El oro sucio

En cambio, en muchos países empobrecidos ocurren casos de contaminación parecidos desde hace decenios sin merecer la atención de los medios de difusión. El caso seguramente más extremo es el de Nigeria, que proporciona a Estados Unidos el 40% del crudo que importa. Desde 1958, fecha en que...

En cambio, en muchos países empobrecidos ocurren casos de contaminación parecidos desde hace decenios sin merecer la atención de los medios de difusión.

El caso seguramente más extremo es el de Nigeria, que proporciona a Estados Unidos el 40% del crudo que importa. Desde 1958, fecha en que Shell empezó la explotación del subsuelo del delta del río Níger, la contaminación de suelo, vegetación y agua no ha cesado. “Hemos perdido redes, chozas y ollas. Ya no podemos pescar ni criar ganado”, dice el jefe de una comunidad. La gravísima contaminación procedente de los 606 campos de petróleo del país deja a cientos de miles de personas en la miseria. Muchos pueblos han protestado, han iniciado querellas legales para lograr indemnizaciones, algunas de las cuales han prosperado.

Se estima que en el último medio siglo se derramaron en Nigeria hasta 1,5 millones de toneladas de crudo, unas 30 o 40 veces el petróleo derramado en el golfo de México tras el primer mes del accidente. Los derrames tienen muchas causas. Los oleoductos y los depósitos están a menudo oxidados porque son viejos y no se reponen. Hay estaciones de bombeo semiabandonadas. Se estima que cada año hay más de 300 derrames mayores o menores. Todo el medio ambiente está devastado. “Si el accidente del golfo [de México] hubiera ocurrido en Nigeria, ni el Gobierno ni la empresa hubieran prestado mucha atención”, dice Ben Ikari, otro portavoz del pueblo ogoni.

Algo parecido puede decirse de lo que ocurre y ha ocurrido desde hace tiempo en Bolivia, Ecuador y en otros muchos países víctimas de la maldición de ese “oro negro” que mejor sería llamar oro sucio. Las compañías petroleras llegan, se llevan la riqueza y dejan la desolación. Así alimentamos los vientres insaciables de nuestros vehículos.

El consumo masivo de combustibles fósiles (el 80% de la energía mundial procede de fuentes fósiles) tiene, pues, unos costes que no se toman en consideración.

La historia de las fuentes de energía fósiles está llena de accidentes de esta clase.

Por último, el petróleo y el gas son causa de conflictos diplomáticos y bélicos, como es bien sabido.

Las fuentes fósiles de energía son finitas, y habrá que sustituirlas por otras, a ser posible limpias y renovables. ¿Por qué no acelerar el cambio de modelo energético, sobre todo a la vista de los innumerables inconvenientes de las fósiles? ¿Por qué no dedicar más recursos económicos a las energías renovables en lugar de poner parches en oleoductos y petroleros? Además, conviene hacer bien las cuentas, incorporando a los cálculos todos los costes, visibles e invisibles, directos e indirectos. Así veremos que la energía solar en todas sus formas, incluida la eólica, es menos cara de lo que se dice. Ojala la visibilidad del desastre del Caribe sirva para entrar en razón.

Joaquim Sempere es profesor de Teoría Sociológica y Sociología Medioambiental de la Universidad de Barcelona


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