Cada día es una oportunidad irrepetible

El hombre mata, destruye la naturaleza y maltrata al planeta, pero en algún momento habrá un cambio, pues tal y como el ser humano es, no puede seguir siendo a la larga y no será sustentado por el Espíritu de Dios, que también es la vida sobre  la Tierra.   El ser humano, visto en general,...

El hombre mata, destruye la naturaleza y maltrata al planeta, pero en algún momento habrá un cambio, pues tal y como el ser humano es, no puede seguir siendo a la larga y no será sustentado por el Espíritu de Dios, que también es la vida sobre  la Tierra.

 

El ser humano, visto en general, se ha alejado mucho de Dios. Con sus esquemas de pensamiento primitivos ha suprimido también la voz de su conciencia, debido a esto, destruye lo que le estorba para disfrutar y vivir sin impedimentos lo que él llama “vida”.

 

Muchos reflexionan acerca de Dios, que es la vida y analizan también al ser humano, encontrando raras veces cosas buenas en él. Toda la existencia terrenal del ser humano transcurre año tras año por carriles estrechos, con estrechez de miras en la forma de pensar, hablar y obrar. Cada cual piensa sólo en sí y cada cual quiere sólo para sí, los demás le dan igual. Una y otra vez transcurre todo según el mismo esquema: pensamientos y palabras centradas en la materia, en el mundo, egocéntricas e intelectuales. La realidad del Espíritu que lo traspasa todo, es excluida. Esto no tiene nada que ver con la vida, es un vegetar. Ésta es la causa, entre otras, de la indiferencia y de la dejadez en lo que concierne al pensar, al investigar y a la búsqueda más profunda de Dios.

 

Ningún cura nos puede decir adonde va el alma después de la muerte, porque cada alma, según fue el transcurso de su vida, es atraída por aquel plano del infinito en el que está grabado lo que ella ha introducido en su interior, lo que la atrae directamente después del fallecimiento de su cuerpo. Por el hecho de abandonar la envoltura terrenal, no cambia nada para el alma. La culpa queda; las debilidades y los errores del comportamiento, quedan; las dependencias quedan; las ataduras quedan para este ser humano, para esta alma, sólo cambia el estado físico sustancial.

 

Pero una cosa es segura: la vida permanece eternamente y las formas de vida jamás dejan de existir. No hay muerte ninguna, sólo la transformación de las formas de vida. Tampoco existen el pecado mortal ni la condenación eterna, porque Dios no ata, sino libera. En Dios y por lo tanto en todo el infinito, no existe el estar atado y así tampoco ningún lugar llamado infierno. Sólo el ser humano ata y crea lugares de horror. El infierno es la idea del ser humano que éste ha derivado de su maligna forma de pensar. El infierno y los tormentos del infierno los crea el hombre, en su propio cuerpo y en su destino, con sus actos contrarios a la vida, porque no quiere comprender lo que significan el amor, la unidad y la libertad, ni que Dios es bueno.

 

Si contemplamos el mundo, podría suponerse que este mundo es el infierno, porque muchas personas cada vez más, sufren los tormentos infernales. Pero tampoco aquí está el infierno. Precisamente en  la Tierra deberíamos reconocer nuestros actos contrarios a la vida, y en verdad con la ayuda del Espíritu, a base de arrepentirnos de lo que hayamos reconocido de contrario a la ley divina, purificarlo y no hacerlo más. Éste es el camino que lleva a la vida, y ésta es la liberación de los pensamientos sobre la muerte, el pecado mortal o incluso la condenación eterna. Por tanto  la Tierra  bien mirado es un lugar de la misericordia de Dios y cada día de la vida del ser humano es una oportunidad que nunca se repetirá.


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