La movilidad social
Como es de suponer, el individuo aspira a superar las condiciones de su contexto y progresar. La dura infancia cuidando coches transformada, en mérito a su esfuerzo y a las posibilidades que el Estado genera, en una realidad distinta, caracterizada por el triunfo y la concreción de los...
Como es de suponer, el individuo aspira a superar las condiciones de su contexto y progresar. La dura infancia cuidando coches transformada, en mérito a su esfuerzo y a las posibilidades que el Estado genera, en una realidad distinta, caracterizada por el triunfo y la concreción de los sueños.Hasta hace poco en Bolivia, el niño heladero ambulante sabía que su destino estaba marcado. Las calles, ciertas esquinas, lo esperarían siempre y él vería pasar dos o tres generaciones de clientes antes de su fin de olvido anecdótico. A todos nos ha tocado en suerte conocer al heladero casero de mi ejemplo, a la eterna señora anticuchera, al vendedor de empanadas en el estadio o al canillita que apenas alcanzó el progreso de la bicicleta. Inútil y tonto esperar sorpresas por entonces. Todos esos personajes del panorama social ya estaban determinados a vivir lo mismo aunque para nosotros la vida deparara (¡menos mal!) algunos felices imprevistos.Esa realidad de coágulo tembló interiormente con la Revolución del 52. Si bien a los revolucionarios de hoy no les interesa reconocerlo, la vieja (jaula) estructura social, tan parecida a la quietud de la Edad Media, abrió la puerta de base para el aleteo gozoso de la libertad. ¿O qué otra felicidad sintió el expongo? A partir de ese momento fue dueño de su vida y, poco a poco, de su opinión política manifestada en el voto. Al cabo de los años, ya se lo halla ejerciendo el derecho vital a progresar. De forma muy visible, y mucho en este último decenio, podría decirse que multitudes bolivianas se han incorporado a la clase media. La rueda social gira y el antiguo heladero bien podría ser nuestro presidente, o nuestro artista, o nuestro intelectual o científico. Cuando la vida permite el progreso y la superación, vale la pena de ser vivida. Es una muy mala noticia para quienes quisieran que nada cambie. Es aún posible encontrarse con personas que despotrican por el ascenso social. A ellas les hubiera interesado la petrificación para desarrollar lo señorial en los bancos de la plaza principal. Un mundo piramidal de base ancha versus la magnífica concepción horizontal de la democracia. Una persona, y una comunidad en nuestro caso, tejiendo una realidad humana expectante frente al progreso sin más requisito que las ganas de hacerlo. ¿Qué fundamento se tiene para impedir la superación de alguien aplastando un pie en su cabeza? Mejor es dar la mano y ayudarlo a trepar. El Estado primero, pero también todos nosotros, estamos en la obligación de hacerlo.Un ejemplo significativo de la movilidad social se halla en la ciudad de El Alto, en La Paz. La burguesía aimara y todo ese fuerte microcosmos que contiene jerarquías, que nos llena los ojos con sus fiestas comunitarias, con su estética arquitectónica, con su opulencia material forjada, en grueso, sin la ayuda del Estado, bulle con el progreso. Sus intelectuales lidian en el debate político; sus estudiosos inventan tecnología; sus artistas dibujan, escriben, bailan y hacen teatro. Todos ellos van configurando con detalle el rostro de este gran pueblo. Su dinámica es comparable a la pujante Santa Cruz, la bella, pero sin la ayuda del gobierno. Quizás de ninguno de ellos. Más bien, todo lo contrario: a pesar de muchos de ellos.Sin embargo, con mayor o menor intensidad, toda la sociedad de este inmenso país está inscrita en la movilidad social. Este último revoloteo ha surgido de la redistribución de la riqueza que tanto el alza de los precios del petróleo y del gas, más la firme nacionalización de los recursos naturales, han propiciado. Es justo reclamar que se eleve el nivel de la escolaridad y el de los estudios técnicos y superiores para una eficaz superación de la aún mediocre realidad actual. Que se aproxime el arte y la cultura a la gente. De poco ha de servir que el progreso sea únicamente material. La esperada movilidad social, antes parecida a un cadáver frío, no debe contentarse con cierto dinero en el bolsillo. Es importante que el progreso llegue de la mano de una educación integral. Como decía Franklin Anaya Arze: un desarrollo paralelo de lo material, espiritual e intelectual. Recién entonces tendríamos la tarea bien hecha.
El autor es escritor