Manual urgente de zombis

1. Hacia una definición de la identidad zombi. Sin dejar pasar la oportunidad de recordarnos que las identidades no solo son 'constructos históricos' sino que, además, por supuesto, representaciones que fluyen y cambian como el agua, los estudiosos suelen mencionar seis indicadores estereotípicos –y diferenciales– que permiten, porque son perceptibles a primera vista, reconocer y distinguir a un zombi. Los enumero:

a) Los zombis son, como los fantasmas, entes que deambulan, cómodos y hasta alegres, por una zona de indefinición o umbral entre la vida y la muerte: son "muertos vivientes", "muertos que caminan". Aunque, a diferencia de los fantasmas –tímidos, esquivos y algo disminuidos físicamente–, los zombis imponen su presencia de maneras plenamente carnales: nada los hace más felices que el contacto. b) Y el contacto que los hace tan felices comienza por casa, es decir, en el grupo mismo: ningún colectivo es más gregario y con mejor vida social que el de los zombis, que andan en patota o malón y que evitan la soledad con la misma ansiedad con que los vampiros la buscan. c) Por si acaso les faltaran marcas identitarias, los zombis no solo caminan, sino que lo hacen de otra forma, según peculiaridades que los hacen reconocibles desde lejos, algo que también les sucede a los mormones, a los peruanos y a las geishas. Ese estilo corporal ha sido retratado en las películas hasta el cansancio, aunque de acuerdo a pautas contradictorias: el relajado caminar del sonámbulo que se desplaza en línea recta, con la vista perdida; el del bebé en el momento de sus primeros pasos, incapaz de levantar por completo los pies del suelo y siempre a punto de caer; el nerviosismo de los insectos que se amontonan en los lugares que se resisten a su paso. d) Aunque disfrutan mucho del trabajo grupal, lo suyo –como para nuestros periodistas televisivos– no es la palabra: a lo sumo, gruñen dos o tres cosas. No es 'gente informada, con diversidad de intereses y pasatiempos, compleja'; son más bien autómatas de su propio deseo. e) Nunca se los ve bien: demacrados, con tendencia a acnés virulentos y a las várices, de mirada afiebrada e indirecta, desaliñados. f) Y proyectan una identidad que, al igual que la cruceña o porteña, es altamente contagiosa: bastan unos minutos de contacto para adquirirla. Un ratito con un zombi y uno termina caminando como ellos, gruñendo como ellos, obsesionado por dos o tres cosas.

Son estas seis señas de identidad las que cuentan; el resto es opcional y una cuestión de gustos: el canibalismo, la inclinación a morder, la preferencia por la noche.

 

2. Breve historia de los zombis. A diferencia de fantasmas, brujas y vampiros, los zombis pertenecen a un colectivo de reciente organización. Los historiadores del cine suelen identificar la primera hora de su visibilidad oficial en la (mala) cinta sonora norteamericana White Zombie, de 1930 (accesible en youtube). Lo de white alude a un hecho hoy a veces olvidado: que, al principio, los zombis eran negros, caribeños y con frecuencia esclavos: 'subalternos', diríamos hoy. (A la clásica pregunta sobre 'si el subalterno puede hablar', estas primeras películas responden sin dudarlo: por supuesto que no, pues, se sabe, los zombis no hablan. Tampoco hablaba el más famoso de los zombis del cine silente, el de El gabinete del Dr. Caligari de 1920).

 

Fundada en el cine B de terror, la historia general de los zombis –que deducimos aquí a partir de algunas películas– se divide en tres grandes periodos: a) El periodo clásico es el del primer zombismo generalizado, ya decíamos que caribeño y negro. El mayor documento sobre este periodo es también la más hermosa película del género, la elegante Caminé con un zombi (1943) de Jacques Tourneur. b) El moderno es el periodo que corresponde a la segunda gran ola de zombies, convocada por George Romero en La noche de los muertos vivientes (1968) y, sobre todo, El amanecer de los muertos (1978). Aquí, el diagnóstico de la condición zombi es más preciso: no proviene ni del vudú ni del consumo de sustancias característicos del zombismo clásico, sino de un virus que, a diferencia del Corona, resucita a los muertos.

 

Estos son los zombis que caminan cual bebés aprendiendo a caminar, los que muerden, los que prefieren la lenta acción colectiva. c) Postmodernos son los zombis de la tercera ola, milennials que, aunque herederos de una tradición política –con su apuesta al número (y no a la calidad) y a la claridad leninista de su objetivo estratégico ("reproducirse o morir")–, se diferencian por su rapidez: quizá han descubierto que tienen que apurarse porque ni el cine creado en computadoras ni el neoliberalismo toleran la lentitud. Al respecto, véase el documental Guerra mundial Z (2003), basado en un libro sobre pandemias de Max Brooks (hijo de Mel).

 

3. Los zombis como metáforas de algo. A lo largo de su breve historia, los zombis –como antes tantos otros subalternos– han encontrado empleo haciendo el papel de esforzadas metáforas de esto y de lo otro. Algunos ejemplos conocidos:

 

a) El zombi como emblema del trabajo esclavo. En ello, son los equivalentes lowtech del sueño del robot de la ciencia ficción: prueban que se puede convertir al prójimo en un ente que hace todo lo que se le dice, no forma sindicatos, trabaja sin descanso, no discute. b) Los zombis en tanto figuración horrorosa de la colectividad, una masa irreflexiva que obedece, hipnotizada, los impulsos ciegos de un igualitarismo violento. c) Los zombis como representación del consumismo general. (No es una coincidencia que El amanecer de los muertos de Romero ocurra toda en un centro comercial). d) Los zombis como visualización de una pandemia provocada por pecados ecológicos. e) Los zombis como el retorno de lo reprimido.

 

4. Cuidados básicos de salud en la cercanía de un grupo de zombis. Como con el Coronavirus, lo mejor, por supuesto, es evitar la cercanía. En su defecto –pues uno tiene nomás que trabajar en un mundo de zombis mirando sus celulares–, los expertos recomiendan: a) Encerrarse en casa y apagar las luces. b) No acercarse a las ventanas: según se ve en las películas, los zombis suelen atacar por ahí. c) Usar mucho las escaleras: los zombis tienden a tropezarse. d) Con los zombis clásicos y modernos, basta un par de zapatos deportivos para correr y, a veces, una buena escopeta o un bate de béisbol. Con los postmodernos, se requiere de armamento pesado, bunkers, efectos especiales, gafas de aviador gringo.

 

5. Contribuciones bolivianas a esta historia de zombis. La cultura boliviana está repleta de zombis, de entidades que se resisten a morir y que regresan una y otra vez, muertos vivientes que no se han enterado de que están muertos. Piense por ejemplo en el padre de Juanito en la novela de 1885 Juan de la Rosa (que sufre una suerte de entierro en vida); o ese ambiguo personaje de Jesús Urzagasti, el Viejo (de la novela Tirinea de 1969); o Felipe Delgado, el famoso alterego de Jaime Saenz; o el resucitado Sebastián Mamani en La nación clandestina (1989) de Jorge Sanjinés; o en el mito milenerista del Inkarrí, la mejor narrativa de zombis producida por estos lados; o en el nacionalismo revolucionario, que no deja de regresar y perseguirnos, poco importa si, hasta hace poco, en su versión de izquierda o, como ahora, de derecha.

 

*Antropólogo amateur


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