El imperio de las fobias
En 1829, seis años después de la famosa proclama del gobierno de James Monroe, Simón Bolívar se refirió con gran claridad política a la potencia norteamericana señalando en una frase, ahora famosa, que Estados Unidos parecía estar destinado “a plagar a América de miseria en nombre de la Libertad”.
Esa afirmación no fue una premonición sino el producto de un análisis muy acertado del Libertador sobre el expansionismo y el supremacismo blanco anglosajón, que ya se expresaban en la política estadounidense a principios del siglo XIX.
La joven potencia, paradójicamente formada por migrantes de diversos países, creció signada por un profundo racismo y la idea de ser una nación excepcional, con un “Destino Manifiesto” que, luego de la Segunda Guerra Mundial, lo facultaba para llevar las riendas del mundo capitalista. Al racismo estructural de la cultura occidental que desprecia las culturas latinoamericanas, africanas y asiáticas, se sumó, en las más de cuatro décadas de Guerra Fría, una fobia anticomunista promovida por Estados Unidos.
Una vez desintegrada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), ese destino que creían haber logrado alcanzar tropezó con pueblos insumisos y potencias emergentes.
Para sostener su poder económico y político invade países de África y Medio Oriente y estimula la “islamofobia” con herramienta cultural para acompañar el discurso supremacista frente a los países invadidos.
El nuevo milenio comienza con la consolidación de un gran bloque latinoamericano antiimperialista, una Rusia que se fue reconstruyendo política y económicamente de las cenizas de la URSS y una China que silenciosamente se había convertido en una potencia que hoy le disputa el primer lugar como economía mundial.
Ahora, ante el lento derrumbe del imperialismo y su mundo unipolar, Estados Unidos está dispuesto a generar nuevas guerras, antes que aceptar ser una potencia más dentro de un mundo multipolar. Como ya hemos dicho, estos conflictos requieren que siembre más miedos y fobias.
La pregunta consiste en cómo justificar un discurso supremacista estadounidense sobre dos poderosas culturas, y particularmente sobre la milenaria cultura china, cuna de muchos de los más grandes inventos de la humanidad, y en cuya raíz está el evitar los conflictos que pongan en riesgo la paz que el pueblo chino sabe valorar.
El uso de la pandemia para despertar la “sinofobia”
Tan pronto como China anunciara la aparición de un contagioso virus en su territorio que poco a poco se convirtió en pandemia, Estados Unidos comenzó a promover esa fobia contra China que requiere para abonar el terreno de la guerra.
Donald Trump, uno de los presidentes estadounidenses más representativos del supremacismo blanco, comenzó a hablar del “virus chino” en lugar de utilizar el nombre científico que se le había asignado.
Trump alimentó la tesis de que el nuevo coronavirus había sido creado por China para establecer una especie de control mundial a partir de la muerte de millones de personas.
La tesis del entonces presidente estadounidense se caía por su propio peso. Primero porque es ilógico y casi ridículo pensar que China haya lanzado un arma biológica en su propio territorio, y segundo porque, tal como luego lo confirmó la Organización Mundial de la Salud (OMS), era muy poco probable que este virus se hubiera originado en un laboratorio. Pero, aun así, esta acusación logró gran impacto mediático.
La razón de esta campaña, que como hemos señalado se mantiene de diversas formas, mande quien mande en la Casa Blanca, obedece precisamente a la necesidad de reafirmar la idea racista y xenófoba del supremacismo estadounidense para justificar las agresiones que han ejecutado y las que probablemente piensan ejecutar próximamente contra China.
Quién produce armas biológicas
Mientras tanto, en esa pugna, Washington ha optado por centrarse primero en Rusia para tratar de desplazarla del tablero geopolítico, de modo que posteriormente pueda enfocarse en la disputa definitiva con China.
Por eso, Estados Unidos ha empujado la guerra en Ucrania utilizando a la OTAN para sacrificar a toda Europa, lo que además le servirá para reeditar un Plan Marshall que garantice la continuidad de su subordinación. Consecuentemente con todo lo aquí dicho, se impone hoy una censura sin precedentes contra Rusia y se estimula una terrible “rusofobia”.
A principios de marzo de este año, el gobierno ruso denunció la existencia de laboratorios biológicos en Ucrania en los que se estarían realizando peligrosas investigaciones y produciendo armas biológicas. Evidencias sobre el papel rector del Departamento de Defensa de los Estados Unidos sobre estos laboratorios fueron presentadas por una periodista búlgara y tácitamente asumidas por la subsecretaria de Estado norteamericana, Victoria Nuland, quien confirmó la existencia de dichos laboratorios y manifestó la preocupación del gobierno estadounidense por que los materiales que ahí se encuentran no “caigan en manos de las fuerzas rusas”, ante el Senado de su país, lo que comprueba que dichos laboratorios tienen importancia militar.
A raíz de esta información, el portavoz del Ministerio de Defensa de la República Popular China recordó en una rueda de prensa realizada hace pocos días, que China fue víctima de ataques con armas biológicas en el pasado y por eso ha abogado siempre por la completa prohibición y erradicación de este tipo de armas de destrucción masiva, por lo que llamó a Estados Unidos a respetar la “Convención sobre la prohibición del desarrollo, de la producción y del almacenamiento de armas bacteriológicas (biológicas) y toxínicas y sobre su destrucción” firmada en 1972; del mismo modo pidió al gobierno estadounidense que aclare ante la opinión pública mundial, qué hace en los 336 laboratorios biológicos que posee en 30 países del mundo.