Abunda el gris

La vida de las personas, en Bolivia está cambiando. De eso tampoco hay duda.   Dice Javier Darío Restrepo, periodista benemérito y referente sumamente confiable cuando de ética profesional se trata, que en una crisis son tantos y tan complejos los elementos que concurren, es tan traumático...

La vida de las personas, en Bolivia está cambiando. De eso tampoco hay duda.

 

Dice Javier Darío Restrepo, periodista benemérito y referente sumamente confiable cuando de ética profesional se trata, que en una crisis son tantos y tan complejos los elementos que concurren, es tan traumático el proceso de cambiar lo antiguo por lo nuevo y de abandonar costumbres que se han vuelto parte de la propia piel que, como los ciegos, las personas necesitan de guía dentro de la confusión.

 

Ahí en la crisis, en el cambio, es donde se pone a prueba el rol social del comunicador, del periodista. Cuando en nombre de la “neutralidad” se instala en la protegida tribuna que permite contemplar, sin peligro de contaminaciones, los dramas de las personas y de la sociedad, el periodista es un problema adicional en vez de ser una solución en la crisis.

 

La objetividad –sigue Restrepo- que debió ser un imperativo de exactitud y de honestidad, ha llegado a ser una excusa para no tomar parte en la historia y en los riesgos de todos. Es una forma de ausentismo y de abdicación. Imparcial, equilibrado, no es sinónimo ni equivalente de neutro.

 

En Bolivia vivimos remanentes atávicos del racismo que acunó la cruenta colonización y explotación de este continente. Que el adolescente hijo de la “señora” se dirija a la anciana que está a cargo del servicio doméstico llamándola “hija” es un expresión racista. Puede parecer incruenta, puede disfrazarse de falso paternalismo, pero es racismo intolerable.

 

El que estamos viviendo ahora es un cambio largo. Algunos todavía recordamos haber leído en periódicos, concretamente en El Diario, avisos clasificados que anunciaban “Vendo finca en el altiplano, 200 hectáreas, con 20 vacas, 5 mulas y 15 indios dentro”. No hace demasiado de eso, en 1951 aún se publicaban impunemente esos avisos. Ahí están los archivos, para comprobarlo.

 

Pero existe algo mucho más difuso y más difícil de comprobar y es a lo que la enciclopedia llama “Racismo oculto”.

 

Racismo oculto, es una expresión utilizada en ámbitos académicos y políticos, que se utiliza para definir una forma de racismo no explícito, generalmente de baja intensidad, que impregna las relaciones humanas en contextos en los que cualquier otro tipo de racismo, más explícito o evidente, sería inmediatamente condenado.

 

Nos hará falta mucha dedicación, mucha paciencia, mucha inteligencia, en síntesis, para admitir que cuando al desgaire escribimos que alguien “está trabajando como un negro” estamos incurriendo en racismo oculto.

 

Para cambiar eso necesitamos toda nuestra tolerancia y, sobre todo, eliminar cualquier residuo de maniqueísmo, esa doctrina dualista que hay sólo dos principios supremos, increados, contornos, independientes, irreductibles y antagónicos: el bien y el mal. Blanco y negro.

 

Falso, porque lo que más abunda es el gris.


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