COCHABAMBA: ¿LEAL Y VALEROSA?

de reproducir  la lógica de la celebración centenaria cochabambina que fue un reflejo --o un pretexto cívico-- para afianzar  ese desiderátum en torno al modelo civilizador que buscaba imponer los sectores elitistas sobre el conjunto de la sociedad cochabambina. Actualmente, en la agenda...

de reproducir  la lógica de la celebración centenaria cochabambina que fue un reflejo --o un pretexto cívico-- para afianzar  ese desiderátum en torno al modelo civilizador que buscaba imponer los sectores elitistas sobre el conjunto de la sociedad cochabambina. Actualmente, en la agenda bicentenaria hay la propensión de ver la historia bajo aquellos sentidos, símbolos y alegorías diseñadas en función de aquel proyecto de independencia encarnado por los criollos y los mestizos que desembocó en un proceso de exclusión y en menoscabo  del rol de los indígenas cochabambinos en 1781 en el contexto de las luchas independistas. En suma, en vez de hacer una celebración más reflexiva; la agenda asume aquellos derroteros convencionales de mirar el pasado bajo una sola óptica, y, no así en la complejidad histórica que el mismo exige.

Posiblemente, esta es la razón que explica porque el bicentenario sirve para  afianzar aquellos imaginarios excluyentes y discriminatorios predominantes en la historiografía cochabambina. Por ejemplo, un hecho histórico que pasó inadvertido y a nuestro juicio es constitutivo del imaginario discriminador cochabambino  es consecuencia de aquellas sublevaciones indígenas de 1781 en Cochabamba que el año  1786.  La importancia de esta lealtad a la corona española es tan significativa que inclusive  por orden del rey Carlos III, la que hasta entonces era conocida como Villa de Oropesa, cambia de nombre por el de ciudad de Cochabamba.

El mencionado monarca instruyó que en adelante la villa fuera denominada ciudad “leal y valerosa” de Cochabamba, ello por haberse distinguido en la represión de los alzamientos indígenas de 1781 y haber “creditado su debida fidelidad en los recientes alborotos y sublevación excitada por los indios de algunas provincias inmediatas”. El 10 de febrero de 1781, Jacinto Rodríguez y Sebastián Pagador sublevaron al pueblo de Oruro contra los españoles, arguyendo que ellos no debían integrar el Cabildo, sino los naturales del país. El movimiento fue perturbado por la intervención de masas indígenas que fueron echadas de la ciudad, con la ayuda de fuerzas enviadas desde Cochabamba.

Ahora bien, esa marca indeleble de “leal y valerosa” que incluso hoy es parte del escudo cochabambino debería servir para reflexionar seriamente  sobre aquellos traumas que los cochabambinos arrastramos y que, por ejemplo, en el curso de los acontecimientos luctuosos del 11 de enero se han reactivado de una manera descarnada. Sin embargo, la agenda del bicentenario prioriza aquella lógica excluyente y deja de lado el aspecto reflexivo que debería ser uno de los puntos centrales de esta celebración más aún en un momento de polarización social y racial que se percibe en Cochabamba y, sobre todo, en un contexto en que se proclama a los cuatro vientos la descolonización inclusive desde las instancias gubernamentales.


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