando una carencia afectiva importante entre la población”.
“En consulta estamos observando inestabilidad emocional y alteraciones comportamiento en algunas personas, un estrés que se incrementa con aún más con el sufrimiento y la tristeza que padecen esas personas que no tienen la posibilidad de acompañar físicamente a su familiar enfermo o ni siquiera poder despedirse de él en caso de fallecimiento, situaciones que favorecen la aparición con el tiempo de duelos patológicos (vivir en estado constante de duelo) y estrés postraumático”, explica el psicólogo clínico Juan Cruz.
¿Nos pasará factura esta ausencia de piel?
La psicóloga Olga Moraga cuenta que “ya hay múltiples estudios en marcha acerca de las consecuencias que tendrá a largo plazo y que será cuando pasen los años cuando se pueda concluir con mayor precisión de qué manera nos ha afectado”.
Pero tomando como referencia las situaciones de guerra, y salvando mucho las distancias, porque aunque durante esta pandemia se hayan estado utilizando los mismos términos (toque de queda, estado de alarma, etc.) no estamos ante el mismo escenario.
La psicóloga se aventura a comparar situaciones y predecir en un futuro “la aparición de trastornos obsesivos, fóbicos y, sobre todo, trastornos de estrés postraumático entre la población, con síntomas depresivos y ansiosos, sobre todo en aquellas personas que hayan estado hospitalizadas durante mucho tiempo, profesionales que hayan vivido situaciones muy estresantes y angustiosas o familiares que no hayan podido despedirse de sus seres queridos ni estar a su lado en el último adiós”.
Abrazar y el desarrollo del cerebro
Echar de menos los apapachos no es un capricho, es una necesidad física y la ciencia lo confirma. De acuerdo a Consumer Eroski la presión que ejercemos en el cuerpo del otro al abrazar o besar trasciende la muestra de afecto, ya que al hacerlo de inmediato se activan áreas del cerebro donde se libera oxitocina y serotonina.
“Mientras se incrementan los niveles de estas hormonas relacionadas con las emociones positivas, se reducen los de cortisol, la hormona que nuestro cuerpo produce ante situaciones estresantes, disminuyendo al mismo tiempo nuestro ritmo cardiaco y la presión sanguínea. Tocar nos relaja y tranquiliza, y es así desde que nacemos hasta que morimos”.
“Los abrazos, los besos y las caricias están asociados a la protección, pero no solo sirven para cubrir necesidades afectivas, sino también físicas, ya que son fundamentales en el desarrollo del cerebro del recién nacido, aportando la madurez emocional y social”, explica Juan Cruz.
“De ahí que sea tan importante la piel con piel tras el nacimiento. “El contacto es necesario para el desarrollo físico, cognitivo y emocional de todos individuos; ya que aporta seguridad, bienestar, mitiga el estrés, nos valida como ser humano, fortalece nuestra autoestima y refuerza nuestro derecho a ser amados”, explica Olga Moraga.
Abrazos: los necesitamos en momentos de vulnerabilidad
Es cierto que las personas son diferentes, que unos somos más cariñosos que otros y que no todos necesitamos la misma dosis de arrumacos. Depende de la personalidad y las experiencias vividas. Pero hay algo que tenemos en común, y es el hecho de que es precisamente en los momentos de vulnerabilidad cuando sentimos más necesidad de dar y recibir abrazos.
Juan Cruz señala “Cuando los psicólogos intervenimos en situaciones de emergencias, utilizamos el abrazo humano como una de las muestras de afecto que más puede calmar el miedo, la ansiedad, la incertidumbre o la soledad entre las personas afectadas”, detalla.
Tocar con la palabra o compartir emociones
Emociones
Lo que decimos es importante, pero también cómo lo decimos. Para intentar tocar al otro con tus palabras puedes recurrir a esos hilos invisibles que te unen con él. ¿Quizás sea el sentido del humor, el gusto por la misma música o la fe?
Escucha y expresa
¿Cómo? Entonando, marcando ritmo y cadencia al hablar. ¡Cuántas veces nos hemos sentido tocados al leer una novela o una determinada historia! Utiliza ahora tus palabras como si fueran una extensión de tus manos y escucha al otro
Transforma
Pequeños matices en nuestro discurso pueden marcar a diferencia a la hora de hacer que el otro se motive o desmotive. No es lo mimo decir: “no nos queda más remedio que aguantar, ya nos veremos”, que “nos vamos a ver pronto, solo hay que aguantar un poquito más”.