La eutanasia

Va ganando fuerte apoyo la propuesta de la eutanasia: muerte dulce, sin dolor. En principio se la piensa sólo para los enfermos terminales y sin esperanza, pero ya es común relacionarla con quienes desean abandonar la vida debido a la ausencia de motivación. Ambos caminos enfrentan, obvio, furibunda oposición que, si se piensa bien, está muy equivocada. ¿Se está hablando de fusilamiento en masa? ¿Alguien ha de quitar la vida a quien no desea morir todavía? Por supuesto que no, porque la eutanasia, en ambos casos, es una decisión voluntaria del interesado.

Como excepción tenemos a enfermos sin conciencia, la ciencia médica decide por ellos. Sin embargo, inclusive esta excepción se enfrenta a opositores endiablados. Angelizados, más bien. Tozudos defensores de la vida, aunque uno sea vegetal como una lechuga y otro sea un profundo filósofo. No parece importarles. Esgrimen sus sagradas escrituras y leen textos con desbocado frenesí. Cuando alzan la cabeza, miran con furia a quien está en desacuerdo con su pensamiento mágico. Mínimo, un tercio numeroso de la humanidad.

La posibilidad palpitante de que la eutanasia se haga campo entre los derechos fundamentales del hombre indica, entre otras honorables razones, que por fin seríamos dueños de nosotros mismos. Que nuestra vida, a partir del instante de proclamación, dependería absolutamente de cada quien. En buenas cuentas: que nosotros decidiríamos cuándo convertirnos en nada. A mí me parece muy buena noticia. Yo sería mi auténtica propiedad.

Junto a los enfermos terminales debería considerarse al condenado a cadena perpetua. ¿Preferimos que viva en una celda cincuenta o sesenta o más años? ¿Qué envejezca en el hueco? Algunos sentimientos compasivos merecen que les acerquemos la lupa a lo Sherlock Holmes. Están contra la pena capital, porque nadie tiene derecho a quitar la vida a nadie, pero están de acuerdo en enterrarlos de por vida entre cuatro paredes. ¿Qué sucede si el condenado pide que le practiquen la eutanasia? Los opositores echarían el grito al cielo. Yo opino que a todos convendría seguir su voluntad.


Más del autor