Teoría del Golpe de Estado, para comprender la sociedad Boliviana.
Los golpes en Bolivia son más que un dato sobre la democracia y su ruptura formal, pues sus matices en la historia varían entre posiciones políticas que van de izquierda a derecha, entre intereses legítimos e ilegítimos
Siguiendo a Zavaleta Mercado, podríamos decir que en la constitución del poder en Bolivia no se ha resuelto la relación de quién manda y quién obedece, debido a que la igualdad entre ciudadanos- preámbulo del cumplimiento de las leyes- no es completamente real. Es decir, no hay un pacto que marque la cancha en común, porque todos juegan las cosas a su manera, haciendo que la ley y las costumbres tengan el mismo valor y por tanto, haciendo que el país viva en un doble código moral.
El fundamento de ese doble código es la desigualdad social en Bolivia, parte de su historia y su formación como país. Su estructura abigarrada, hace que fases como el feudalismo y el capitalismo convivan en el mismo tiempo histórico, replicando en diferentes estratos formas de hacer las cosas que se enfrentan y desencuentran. Entonces, en termino políticos, el poder se manifiesta a ratos como aglomeraciones fácticas corporativas de poder concreto y a ratos como abstracciones legales de implicancia universal. Hacemos las cosas porque así nomás son y también hacemos las cosas porque reconocemos un deber deseable mayor.
De la misma manera, la democracia tendría dos acepciones. Una formal, basada en la legalidad de la representación partidaria ejercida por el voto universal, otra, real y legitimadora del poder, basada en una lógica histórica de verificación sobre el acceso real al cumplimiento de los derechos- mediante la redistribución de la riqueza. Una cuantitativa, (un ciudadano, un voto), otra cualitativa (ciudadano es aquel …que puede ejercer realmente sus derechos). Una que se remonta a los 80 y el fin del ciclo militar con la llegada del sistema de partidos, otra que encuentra su mayor expresión en la revolución del 52, los ciclos de nacionalización de los recursos naturales y el fin del ciclo oligárquico. Ambas acepciones de la democracia, hoy, conviven.
Zavaleta recuerda que aun teniendo una Constitución- como ley de leyes- ésta puede tener un carácter ilusorio donde no se ha producido la constitución de las formas concretas del poder político, “no se puede llevar cuentas allá donde los hombres no se consideran iguales unos a otros”, allá donde prima el prejuicio premoderno de la desigualdad. Entonces, ¿Cómo se explican las cosas en una sociedad así, donde la igualdad no es todavía una realidad? Siguiendo una vez a Zavaleta habría que señalar que en este tipo de sociedades hay fenómenos que tiene la fuerza del mito y el hábito social. De esta forma llegamos al hecho que nos interesa comprender: un golpe de estado.
En la Teoría del Golpe, Zavaleta sitúa este fenómeno como categoría de una suerte de incertidumbre, propia del hábito social. El golpe de Estado es una costumbre colectiva que adopta el cambio y la sucesión del poder. No es una anomalía del sistema representativo, sino es la propia anomalía social de la desigualdad hablando sobre el grado en que Bolivia no ha resuelto la forma en que se cuenta a sí misma, la forma en que se vé como un solo país. En un golpe de estado hablan los poderes facticos como si fueran los legítimos representantes de la sociedad, vienen a decir qué es lo que suponen que la sociedad quiere ver en ella misma, porque ésta, talvez, no ha armonizado el coro de sus voces.
Los golpes en Bolivia son más que un dato sobre la democracia y su ruptura formal, pues sus matices en la historia varían entre posiciones políticas que van de izquierda a derecha, entre intereses legítimos e ilegítimos. Más allá todavía podríamos decir que cada uno de esos golpes circunscribe de forma específica un hecho más amplio, más profundo y más cercano a lo que podría definirse como antecedentes o epílogos de la democratización social, es decir, del hecho histórico en que un país aprende a mandar y obedecerse a sí mismo.
Parafraseando al maestro Zavaleta diríamos que, como suceso el golpe de estado no tiene mayor relevancia política si es que no se lo engarza con una lectura crítica de la sociedad. Así podemos comprender qué convoca, contiene o remata: una crisis social o (solo) una mera adversidad de la democracia representativa, o de forma más radical aún (o dramática), saber si Bolivia se prepara para un pacto democrático o para una revolución social.