Hablando desde el corazón

La voz entrecortada de un médico diciendo “he visto morir a cinco personas en la puerta del hospital, solo en mi turno, sin poder hacer nada… nada”, me caló hondo. Fue como si una herida hubiera partido mi corazón en dos. No solo por la inevitable imagen que estalló en mi mente al pensar en la angustia de cada una de esas cinco personas, sin duda acompañadas de algún ser amado, agonizando frente a las puertas de un lugar al que acudieron desesperados en busca de auxilio, sino también porque no pude dejar de sentir la otra angustia, la del médico formado para salvar vidas, pero de pronto inmovilizado por la falta absoluta de condiciones y recursos para hacerlo. Impotente ante la agonía ajena.

Ajena tal vez no sea la palabra justa. Porque la voz del médico, dando cuenta del extremo, salió como un quejido conteniendo una gran angustia. Fue doloroso escuchar luego cómo trató de recomponer la voz, para seguir relatando con serenidad y una honestidad puesta a prueba lo que les está tocando librar, al igual que él, una feroz y desigual batalla contra el enemigo invisible que no para de mutar, de sorprender, de atacar. El Covid-19, claro. Son solo cuarenta camas de terapia intensiva las que están disponibles para atender a los pacientes que llegan ya en la tercera fase de la enfermedad. Pacientes lentos, como dijo el doctor, porque su tratamiento y recuperación, cuando se logra, demanda al menos dos semanas de internación, cuando no cincuenta días. Y cada día hay al menos veinte nuevos pacientes demandando la misma atención de emergencia.

Los números no cuadran, por mucho esfuerzo que hagan los médicos y enfermeras del servicio de Emergencia del Hospital San Juan de Dios, escenario del drama que les estoy compartiendo. Un drama que se repite en cada emergencia de cada otro hospital o clínica que hay en Santa Cruz de la Sierra, realidad que sin duda no es distinta en el resto del departamento y del país. No cuadran, y las autoridades y funcionarios públicos lo saben muy bien. Por eso duele hoy más que nunca escucharlos repetir promesas o anuncios que demoran meses en cumplir. Por eso lastima ver y escuchar a otros más, dentro y fuera de la administración pública, en un afán obstinado por mantener una agenda política alejada del bien mayor a preservar hoy: la vida de los bolivianos, en general, y en particular el cuidado de quienes nos cuidan. Qué lejos están de este bien mayor.

Y no, no adelanta ahora tratar de justificar todo con el manejo irresponsable, que raya en lo criminal, del ex gobierno del MAS. Solo los masistas pueden negar ese hecho, el del mal manejo y despilfarro de los millonarios dineros públicos. Pero eso era ya materia sabida. Hoy no hay pretextos que justifiquen los graves desaciertos cometidos por el gobierno de transición en el manejo de esta emergencia sanitaria. No hay excusas tampoco para la falta de una interpelación más enérgica de parte del gobierno departamental, como un todo y no apenas como voces disonantes a las que parecen haber callado una y otra vez. Y menos aún para la evidente falta de coordinación incluso entre la gobernación y los gobiernos locales. Hablo ahora específicamente de Santa Cruz, porque este es, quieran o no reconocer desde el centro del poder, el departamento más golpeado por el virus y el más relegado hoy como ayer de la atención a sus demandas en salud.

Hay que escuchar más voces como las de médico Gonzalo Rocabado, emergencista del Hospital San Juan de Dios, a quien tuvo a bien entrevistar otro médico, Andrés Zapata. Una entrevista que debo haber escuchado ya unas seis veces hasta hoy, para no olvidar las sabias palabras dichas allí por el Dr. Rocabado. He compartido esta entrevista en el programa de radio que tengo los sábados en radio Marítima, porque creo puede ayudar mucho a comprender mejor el trabajo del personal de salud, en especial el de los médicos y el de las enfermeras.

Ayuda también a que médicos, enfermeras, pacientes y personas sanas comprendamos que el pánico es pésimo compañero de ruta, que la automedicación o medicación exagerada puede traer más problemas que soluciones, que hay que exigir más y mejor a las autoridades públicas responsables en este momento de dirigir la lucha contra el nuevo coronavirus. Que no hay solución aun para la enfermedad, que el virus ha llegado para quedarse por varios años y que no bastará apenas reaccionar ante la emergencia a la que lleva el contagio, sino que es necesario también trabajar en una urgente revisión de nuestros hábitos de vida y de alimentación.

Para cerrar, un par de afirmaciones hechas por el Dr. Rocabado que creo importante traer a colación: sepan quienes padecen diabetes, obesidad e hipertensión que están en mayor peligro de perder la batalla frente al coronavirus y que, por lo tanto, son quienes deben extremar los cuidados para evitar el contagio. Sepan también todos que el rango de edad de los pacientes que llegan al extremo de demandar una UTI va desde los 30 hasta los 80 años. Y que las complicaciones para reaccionar a los tratamientos, hasta hoy todos experimentales, derivan también de pacientes que llegan a las UTI polimedicados, con la flora intestinal prácticamente destruida.

Tanto por decir, pero debo ir cerrando por aquí. Lo hago con el corazón en la boca, hoy.


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