¡Basta de filas inhumanas!

Durante una semana y por las redes sociales a las que tengo acceso, he propuesto una campaña que considere a las filas para realizar trámites y gestiones, como un elemento de contagio masivo del coronavirus. La respuesta colectiva permitió reconocer que existe un grado de molestia muy grande sobre esta lacra de la burocracia; la reacción aflora de manera inmediata y termina en una interpelación bulliciosa contra esa conducta, mezcla de insensibilidad e incapacidad administrativa.

Para poner en contexto la situación, se hace necesario reconocer que estamos frente a una conducta de la administración pública y a veces también privada, que no respeta el tiempo ni la dignidad de las personas; al ignorarlos y no ajustar sus procedimientos para que un trámite sea expedito y proporcional a la exigencia y los usuarios, termina cargando sobre la dignidad de administrados y usuarios, la incapacidad de la administración y de sus titulares. Esa conducta, molesta, incómoda y en situaciones normales hasta inhumana cuando toca a enfermos y personas de la tercera edad, adquiere una dimensión grotesca al combinarse con la letalidad de un contagio pandémico.

Sigamos con los procedimientos. Históricamente, el cumplir los requisitos para que se conceda lo que alguien pedía, pasó de la discrecionalidad de una autoridad omnímoda que lo concedía de acuerdo a sus afectos y simpatías, a otra que, al tener su funcionamiento carácter reglado, permitía que quien cumple los requisitos, quedaba en derecho de recibir lo que había solicitado. Convengamos que esos requisitos que le corresponde presentar a quien algo solicita, deben ser razonables, ajustados a derecho, de acceso oportuno y estar liberados de todo lo que pudiera ser considerado superfluo, innecesario o irrelevante. Y que ahora, gracias a la tecnología, tendría que permitir dejar de lado la repetición de papeles y fotocopias. Cuando esos trámites deben ser realizados además bajo condiciones extremas de enfermedad colectiva altísimamente contagiosa, el cumplimiento de un requisito que exija la realización de una fila en medio de aglomeraciones, coloca a las personas en una situación de vulnerabilidad y desprotección irresponsable.

Lo que llama la atención es que el Estado en sus órganos territoriales y funcionales, y que tiene formalmente a su cargo la salud y la vida de los habitantes, resulta siendo el principal responsable de esta situación absurda. No se trata de la regulación de una actividad social, familiar, deportiva o política que, por su carácter de voluntariedad, no genera más molestias que las razonables. Se trata de procedimientos impuestos por la administración y que, si no son cumplidos, las personas no podríamos obtener los derechos que necesitamos para una vida digna. Por acción, al imponer el procedimiento, o por omisión, al no regular debidamente las actividades humanas, las autoridades tienen sobre sí una responsabilidad dolorosamente intransferible.

No voy a repetir por conocidos y así vistos, ofensivos contra la dignidad y la vida de las personas, la lista tan larga de filas que debemos realizar y que la pandemia agrava. Quiero reiterar solamente el valor humano de respeto que debe acompañar la relación entre una persona y un aparato administrativo que debe cumplir sus competencias. En el campo de la salud, la educación, la economía, la recepción de derechos y el cumplimiento de obligaciones, la verdadera democracia estará en establecer que no exista nadie sobre otro imponiendo sometimiento y autoritarismo.

Los habitantes del planeta Tierra estamos a prueba frente a una enfermedad de la que sólo estamos seguros al final del día, no perderá oportunidad de cumplir su tarea de enfermar y matar. Mal haríamos los humanos de no saberlo. Y peor, de no actuar en consecuencia para priorizar la salud y la vida. Ese también es el tamaño de una fila de más, un trámite innecesario o una aplicación por internet que no existe o no funciona.


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