Todos los nombres raros
Cosas raras,
estrambóticas,
superlativas,
cosas inocentes,
ocultas nociones del tacto,
y todas las que no lo son.
Cosas futuristas,
analepsis de palabras
versátiles
y peludas;
cosas, así,
como que me des nombres,
raros,
bárbaros,
puede que galos,
de alimañas lepóridas,
de espacios inasibles
en las distancias insalvables;
que te escondas,
pero que vuelvas;
que te acuerdes,
que no se nos acumulen
las distancias; raras.
Esas cosas raras,
como no olvidarse,
a eso me refiero,
de nuestros rincones oscuros,
o rosas,
húmedos,
asterismos de suspiros
y caricias;
ese tipo de cosas,
poco iluminadas,
en la memoria
inveteradas,
revueltas de calor
y de esas sombras, raras,
jugosas;
de repararse
— una y otra vez —
en las manos y la boca,
en cada quasar irredento.
Cosas raras,
como el no atreverse siempre,
pero quererlo
con rabia de ciervo;
siempre,
hasta en el singular
remolino
de horizonte
embarullado en la rutina
y la responsabilidad;
raros, casi locos,
como no dejar que se nos coman.
Tus cosas raras.
Mis cosas raras,
como no hacer caso
ni a realidades
ni destinos,
ni a los realistas
ni a los positivos,
ni a los alegres
ni a los vivos,
ni a los pesimistas
ni a los tuertos;
seguir así,
desparpadeados,
y raros,
de la piel fría
junto antes del contacto lento,
y las miradas
cuando solo las lanzamos,
pero no esperamos,
cuando solo nos quedan,
esparcidas,
salpicadas de ausencias,
noches bravas de alientos alados.
Cosas raras hoy,
cosas raras de ayer,
las que vendrán,
raras también;
raros como no olvidar,
a pesar de todo,
de todo lo que digan
los monjes calvos
del nirvana y el desapego;
hoy, como darse nombres raros,
aunque no escuchemos,
aunque no nos entendamos;
ya habrá tiempo, ya,
como no saberse,
por locos,
por redescubrirse lentos.
Cómo abandonarse
al céfiro y a la llama,
a la nocturna bruma sibilina,
raros,
ignaros,
raros,
desafectos,
comiscados,
locos, largos, bravos;
viva como un pez, viva,
del jabalí y la luna,
y la risa, rara,
raros,
pañuelos raros,
tiempo raro;
¡todos los nombres raros!