Arte y poder
La relación del arte con el poder es milenaria. Aunque el oficio de artista, escindido y aislado de otras habilidades es de pocas centurias, el creador plástico, musical o literario siempre tuvo una necesidad por estar al lado de los poderosos de la política, del mundo religioso, o del mercado...
La relación del arte con el poder es milenaria. Aunque el oficio de artista, escindido y aislado de otras habilidades es de pocas centurias, el creador plástico, musical o literario siempre tuvo una necesidad por estar al lado de los poderosos de la política, del mundo religioso, o del mercado y el capital. Las razones de ese apego son varias; desde una necesidad de reconocimiento (que acompaña siempre a la baja autoestima), hasta la urgencia de ver las obras ejecutadas en busca del sueño universal de vencer a la muerte y el olvido. A esa urgencia de apetencias materiales y/o espirituales, se unen los demonios internos de cada creador. Son el motor encendido de incesantes apremios de expresión creativa. Unos lo encienden por profundos e íntimos padecimientos, otros por la pura diversión y, los más canallas, por el gusto y regusto del vil metal. Por supuesto que, en estos tiempos del crepúsculo de las ideologías, “del todo vale y nada también”, de la palabra dicha sin sostén, no debemos juzgar las obras artísticas por esas motivaciones personales. Eso sería entrar en el ámbito de una ética dieciochesca que solo sirve para el exorcismo moral de cada individuo y que tiene poco espacio en un mundo de inmundicia colectiva. La obra artística, de ahora en adelante, debe valerse por sí sola. Debe presentarse sin muletas explicativas, sin aclaraciones ideológicas o mercantiles y, menos aún, sin preceptos religiosos. Es decir, no importa si se vende o no, tampoco si es revolucionaria o racista, o y si cumple religiosamente con los dogmas de tal iglesia. En estos tiempos la relación arte/poder entró a territorios insondables.
Pero, en este medio subsisten anacronismos que nublan más el panorama. La idea romanticona del artista incomprendido que va rumiando su carrera desdichada esperando que lo reconozcan como un genio, es patética. Como también es inexplicable ver que todavía se fomenta un arte “revolucionario” de cuerpos hercúleos y combativos. En un mundo de interconexiones planetarias, de capitalismo globalizado, de neoliberalismo puro y duro como el presente esos anacronismos son, simple y llanamente, lamentos o disfraces extemporáneos.
Pero, así y todo, en este medio existe un cúmulo de artistas y de todo rango que tienen mucha obra y de gran calidad. Los poderes deberían respetarlos y tenderles una mano abierta y no mezquina. Sobre todo el poder político. Si entendiera el valor y la potencia temporal de la obra artística y dejara de amamantar a un grupo de “productores utilitarios” que solo sirven a intereses coyunturales, otro sería el destino de nuestra construcción identitaria.
* Arquitecto.
Pero, en este medio subsisten anacronismos que nublan más el panorama. La idea romanticona del artista incomprendido que va rumiando su carrera desdichada esperando que lo reconozcan como un genio, es patética. Como también es inexplicable ver que todavía se fomenta un arte “revolucionario” de cuerpos hercúleos y combativos. En un mundo de interconexiones planetarias, de capitalismo globalizado, de neoliberalismo puro y duro como el presente esos anacronismos son, simple y llanamente, lamentos o disfraces extemporáneos.
Pero, así y todo, en este medio existe un cúmulo de artistas y de todo rango que tienen mucha obra y de gran calidad. Los poderes deberían respetarlos y tenderles una mano abierta y no mezquina. Sobre todo el poder político. Si entendiera el valor y la potencia temporal de la obra artística y dejara de amamantar a un grupo de “productores utilitarios” que solo sirven a intereses coyunturales, otro sería el destino de nuestra construcción identitaria.
* Arquitecto.