El león no se enfrenta a las hienas
No por miedo, sino por dignidad.
Rebajarse a sus carcajadas sería traicionar la esencia de su rugido.
¿Cómo puedes hablar de realeza con quien solo entiende de carroña?
La hiena desconoce el arte de una cacería justa,
ignora el respeto que emana de la fuerza en calma.
Su única victoria está en el número, no en el coraje.
Tú cuidas tu territorio con firmeza y silencio,
ellas atacan en jauría, ruidosas y cobardes.
No te desafían porque tienen poder,
sino porque tu serenidad desnuda su desesperación.
Hay almas así:
devotas del caos, incapaces de soportar tu paz.
Y no se les vence con gritos ni con golpes,
se les derrota con presencia.
Tu calma les duele.
Tu silencio les arde.
Tus límites no se gritan, se respiran.
Sus burlas no son armas,
son confesiones de envidia.
No buscan justicia,
buscan arrastrarte a su miseria para no sentirse tan abajo.
Pero tú no viniste a pelear con hienas.
Viniste a recordarles —sin palabras—
que hay dos tipos de criaturas en la sabana:
Los que se alimentan de las sobras,
Y los que escriben las reglas.
Y tú, herman@… escribes reglas.
Porque la verdadera fuerza no está en reaccionar,
sino en dominarte.
No se trata de probar nada,
sino de mantenerte tan alto
que ni siquiera puedan alcanzarte con el lodo.