“No mires para arriba” y la “Nueva Edad Media”

La película “No mires para arriba”, ha llegado para convertirse en una referencia obligada del periodo de oscurantismo que nos está tocando vivir. Es un caso curioso, ya que su director Adam Mckay no es un realizador que venga de una tradición de trabajos reflexivos y mucho menos políticos. El cine que ha realizado anteriormente, y que le brinda a “No mires para arriba” su cobertura “estilística”, es más bien el del humor grueso del cine norteamericano, generalmente apoyado en parodias exageradas y en el desarrollo de personajes caricaturescos. Pero vaya, sorpresa, Mackay y su equipo (en el que parece haber jugado un rol importante del actor Leonardo Di Caprio), han tenido la claridad suficiente para identificar el problema político central de esta época: la negación de la evidencia científica, del razonamiento, por parte de los más importantes factores de poder. ¿Por qué el éxito y más allá del impacto momentáneo de la cinta, su trascendencia?, porque logró poner sobre el tapete un tema que, a pesar de ser evidente, no es parte central de la agenda ni de la prensa, ni de los actores políticos dominantes, mucho menos de la de las corporaciones que hoy tienen un peso determinante en el devenir de la sociedad global.

1.     NUEVA Y VIEJA EDAD MEDIA. En la vieja Edad Media el poder se dispersó (luego de la caída del Imperio Romano) en numerosos señoríos locales, al tiempo que determinados poderes “globales” tales como la Iglesia y los supuestos herederos del “imperio” luchaban por imponer su influencia. En la actualidad varios analistas señalan esa combinación como uno de los rasgos que asemejan nuestra actualidad al pasado: los “estados – nación” parecen haber perdido fuerza (tanto por la acción de los “autonomismos – independentismos” locales, como de organismos supranacionales tipo Unión Europea, FMI, etc.). Y al parecer por la acción de ambos factores, se va perdiendo la capacidad de dar seguridad a los ciudadanos en la calle, sin que tampoco se logre dar solución a los problemas globales. Al igual que en los primeros siglos de la era cristiana, legiones de “barbaros”, transformados en este caso en gigantescos contingentes de migrantes “asolan” los centros de lo que podríamos denominar la “civilización” (muchedumbres de hambrientos luchando por la sobrevivencia), y si bien la distancia tecnológica entre ambas épocas es inmensa, seguimos compartiendo problemas similares: el hambre, la pobreza y la delincuencia extremas en vez de decrecer aumentan. En la vieja época la ausencia de un poder estatal fuerte, hacía que diversas regiones estuvieran asoladas y manejadas por bandidos: hoy en día las noticias sobre los grupos criminales que manejan diversos territorios y esferas de poder son cotidianas (un titular de estos días da cuenta sobre la “disputa” que se produce en el oriente de nuestro país entre algunos de los carteles más poderosos de Brasil, y por otra parte el poder de grupos similares en países como México, Afganistán, etc., es un hecho largamente estudiado).  

2.      EL ABANDONO DE LA RAZON Y DEL CONOCIMIENTO.  Sin embargo, al margen de las similitudes mencionadas (más pronunciadas unas que otras), el parecido más importante entre ambos medioevos es el de la negación del conocimiento y la razón como guía de la sociedad.  Sin embargo también aquí hay una diferencia importante, en el siglo V no se usaba la ciencia por su precario estado de desarrollo, en el XXI no se lo hace por una decisión consciente: veamos un ejemplo muy concreto: el hambre en las épocas anteriores no se podía combatir masivamente simplemente porque los medios tecnológicos eran atrasados, en cambio hoy en día con la tecnológica existente seria sencillísimo alimentar de buena manera al conjunto de la humanidad y no se hace porque eso atentaría contra el modelo de acumulación de riqueza imperante (las “leyes del mercado”), es decir contra determinado tipo de relaciones sociales.

 

3.     EL TRANSFONDO POLITICO DEL “NUEVO MEDIOEVO”.  Al ejemplo del hambre señalado arriba pueden sumársele muchos, pero sin duda el más importante es el del cambio climático (al que en realidad se refiere la película mencionada). Desde hace años, la comunidad científica “seria”, indiscutida desde el punto de vista del conocimiento, avalada por las universidades más prestigiosas del mundo (Harvard, Oxfod, MIT, etc.), viene señalando que de no disminuir las emisiones de carbono que generamos y por tanto detener el calentamiento global, la vida de los seres humanos será imposible en poco tiempo (una o dos generaciones). Y sin embargo a pesar de una realidad tan clara, los poderes mundiales no hacen nada al respecto (las cumbres mundiales son recopilaciones de buenos deseos que nunca se cumplen). ¿Cómo es posible que una especie inteligente pueda dirigirse de esa manera a una suerte de suicidio colectivo?  La única explicación se encuentra en que en su seno se ha impuesto la idea dominante de que el mantener el actual esquema de acumulación de riqueza (el libre mercado en su extremo absoluto) es prioritario inclusive frente a la certeza de la destrucción de la vida en el planeta tal como la conocemos. Por supuesto que para ello se ha generado un contexto cultural proclive trabajado ideológicamente desde hace años (que dice por ejemplo que la “codicia” es un rasgo innato de los seres humanos). Vivimos entonces en la época de la negación de la ciencia; la época de los Trump y de los Bolsonaros, acompañados de miles de millones de seres humanos que sumidos en sus miserias cotidianas son incapaces de mirar el “asteroide” que se encuentra a instantes de impactar sobre el planeta.


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