El desconfiado en el desierto

Dos hombres que necesitan ir de una ciudad a otra, deciden cruzar a pie el desierto que las separa para acortar camino y no tener que dar una enorme vuelta que les llevaría unas dos semanas a pie.

Con varias cantimploras llenas de agua emprenden su andar bajo el sol inclemente. A los dos días se dan cuenta que tienen agua suficiente, pero ninguno trajo comida. Preocupados y cabizbajo, siguen caminando hasta que uno de los dos ve una vieja y dañada carreta llena de enlatados en su interior.

Están eufóricos, pero tras muchos intentos empiezan a desesperarse, ya que no hallan la manera de abrir ninguna de las latas. Cansados y desanimados, deciden que uno de los dos regresará al pueblo a buscar un abrelatas y más agua, mientras que el otro se quedará cuidando el preciado tesoro que acaban de encontrar.

El primero se despide calculando que en tres días estará de vuelta. El que se quedó empieza a contar primero las horas y luego los días: 1, 2, 3... al quinto día, preocupado y casi moribundo decide intentar nuevamente abrir siquiera una de las latas para no morir de hambre. Con las pocas fuerzas que le quedaban levanta una pesada piedra y cuando está a punto de lanzarla sobre una de las latas surge detrás de una gran roca el primer hombre gritando:

- ¡Detente, traidor, detente!

- ¡Llegaste, por fin llegaste! - contestó el otro- ¿Qué te pasó?

- Nunca me fui. Yo sabía que no podía confiar en ti. He estado todo este tiempo vigilándote detrás de esa roca y ahora te he descubierto infraganti, con las manos en la masa.

- ¿No fuiste al pueblo? ¿No buscaste el abrelatas? ¡Claro, tampoco trajiste agua! Ahora, por tu desconfianza los dos estamos destinados a morir en este desierto.


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