En un baúl de madera descansan las herramientas de don Gastón
Una vitrina y la vida de un carpintero confinado en Tarija
Hace más de 120 días que las máquinas dejaron de rugir para don Gastón Martínez, la viruta ha dejado de amontonarse y sus manos ya no moldean la madera, todo por el confinamiento que generó la pandemia del Covid-19
En un taller improvisado donde el cepillo se une al compás de una cumbia Gastón Martínez trabaja una madera que pronto se convertirá en un mueble digno de sus manos. Es su primera obra después de cuatro meses de pandemia. Con calidez y una sonrisa que lo caracteriza, intenta hablar de los buenos y malos recuerdos que le trajo ese oficio a su vida, una labor que se perfecciona desde los tiempos bíblicos.
Desde el 11 de marzo hasta hoy, Bolivia atraviesa una cuarentena que con el transcurrir de los días cambió de nombres, pero no de efectos. Los casos de Covid-19 aumentan como también el hambre, entretanto el dinero desaparece de las manos para quienes no cuentan con un trabajo fijo. En el caso de la carpintería, ¿Quién busca muebles durante la pandemia?
El niño de madera
Gastón recuerda un día soleado de 1982. Dice que a sus ocho años montó junto a su madre y a sus cinco hermanos la carrocería de un viejo camión, partieron desde las tierras rojas de Camargo al entonces “pueblito” de Tarija.
Una casa de adobe por Morros Blancos se convirtió en su hogar. Pese a su corta edad, a todos los Martínez les tocó estudiar por la mañana y trabajar por la tarde. Sus hermanas de niñeras, su mamá de cocinera y él se convirtió en el “ayuquito” de su hermano mayor.
“Frente a la industria Cascada había una carpintería de un chileno, ahí yo iba a pasar las maderitas y amontonar la viruta a cambio de unos centavos que le entregaban a mi mamá”, cuenta Don Gastón, quien en sus tiempos libres era también cargador de maletas en el aeropuerto Oriel Lea Plaza, donde junto a otros niños soñaba con volar en un Boeing 747.
El martillo y el formón esperaron por él hasta su adolescencia, etapa en la que aprendió cada corte y trazo de la madera observando a su hermano mayor, ya que no podía preguntar. Si lo hacía, su estricto maestro suponía que estaba distraído.
A sus 19 años, recién salido del cuartel, el amor tocó a su puerta, a una de esas tantas que él había armado en la carpintería hasta ese entonces. Pronto se vio casado, con una hija y trabajando como sereno y carpintero por un sueldo semanal de 200 bolivianos. “Uno sufre cuando no puede tener algo propio, porque te pagan lo que quieren y no tienes otra opción”.
Su madera favorita siempre fue el cedro, tanto por su olor como por ser moldeable. Su sueño es “tener un taller propio y hacer muebles para exportar”, comenta mientras se balancea de un lado al otro mirando sus pies como si fuese un niño, pero en realidad ya tiene 46 años.
Gastón en septiembre de la presente gestión hubiera terminado de pagar un crédito de vivienda que sacó hace 10 años. Pese a ello, ve lejana la posibilidad de acceder nuevamente a un préstamo que le permita tener un taller con tinglado y portón rojo, tal y como era el que estaba al frente de la Cascada. Esta vez se llamaría “Taller Don Gato”.
Tener un negocio propio, algo que permita sobrevivir, parece ser una tarea titánica en Tarija. Para el 2019 este departamento atravesaba el quinto año consecutivo de decrecimiento económico o de “cifras rojas” según el presidente de la Cámara de Industria y Comercio (CAINCOTAR), Gerardo Aparicio.
Antes de la pandemia ya trabajaba por cuenta propia, alquilaba un taller y máquinas. Nunca tuvo la oportunidad de enseñarle a su hijo el arte de la madera, pero Chino, Viter y su hermano Julio, sí pudieron aprender de él.
“Les enseñaba con paciencia, dándoles ejemplos, trazándoselos las maderas. Ahora todos ellos son mejor que uno”, dice y se ríe. No es difícil creerle, más cuando orgullo “del bueno” lo invade.
Martín y Eduardo también aparecen en sus recuerdos, el primero su amigo y el segundo su hermano mayor, quien como un padre le heredó el oficio. “Yo los admiraba, todo era bien hechito, hacían calzar los cortes, eran detallistas”, asegura y al mismo tiempo confiesa nunca haberlo dicho.
Una vez llegó a su casa con muchos papeles, le habían ofrecido ser profesor en un instituto técnico, pero no pudo hacerlo porque el trabajo no le permitió terminar sus estudios. Ningún documento le certificaba haber cursado todo el nivel secundario, mucho menos alguna práctica en carpintería.
Pese a ello, sus clientes manifiestan estar conformes con su trabajo, por lo cual siempre recurren a él.
En un baúl de madera, situado al rincón del patio de su casa descansan todas las herramientas que con los años pudo adquirir. Un martillo con el mango gastado, un destornillador estrella color amarillo, un formón negro con detalles naranjas, un metro de bolsillo y el infaltable lápiz verde que algunas veces va en su oreja. Todo ello es parte de su kit para trabajar la madera.
La presidenta de la Asociación de Diseñadores, Artesanos y Textileros de Tarija, María Martínez, afirma que carpinteros y artesanos están siendo duramente golpeados durante la pandemia.
“Se han cerrado muchas puertas, la misma gente ya no busca hacer trabajos, no hay plata para esas cosas”, indica Don Gastón, quien al verse sin empleo empezó a vender huevos en las ferias de la ciudad, acompañado algunas veces por su esposa y, otras, por sus hijos. Un cartel en el portón de su casa es prueba de ello.
Un martes de julio le tocó sacar del baúl todo de nuevo. Una llamada le devolvió la esperanza que había perdido día a día en el confinamiento. Tras 120 días de espera Don Gastón finalmente tenía trabajo. A partir de la fecha él trabaja desde muy temprano hasta las 20.00 ó 21.00 horas comenta su hijo,“está emocionado”, dice con timidez.
Con un buso negro a rayas y sucio por la viruta, al dar un apretón de despedida deja sentir sus manos ásperas, maltratadas y con cicatrices que se ven sin hacer esfuerzo. Sin embargo, ellas no logran opacar su alegría, como si los 1.000 bolivianos, monto que recibirá cuando termine el mueble le alcanzarían para cubrir las necesidades básicas del mes.
“Cuando hay trabajo uno se siente contento, le mete ganas, sabiendo que son pocos los encargos que se hacen. Hoy, casi no hay ayuda para emprender, la gente tiene capacidad, pero no los recursos económicos. Sin embargo, cuando uno quiere, se puede salir adelante”, dice Gastón, quien aparentemente nunca perderá el sueño de tener algo propio.
Él representa a todos los trabajadores por cuenta propia, aquellos que tuvieron que cambiar de rubro y reinventarse una y otra vez. Pese a ello, aunque tengan que vivir años pagando deudas con intereses por los “cielos”, sus ganas y sueños siguen intactos.
La situación de los pequeños empresarios
“Estamos en recesión”
El presidente de la Cámara Departamental de Artesanos, Micro y Pequeños Empresarios de Tarija, Felipe Acosta, señala que el sector se encuentra en recesión a causa del Covid-19. Adquirir muebles de madera requiere de una inversión elevada, por lo cual, Acosta se quedó solo con un trabajador de cinco que operaban en su carpintería.
Cierre de empresas
La presidenta de la Federación Departamental de Micro, Pequeña y Mediana Empresa, Eliana Pacheco, informó que el 40 por ciento de las 800 empresas afiliadas en Tarija tuvieron que cerrar y despedir su personal debido a la crisis económica que provocó la paralización de actividades por la cuarentena decretada.
Candado al crédito
Si bien el Gobierno de Jeanine Áñez promulgó el Decreto Supremo 4216, que establece el “Programa Especial de Apoyo a la Micro, Pequeña y Mediana Empresa”, el sector empresarial evidenció que solo el 10 por ciento de sus afiliados cumple con los requisitos exigidos y podrá acceder a estos beneficios.