Lo mejor de la cuarentena I: Cinco documentales

1. Como se sabe, la peste no ha hecho sino acelerar el abandono de las salas de cine. Es más: por primera vez en su larga historia, el debate crítico sobre “lo mejor del año” será, durante este poco gregario 2020, un debate sobre películas que no se proyectaron en una sala y que, de hecho, fueron estrenadas, distribuidas y discutidas virtualmente. Que otros lamenten tal estado de cosas: yo, que no vivo en Cannes, Venecia o Nueva York, lo celebro.

 

2. Ya existen consensos críticos sobre lo mejor de enero a octubre del 2020. Y son consensos en los que reina, o por lo menos abunda, la celebración del documental, ese pariente pobre del cine que en los ya lejanos tiempos de la cotidianidad sin peste tenía escaso o ningún ingreso regular a salas.

 

3. Del rumor de los consensos virtuales, elijo 10 películas, todas ellas disponibles ahora y aquí: en DVD (pirata), en Netflix (por subscripción), en Prime Video o Apple Tv (en alquiler). Ninguna de las cintas que he escogido –de entre las decenas que nombran las encuestas de críticos– es una pérdida de tiempo y varias son memorables. Empiezo ahora con los documentales, cinco de ellos, en su mayoría discretos triunfos del modo clásico, es decir, del entretejido de entrevistas, imágenes de archivo, resúmenes contextuales y satisfactorias moralejas reivindicativas. Continuaré luego, en una próxima entrega de esta columna, con cinco películas ficcionales, todas ellas exploraciones narrativas o controlados experimentos que reproducen, claro, la desazón de esta época. Al que no tenga ahora mismo la energía necesaria para aguantar películas tristes, le recomiendo por eso esta breve y saludable dieta de documentales. El orden en mi lista es aleatorio. Aquí van:

 

4. Campamento de lisiados (Crip Camp). Reconstruye la historia de 20 años de luchas por la igualdad de activistas minusválidos en Estados Unidos. Como en otros lugares y momentos, en los Estados Unidos de principios de los 70 lo de “todos somos iguales” era más bien una abstracción legal a la que había que exigirle que se ponga concreta: si no me puedo subir al metro o entrar a un bar o cruzar la calle porque no hay rampas de acceso, ¿en qué consiste exactamente esa “igualdad”? El documental ancla su relato en los activismos surgidos en Jened, un campamento recreacional de verano para adolescentes minusválidos, dirigido por hippies. Como tantas narrativas reivindicacionistas gringas, la película se cierra con la firma apoteósica de una ley (la American with Disabilities Act), acto que extrañamente –para nosotros, tan habituados a las fantasmagorías de la letra muerta– sí cambia la realidad. (En Netflix y DVD).

 

5. Mucho mucho amor. Antología visual sobre el astrólogo puertorriqueño Walter Mercado. Los documentalistas (Cristina Costantini y Kareem Tabsch) fingen gestos reflexivos sobre la cultura hispana y hasta se inventan misterios narrativos sobre la vida sexual de su protagonista, pero al fin se rinden, quizá sin quererlo, a la fascinación que comparten con los espectadores del único espectáculo a la vista: el desfile de trajes, capas, anillos, miradas directas y venias laterales con el que este Kalimán de los planetas quería, según propia confesión y con indudable éxito, “hechizarnos”. Cuando lo veíamos en la tele, había que esperar días para volver a verlo en otro atuendo; en cambio, este documental ofrece el servicio comparativo que brindan las compilaciones: concentra lo mejor no en dos o tres centímetros, como el aleph de Borges, sino en nada más que hora y media. Por otra parte, las opiniones y explicaciones contemporáneas sobran y a veces perjudican la antología; por ejemplo, ni bien empieza el comediante Eugenio Derbez a decir sus pelotoduces de rigor, perdemos el interés. Y rogamos al cielo: “que vuelva Walter, que vuelva Walter”. (En Netflix y DVD).

 

6. Los libreros (The Booksellers). Aunque se ocupa de una subcultura concreta –la de los anticuarios de libros–, el retrato buscado por este documental podría extenderse a una especie de consumidor: el coleccionista. Que los objetos coleccionados sean libros raros es secundario y bien podría haberse hecho la misma película sobre coleccionistas de discos, afiches de cine, juguetes, monedas, botones o conejitos de cerámica. Por lo demás, las inclinaciones son parecidas, pues la mayor parte de los coleccionistas no usan los objetos que acumulan: ni leen lo libros, ni escuchan los discos, ni juegan con los juguetes; en general, simplemente los contemplan y duermen más tranquilos sabiendo que los tienen cerca. Más allá de su cariñoso diagnóstico de un vicio y de un grupo de viciosos, ­­­D.W. Young –el documentalista a cargo– tensiona su relato según uno de los trucos rutinarios del documentalismo televisivo: se inventa alguna némesis. En este caso, la Internet, que ha puesto en crisis la necesidad de intermediarios: se accede en línea hoy a una oferta ilimitada –y mundial– de objetos. “Denme una tarjeta de crédito y un par de horas y puedo armar una colección completa de primeras ediciones de las novelas de Edith Wharton”, dice un viejo librero, casi con lágrimas en los ojos. Y lo único que queda más allá del alcance del comercio directo y virtual son los libros realmente raros, no los modestamente infrecuentes. Para los que no podemos pagar los 80.000 dólares que cuesta una primera edición de Orgullo y prejuicio de Jane Austen, los 200.000 de una sexta de El Quijote de Cervantes o los 40 millones de un ejemplar de la Biblia de Gutenberg, esta democratización sin intermediarios del coleccionismo por Internet es, claro, motivo de celebración. (DVD y alquiler en Amazon Prime).

 

7. Un amor secreto (A Secret Love). La pareja ha sido pareja por 65 años. Ya débiles de cuerpo y mente, Terry y Pat inician la búsqueda de un asilo o residencia asistida para pasar sus últimos años. El suyo es un viejo matrimonio como tantos: hecho de rutinas silenciosas y sobreentendidos aceptados, satisfecho en el logro de una vida tranquila y sin sobresaltos. “Como tantos” salvo por un detalle: esa aburrida cotidianidad es clandestina. Porque Terry y Pat nunca habían reconocido ser pareja y para sus familiares y amigos habían sido, hasta ahora y por 65 años, dos amigas solteronas que compartían vivienda y presupuesto. El documental, dirigido por Chris Bolan, nieto de Terry, se detiene poco en lo que en esta historia era tal vez lo más interesante: el entramado un tanto evidente de lo que no sabemos que sabemos de los otros; o de lo que no queremos saber de los otros. ¿Los familiares y amigos de Terry y Pat realmente no sabían que eran pareja? Pero los detalles informativos abundan y bastan en el documental: sobre el universo de las ligas femeninas de béisbol, o sobre los bares de cortejo de mujer a mujer en los años 50, o sobre las torpes tolerancias contemporáneas ansiosas de felicitarse por su propia fácil amplitud de espíritu.  Por ejemplo: la administradora de una residencia asistida les dice, para halagarlas frente a las cámaras y halagar su amor propio: “Ustedes eran pioneras cuando no era popular”. Como si la homosexualidad fuera como el tai chi o el consumo electivo de masitas sin gluten. (Netflix y DVD).

 

8. Dick Johnson está muerto (Dick Johnson is Dead). De los documentales aquí brevemente comentados, este es el menos tradicional. En sus imágenes –y gracia a ellas–, la camarógrafa Kirsten Johnson se despide de su padre, Dick, afectado por la demencia senil y el peligro más o menos inminente de otro ataque cardiaco. Resumiendo: a) Dick Johnson sabe que está muriendo y su hija lo sabe también; b) a manera de prepararse y prepararlo, Kirsten le propone a Dick filmar una serie de representaciones de su muerte, como si representarlas fuera, según los famosos consejos de autoayuda de Aristóteles, una terapia.  Lo que vemos es eso: a un padre que ama a su hija y a una hija que ama a su padre que, juntos, trabajan en la filmación profesional –con dobles y efectos especiales– de las posibles o imaginables muertes del padre. Y no solo muertes: Kirsten también organiza un exuberante y carnavalesco ingreso al paraíso y una misa de cuerpo presente (en la que el padre, escondido, observa a su mejor amigo llorar deconsoladamente su partida). Las muertes, por otra parte, no son exactamente muertes: son excesivas e histriónicas, como corresponde con las representaciones que saben que lo son: un aire acondicionado que cae de un sexto piso y lo aplasta, un inesperado ataque cardiaco, un atropello, una violenta caída por las escaleras o en una acera. ¿Imaginar o soñar estos finales ficticios los ayuda a esperar el que, real, se sabe próximo e invisible, irrepresentable quizá?

 


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