Batalla de Ayacucho: derribando mitos o destruyendo hitos
El 9 de diciembre de 1824, la batalla de Ayacucho selló el destino del Imperio español en América del Sur. Relata un testigo presencial de esta heroica batalla, el general Guillermo Miller, en sus Memorias: “Sucre, expuesto a todos los peligros, porque se hallaba donde quiera que su...
El 9 de diciembre de 1824, la batalla de Ayacucho selló el destino del Imperio español en América del Sur. Relata un testigo presencial de esta heroica batalla, el general Guillermo Miller, en sus Memorias: “Sucre, expuesto a todos los peligros, porque se hallaba donde quiera que su presencia fuese necesaria; hizo pruebas de gran sangre fría; su ejemplo produjo el mejor efecto. Lamar desplegó las mismas cualidades y con una enérgica elocuencia conducía los cuerpos al ataque. El heroísmo de Córdova fue la admiración de todos. Lara, brillante en actividad y disciplina. Gamarra ostentó su tacto habitual. Los coroneles O’Connor y Plaza, los oficiales Carvajal, Silva, Suárez, Blanco, Braun, Medina, Olavarría con tanto valor como en Junín, se distinguieron otra vez en Ayacucho”.Para Bolívar la batalla, en sus propias palabras, fue así: “Ayacucho es la cumbre de la gloria americana y de la obra de Sucre. Su disposición ha sido perfecta y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a un enemigo bien constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante a Waterloo, que decidió del destino de la Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos y el sagrado imperio de la naturaleza”.El diplomático e historiador Ramiro Prudencio, en una suerte de historia contrafáctica, ha escrito el pasado miércoles en La Razón una columna titulada “El mito de la batalla de Ayacucho” en la que, sin citar fuente alguna, especula sobre “si verdaderamente hubo tan grande combate o si todo estuvo arreglado de antemano”. Para el historiador, la batalla de Ayacucho es un “mito” que le otorga a este hito de la emancipación americana más valor del que tiene en realidad, suponiendo situaciones, sin ningún respaldo histórico, de que hubo un arreglo previo, un simulacro, para contentar al rey, infiriendo así, un revisionismo bastante pueril. Claro que como diplomático no se olvida de calificar al acontecimiento de “hermoso”. El fondo del artículo se encuentra en el último párrafo, donde Prudencio, muy suelto de cuerpo sostiene: “la más importante batalla de la guerra de la independencia hispanoamericana fue una comedia”. Es decir que los 1.400 realistas y 300 independentistas muertos para contentar al rey eran, según Prudencio, parte de una escena humorística y festiva. Para morigerar su tesis, emerge nuevamente el diplomático expresando que fue “una comedia trascendental, porque dio fin a una guerra de quince años de duración”. ¿Qué es lo que pretende el amigo Prudencio al sostener esta teoría revisionista? ¿Acaso quiere empequeñecer sustantiva e inmotivadamente esta heroica culminación de la emancipación sudamericana? La historia no la hacen los historiadores; es el fiel reflejo de lo que hicieron sus protagonistas. Las tropas realistas estaban formadas por una gran mayoría de indígenas y mestizos vencidos y cautivos en batallas anteriores. Soldados y montoneros patriotas presos fueron, asimismo, obligados a combatir por el rey. Además, las fuerzas realistas estaban sin provisiones de España desde cuatro largos años antes. Tras breve resistencia, los oficiales españoles comenzaron a rendirse ante el asombro de sus soldados. El virrey La Serna fue herido y hecho preso. Su lugarteniente le dijo abiertamente: “Esta farsa ha llegado demasiado lejos”.El día de la batalla, a las nueve de la mañana, una hora y media antes de que comenzara la lucha, el general realista Juan Antonio Monet acudió al campamento patriota y se reunió con su alto mando. Monet fue a proponer un tratado de paz, pero como los generales independentistas pusieron como condición la emancipación de Perú, no se perfeccionó acuerdo alguno y retornó a su campamento. Por este episodio, probablemente, surge la versión de que había ido a ofrecer la rendición de su ejército realista, con la condición de simular una batalla. Esta pérfida tesis revisionista se basa seguramente en los benevolentes términos de la capitulación. La curiosa coincidencia del uso de los vocablos “farsa” y “comedia” podría interpretarse como una suerte de contubernio transtemporal entre los realistas y el historiador para afectar la imagen, no sólo de ese hito histórico llamado Ayacucho, sino de Sucre, de los luchadores por la independencia y, peor aún, de ese ejemplo de unidad latinoamericana en el que combatieron juntos peruanos, ecuatorianos, venezolanos, colombianos, panameños, bolivianos y chilenos, en un solo ejército libertador y con un sublime ideal común. Publicado en Página 7*Fernando Salazar Paredes es abogado internacionalista.