La grulla y el cangrejo

Un buen día, una grulla no sabía cómo podría coger los peces de un lago, tan vieja y achacosa estaba. Resolvió que tendría que engañar a los peces y otras criaturas del lago, empezando por aquella a la que consideraba menos lista: el cangrejo.

—Amigo mío —le dijo la grulla—, traigo malas noticias. Unos hombres planean venir a desaguar el lago y no quedará ni una gota. Moriréis todos irremediablemente, ¡pobres desgraciados!

El cangrejo se lo comunicó al resto de peces y criaturas, que se reunieron para buscar una solución, pero no daban con ella. Era el momento que esperaba la grulla.

—Amigos, tengo una idea. No muy lejos de aquí hay un estanque, más grande que este. Os llevaré a todos, de uno en uno, en mi pico. Entended que necesito comer, así que me comeré a uno o dos de tanto en tanto, pero os salvaré.

Los peces necesitaban una garantía, por lo que decidieron que una vieja carpa acompañara a la grulla a ese lugar prometido, comprobara que existía y volviera. La grulla tomó a la carpa en su pico con sumo cuidado, la llevó al estanque y luego de vuelta. Los peces creyeron que las intenciones de la grulla eran buenas.

Pero no lo eran. Ella había planeado llevar a sus víctimas a otro lugar y comérselas una a una.

Cuando iban a empezar los viajes y un pez estaba a punto de ponerse en el pico de la grulla, el cangrejo dijo:

—Debería ser yo el primero en viajar. Yo fui quien os comunicó la noticia.

La grulla pensó que lo que quería el cangrejo era salvarse el primero y se rio de él por dentro.

—¡Adelante! Ponte en mi pico para ir más cómodo.

—No me atrevo, señora grulla. ¿Y si resbalo y me caigo? Pero tengo unas buenas pinzas que nunca me han fallado. Déjeme que me abrace a su cuello e iré más seguro —tanto da, pensó la malvada grulla, no hay nada que temer porque los cangrejos no son muy listos.

Hicieron como pidió el cangrejo. Cuando llegaron a un árbol, este preguntó:

—¿Dónde está el estanque?

—¿Qué estanque? La verdad es que pienso devoraros a todos.

—Ni más ni menos que lo que ya presumía —añadió el cangrejo.

Y lo dijo mientras clavaba sus pinzas en el cuello de la pérfida grulla, que cayó muerta al suelo.


Más del autor