Su trenza

Bien venga, cuando viniere,

la Muerte: su helada mano

bendeciré si hiere...

He de morir como muere

un caballero cristiano.

 

Humilde, sin murmurar,

¡oh Muerte!, me he de inclinar

cuando tu golpe me venza;

¡pero déjame besar,

mientras expiro, su trenza!

 

¡La trenza que le corté

y que, piadoso guardé

(impregnada todavía

del sudor de su agonía)

la tarde en que se me fue!

 

Su noble trenza de oro:

amuleto ante quien oro,

ídolo de locas preces,

empapado por mi lloro

tantas veces..., tantas veces...

 

Deja que, muriendo, pueda

acariciar esa seda

en que vive aún su olor:

¡Es todo lo que me queda

de aquel infinito amor!

 

Cristo me ha de perdonar

mi locura, al recordar

otra trenza, en nardo llena,

con que se dejó enjugar

los pies por la Magdalena...


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