El número que quieren que sea

Suena Chopin,

su “Nocturne” número 6 me indica que aún existo,

aquí, en alguna parte del sillón,

el piano retumba en algo,

la sangre va a donde debe,

la respiración hace lo suyo.

Si no fuera por él en este instante

la noticia me hubiese convencido de que la cifra de fallecidos en ese otro atentado

en aquél país parecido a este es eso: un número,

y seguiría yo,

tecleando,

viendo más y más montos,

estimaciones,

apreciaciones,

como sí de arena inerte se tratase,

y ni una lágrima saldría,

porque los números no sangran,

no tienen dolientes,

son signos que ayudan a calcular,

más nada,

y de eso hablan las noticias,

pero ahora,

el “Nocturne” número 8 me retumba más adentro,

reanima al hombre dormido,

y el llanto teclea por mí,

por el padre, la madre, el hijo que se ha ido con su nombre y apellido,

con sus dolientes,

alguien que amaba y reía por allá por esa otra tierra,

y que quizá escuchaba Chopin y se sabía único y viviente también,

y se condolía por quienes se iban y se les mentaba como un algo,

un dígito más para las estadísticas,

para la fosa tecnológica sin afectos en donde quieren meternos.

 

 

He llegado al “Nocturne” número 9,

la melancolía ha menguado en algo,

no soy el mismo de la canción pasada,

y persisto en mi proclama de no ser un número más,

y te digo,

hermano, hermana, que te has ido en la desgracia,

hay una lágrima que te guardo,

un nombre que te tengo,

una endecha,

un poema para verte partir tranquilo,

en mí tienes un doliente que te supo carne y querencia más allá de las estancias virtuales,

un hombre que se resiste a ser el número que quieren que sea.


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