Vivir mejor no es vivir bien (Parte II)*

En el campo de los derechos de los pueblos indígenas existe el derecho internacional a la “restitución” del territorio. Esto quiere decir, por un lado, que los pueblos indígenas han sido despojados de su territorio sin su consentimiento y, por otro lado, que el garante de sus derechos (el...

En el campo de los derechos de los pueblos indígenas existe el derecho internacional a la “restitución” del territorio. Esto quiere decir, por un lado, que los pueblos indígenas han sido despojados de su territorio sin su consentimiento y, por otro lado, que el garante de sus derechos (el Estado) tiene la obligación de reparar el daño restituyendo el territorio arrebatado. Bien, si sustituimos la palabra “territorio” por la de “relaciones” ya no estamos sólo ante un principio jurídico, sino ante una cuestión profundamente “ética”. Siendo así, esta ética emerge como interpelación, como confrontación, como “crítica”. Ustedes preguntarán: ¿crítica a qué o a quién, confrontación con qué o con quienes, interpelación a quienes?, entonces, creo yo, que se trata de una crítica, confrontación e interpelación a ese vivir que arrebata, que quita, que secuestra y que mata; es decir, al vivir mejor. Creo que es desde esta conciencia crítica que se abre la posibilidad de un nuevo guión a un viejo sueño nuestro: la vida en plenitud.

En esta circunstancia la “ética del vivir bien” se constituye en una “crítica al vivir mejor”. Pero estamos hablando no de una crítica “ocurrente” (de quien por un espíritu alto de imaginación se le ocurre criticar algo como si fuese cualquier cosa); sino de una crítica que se sostiene en la experiencia. Es por esta razón, más bien, desde esta razón que sitúo estas ideas en Bolivia. Se trata de un país periférico, todavía excluido de la historia mundial e insignificante desde el punto de vista de la productividad científica, tecnológica y económica. Un país del que, para muchos analistas, no se podría esperar nada significativo. Pero, para muchas otras miradas, se trata de un lugar donde la vitalidad quiere tomar otro rumbo. Es así, que al situarme en Bolivia, no puedo hacerlo sino desde la “política”, porque sencillamente la economía ya no es el referente único desde el cual se piense y se haga una sociedad. Contrariamente a lo que algunos analistas sugieren, no ha sido la política la que ha configurado nuestra sociedad contemporánea. Después de más de 20 años de la aplicación de un sistema económico neoliberal, la política ha pasado a un segundo plano, es más, se ha instrumentalizado, para dar paso al verdadero protagonista: la economía. Desde el año 2006 se inaugura un nuevo orden temático en la agenda de la construcción de la sociedad. Ya no es la economía el principal protagonista, sino la política. No es que ha recuperado su lugar, sino que por primera vez en la historia boliviana la política está ocupando un espacio protagónico. Como dice por ahí nuestra agenda Latinoamericana: “la política murió” –esa economía-, entonces “¡viva la política!”.

Lo dicho me remite a un segundo paso que quiero explicar a partir del subtítulo de este texto. Ustedes se preguntarán ¿qué tiene que ver la teología con la política?, y los más lanzados, sabiendo que la teología y la política tienen mucho que ver, se preguntarán ¿qué tiene que ver la teología política con la agenda de un “gobierno” que además aparece ahí como “pueblo”?, algunos dirán ¡¡es masista este tipo!! Imagino estas preguntas y reacciones porque las he experimentado en algún momento.

Muchos amigos y amigas dicen que “desde que Evo Morales es presidente hay división en el país, hay intolerancia, polarización y el racismo ha aumentado”, y yo me alegro de que la preocupación por estos temas aumente, aunque no estoy muy de acuerdo con la conclusión simplista que se hace. Creo, más bien, que estamos en un tiempo en el que vamos prestando atención a aquellas “relaciones” que antes pasaban desapercibidas en nuestra cotidianidad. Piensen, por ejemplo, en los imaginarios sociales de mucha gente que ahora está frustrada porque un “indio es presidente”, “aquel campesino, de origen aymara, sin profesión, que no habla bien el castellano, no usa corbata ni traje inglés, y además es moreno”. Imaginen el caos simbólico que este giro ha provocado. Cuando Evo Morales iba a ser posesionado todavía muchos se preguntaban si saldría con corbata o sin corbata, “por lo menos que se ponga saco para no hacer quedar mal al país” decían. Para algunos este giro simbólico supone “dejar de creer”, y para otros “empezar a creer”. En la transición referencial está la “revolución” de este tiempo; es decir, en la transición simbólica. Aquí, desde mi punto de vista, convergen la teología-política y el gobierno-pueblo, en la gestación de esa transición, en el “dejar de creer” (matar imaginarios) y en el “empezar a creer” (crear imaginarios).

* Fragmento del trabajo Presentado en el II Simposio Boliviano de Misionología, Cochabamba, 19 de septiembre de 2009


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