La caída de los progresismos no significa el fin de la fuerza popular
“Para no repetir errores del pasado, uno de los principales retos que afrontan las izquierdas consiste en enfrentar la falta de democratización efectiva al interior de ellas mismas y en reconocer su ausencia como uno de los principales elementos de inconformidad y malestar popular con los...



“Para no repetir errores del pasado, uno de los principales retos que afrontan las izquierdas consiste en enfrentar la falta de democratización efectiva al interior de ellas mismas y en reconocer su ausencia como uno de los principales elementos de inconformidad y malestar popular con los gobiernos progresistas”.
Esa es una de las conclusiones a las que llega Efraín León Hernández, docente e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y director del Seminario Permanente Espacio, Política y Capital en América Latina, en una publicación que forma parte del Anuario en Estudios Políticos Latinoamericanos 3, de la Universidad Nacional de Colombia.
León Herández aclara que la falta de democratización no es un problema que enfrenten sólo las clases políticas progresistas, sino también los propios movimientos sociales y del poder popular.
“Pienso que la disputa por la democratización no es un momento que sólo competa a los gobiernos y se resuelva simplemente como una política de gobierno, porque, además, es necesario mantener esa lucha al interior de las formas vigentes de organización política del mismo poder popular”, explica.
Desde esta perspectiva, el experto considera que la democratización interna es un reto a superar tanto para el futuro inmediato como para el largo plazo.
“En lo inmediato, para restaurar o construir el horizonte político de articulación de una fuerza popular común que le permita disputar el gobierno como medio de consolidación nacional de su poder político en franco periodo de austeridad económica y, en el largo plazo, para prepararse ante la inevitable vuelta de las contracciones económicas futuras y las dificultades que acarrearán para mantener las alianzas populares”, puntualiza León Hernández.
Estas conclusiones se sustentan en el análisis de algunas “tesis” que el investigador considera que son comunes tanto al interior de los llamados gobiernos progresistas como en aquellos donde el neoliberalismo no ha dejado de profundizarse a lo largo de todo este tiempo.
[caption id="attachment_509385" align="alignleft" width="300"] El experto mexicano Efraín León Hernández[/caption]
La intención esperada del autor es que éstos ayuden a definir “el nuevo escenario económico-político que enfrenta la izquierda en nuestra región en una nueva correlación de fuerzas políticas”. El análisis parece ser aún más pertinente ahora, considerando las inciertas transiciones que deparan a Bolivia y otros países de la región, con sus respectivas disputas internas.
Fragilidad estructural de las formas económico-políticas progresistas
La primera tesis de León Hernández es que los gobiernos progresistas son y fueron “estructuralmente frágiles en lo económico y político”. Este aspecto, empero, no es únicamente culpa del progresismo en sí, sino que se debe a la complejidad de enfrentar “la reconfiguración de un orden económico tan profundo como el capitalista dependiente” en todo el mundo.
En ese sentido, el investigador empieza por reconocer que el patrón de acumulación (capitalista) de una economía nacional no se cambia sólo por la voluntad del movimiento popular o de los gobiernos, y que tampoco se trata de un proceso interno que implique una ruptura total con el exterior y con su pasado.
Se trata, en realidad, de proyectos “que enfrentan y buscan transformar órdenes económicos extractivistas y rentistas, de escaso o nulo desarrollo de capacidades técnicas nacionales y con mercados internos desligados de la producción nacional”.
León Hernández enfatiza que es en ese aspecto donde radica “lo que desde mi perspectiva es la fragilidad económica de los esfuerzos progresistas”, y no por el proyecto progresista en sí. “Por supuesto, éste es un rasgo que las economías progresistas tienen en común con las economías neoliberales”, puntualiza.
Por otra parte, además de esta fragilidad económica, también ha existido una fragilidad política, fruto de “un tipo de alianzas políticas que no se fundamentan en la democratización del gobierno y, menos aún, en la definición del proyecto de nación”.
Esto significa que no se trataba solamente de abrir espacios para que las fuerzas populares estén insertas en la gestión de gobierno, sino, sobre todo, de que participen activamente en la definición del proyecto de nación.
A ello hay que sumar “la ausencia de una ideología suficientemente eficaz para mantener dicho propósito y que no emane de los aparatos de estado, sino de la propia fuerza popular. Este aspecto evidencia además un límite histórico: la falta de unidad política estructural entre los gobiernos progresistas y las fuerzas políticas populares que permitieron disputar a la derecha el ejercicio del gobierno”.
[caption id="attachment_509386" align="alignright" width="300"] Ciclos del capitalismo influyen en las alianzas de la izquierda con sectores populares y oligarquías[/caption]
Estabilidad, crisis y alianzas
El experto agrega que, si se enmarca estas fragilidades en el contexto de los ciclos de auge y crisis económica propios del capitalismo como sistema, es posible afirmar que “efectivamente se ha cerrado la etapa de expansión del capital que posibilitó el tipo de alianzas políticas que permitieron la llegada de gobiernos progresistas en América Latina. Un tipo de alianza política sustentada en la bonanza económica”, y que ahora, ante un nuevo ciclo recesivo, obliga a repensar aquello.
En ese sentido, las alianzas de los gobiernos progresistas con sus sectores populares se fundamentaron en mayor medida en la redistribución de riqueza y en mucha menor proporción en la democratización de sus gobiernos y definición de proyectos de nación.
“Elevar los niveles de consumo de los sectores populares ‒y en algunos casos mantener tranquilas a sus burguesías locales y oligarquías exportadoras a partir de políticas económicas de conciliación‒, se convirtió en la fórmula política que dio estabilidad a estos gobiernos”, explica León Hernández. El problema fue no se fortaleció e incluyó efectivamente a las fuerzas populares paralelamente a esto.
Así, “al demeritar estas fuerzas, y en algunos casos incluso oponerse a ellas, la estabilidad de los gobiernos dependió únicamente de la bonanza económica y no de una unidad política común que los preparara para enfrentar la contracción económica y la austeridad por llegar”.
No es el fin de la disputa por el gobierno
Si bien la caída de varios gobiernos progresistas refleja un evidente “cambio en la correlación de fuerzas políticas de la región con clara inclinación a favor de la derecha”, el investigador mexicano enfatiza que aquello “de ninguna manera supone el cierre de época de la lucha democrática” ni que las fuerzas populares hayan sido derrotadas.
Pese a las victorias electorales de Bolsonaro, Moreno y de Macri (aunque este último ya de salida tras su reciente derrota frente a los Fernández), a lo que podría agregarse la salida de Evo Morales en Bolivia (el artículo de León Hernández fue publicado mucho antes de las elecciones del 20 de octubre), el experto considera que los gobiernos de todos los Estados latinoamericanos continuarán siendo espacios políticos en disputa.
Por tanto, el reto para las clases políticas de izquierda implica restablecer un tipo de alianza con los sectores populares que les permita volver a disputar el gobierno en condiciones económicas de austeridad -incluso en Bolivia se prevé una situación difícil en el corto plazo-, así como enfrentar “el principal elemento interno de inconformidad y malestar popular: la falta de democratización efectiva”.
En este escenario, las experiencias de gobiernos progresistas que han llegado a su fin “empatan con los esfuerzos políticos vigentes en las economías neoliberales de América Latina, que mantienen el impulso para articular la fuerza popular de unidad suficiente para disputarle el gobierno a las fuerzas de derecha”, afirma.
Será entonces imprescindible que los sectores de la izquierda, estén o no en gobierno, apuren el trabajo y la creatividad para renovar las alianzas con los sectores populares desde lugares distintos a la promesa de consumo.
[caption id="attachment_509387" align="alignnone" width="492"] En Chile, Ecuador y Colombia amplios sectores movilizados también toman las calles[/caption]
¿Fin de la fuerza popular?: “De ninguna manera”
Para el docente e investigador de la UNAM, “la contracción de capital (crisis o desaceleración económica), la falta de democratización política de las experiencias progresistas o el fin de algunos de sus gobiernos”, no implican el fin de la izquierda y la fuerza popular. “De ninguna manera”, explicita.
De esta manera, el “cambio de época” que se vive en el continente no se caracteriza por la disminución de la fuerza social organizada ni del poder popular, sino por su “reconfiguración y en algunos casos revitalización”.
Por tanto, León Hernández no está entre quienes temen el “fin de la historia” o un retroceso e inamovilidad del neoliberalismo. Al contrario, en los países que tuvieron un reciente viraje neoliberal o una profundización de éste, lo que esto ha ocasionado es más bien “incrementar el malestar y la indignación sociales conforme se profundizan las desigualdades y las injusticias sociales”.
No es casual, afirma, que de manera paralela al retorno de gobiernos neoliberales haya emergido también un “sinnúmero de procesos de organización social que hoy día se encuentra en América Latina; en unos casos denunciado la devastación social y ambiental de décadas continuadas de neoliberalismo, en otros, evitando la vuelta de estas políticas económicas y sus potenciales impactos en las clases populares”.
Hay incluso quienes, desde análisis enfocados a partir el proceso boliviano, piensan que esta es incluso una oportunidad para recomponer las fuerzas sociales, antes cooptadas o confundidas por la inclusión parcial en la gestión estatal, y para renovar y refrescar liderazgos que estén libres de los viejos anclajes. Más aún considerando que los movimientos populares no están en retroceso, sino reorganizándose ante los nuevos contextos nacionales y regionales.
Reconocer y reconstruir
El experto considera que, en el nuevo contexto, “lo importante para la izquierda es percibir también que con los gobiernos neoliberales se han vuelto más complejas las estrategias de dominio que han madurado por todos flancos en que se dirime la guerra entre clases sociales”.
[caption id="attachment_509389" align="alignright" width="300"] Auguran que “el fin de la historia” está muy lejos de ser una realidad[/caption]
Así, hay también una nueva capacidad “de las clases dominantes” para generar gobernabilidad “a partir de la violencia y el miedo, en legitimarse ‘democráticamente’ sin políticas redistributivas de riqueza y en mantener la organización social atomizada para evitar una fuerza política unitaria” que pueda disputarle el gobierno nuevamente.
Lo que León Herández espera de su análisis es que ayude a entender y definir el nuevo escenario económico-político que enfrenta no sólo la izquierda sino también los movimientos sociales y populares en la región, frente a la nueva (¿temporal?) correlación de fuerzas políticas.
“Vivimos una franca reconfiguración del escenario político en el que en los próximos años se dirimirán las luchas populares en América Latina y, por supuesto, la lucha de clases, la cual, de ninguna manera ha implicado un fin de ciclo de la izquierda en nuestra región”, reafirma.
Esa es una de las conclusiones a las que llega Efraín León Hernández, docente e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y director del Seminario Permanente Espacio, Política y Capital en América Latina, en una publicación que forma parte del Anuario en Estudios Políticos Latinoamericanos 3, de la Universidad Nacional de Colombia.
León Herández aclara que la falta de democratización no es un problema que enfrenten sólo las clases políticas progresistas, sino también los propios movimientos sociales y del poder popular.
“Pienso que la disputa por la democratización no es un momento que sólo competa a los gobiernos y se resuelva simplemente como una política de gobierno, porque, además, es necesario mantener esa lucha al interior de las formas vigentes de organización política del mismo poder popular”, explica.
Desde esta perspectiva, el experto considera que la democratización interna es un reto a superar tanto para el futuro inmediato como para el largo plazo.
“En lo inmediato, para restaurar o construir el horizonte político de articulación de una fuerza popular común que le permita disputar el gobierno como medio de consolidación nacional de su poder político en franco periodo de austeridad económica y, en el largo plazo, para prepararse ante la inevitable vuelta de las contracciones económicas futuras y las dificultades que acarrearán para mantener las alianzas populares”, puntualiza León Hernández.
Estas conclusiones se sustentan en el análisis de algunas “tesis” que el investigador considera que son comunes tanto al interior de los llamados gobiernos progresistas como en aquellos donde el neoliberalismo no ha dejado de profundizarse a lo largo de todo este tiempo.
[caption id="attachment_509385" align="alignleft" width="300"] El experto mexicano Efraín León Hernández[/caption]
La intención esperada del autor es que éstos ayuden a definir “el nuevo escenario económico-político que enfrenta la izquierda en nuestra región en una nueva correlación de fuerzas políticas”. El análisis parece ser aún más pertinente ahora, considerando las inciertas transiciones que deparan a Bolivia y otros países de la región, con sus respectivas disputas internas.
Fragilidad estructural de las formas económico-políticas progresistas
La primera tesis de León Hernández es que los gobiernos progresistas son y fueron “estructuralmente frágiles en lo económico y político”. Este aspecto, empero, no es únicamente culpa del progresismo en sí, sino que se debe a la complejidad de enfrentar “la reconfiguración de un orden económico tan profundo como el capitalista dependiente” en todo el mundo.
En ese sentido, el investigador empieza por reconocer que el patrón de acumulación (capitalista) de una economía nacional no se cambia sólo por la voluntad del movimiento popular o de los gobiernos, y que tampoco se trata de un proceso interno que implique una ruptura total con el exterior y con su pasado.
Se trata, en realidad, de proyectos “que enfrentan y buscan transformar órdenes económicos extractivistas y rentistas, de escaso o nulo desarrollo de capacidades técnicas nacionales y con mercados internos desligados de la producción nacional”.
León Hernández enfatiza que es en ese aspecto donde radica “lo que desde mi perspectiva es la fragilidad económica de los esfuerzos progresistas”, y no por el proyecto progresista en sí. “Por supuesto, éste es un rasgo que las economías progresistas tienen en común con las economías neoliberales”, puntualiza.
Por otra parte, además de esta fragilidad económica, también ha existido una fragilidad política, fruto de “un tipo de alianzas políticas que no se fundamentan en la democratización del gobierno y, menos aún, en la definición del proyecto de nación”.
Esto significa que no se trataba solamente de abrir espacios para que las fuerzas populares estén insertas en la gestión de gobierno, sino, sobre todo, de que participen activamente en la definición del proyecto de nación.
A ello hay que sumar “la ausencia de una ideología suficientemente eficaz para mantener dicho propósito y que no emane de los aparatos de estado, sino de la propia fuerza popular. Este aspecto evidencia además un límite histórico: la falta de unidad política estructural entre los gobiernos progresistas y las fuerzas políticas populares que permitieron disputar a la derecha el ejercicio del gobierno”.
[caption id="attachment_509386" align="alignright" width="300"] Ciclos del capitalismo influyen en las alianzas de la izquierda con sectores populares y oligarquías[/caption]
Estabilidad, crisis y alianzas
El experto agrega que, si se enmarca estas fragilidades en el contexto de los ciclos de auge y crisis económica propios del capitalismo como sistema, es posible afirmar que “efectivamente se ha cerrado la etapa de expansión del capital que posibilitó el tipo de alianzas políticas que permitieron la llegada de gobiernos progresistas en América Latina. Un tipo de alianza política sustentada en la bonanza económica”, y que ahora, ante un nuevo ciclo recesivo, obliga a repensar aquello.
En ese sentido, las alianzas de los gobiernos progresistas con sus sectores populares se fundamentaron en mayor medida en la redistribución de riqueza y en mucha menor proporción en la democratización de sus gobiernos y definición de proyectos de nación.
“Elevar los niveles de consumo de los sectores populares ‒y en algunos casos mantener tranquilas a sus burguesías locales y oligarquías exportadoras a partir de políticas económicas de conciliación‒, se convirtió en la fórmula política que dio estabilidad a estos gobiernos”, explica León Hernández. El problema fue no se fortaleció e incluyó efectivamente a las fuerzas populares paralelamente a esto.
Así, “al demeritar estas fuerzas, y en algunos casos incluso oponerse a ellas, la estabilidad de los gobiernos dependió únicamente de la bonanza económica y no de una unidad política común que los preparara para enfrentar la contracción económica y la austeridad por llegar”.
No es el fin de la disputa por el gobierno
Si bien la caída de varios gobiernos progresistas refleja un evidente “cambio en la correlación de fuerzas políticas de la región con clara inclinación a favor de la derecha”, el investigador mexicano enfatiza que aquello “de ninguna manera supone el cierre de época de la lucha democrática” ni que las fuerzas populares hayan sido derrotadas.
Pese a las victorias electorales de Bolsonaro, Moreno y de Macri (aunque este último ya de salida tras su reciente derrota frente a los Fernández), a lo que podría agregarse la salida de Evo Morales en Bolivia (el artículo de León Hernández fue publicado mucho antes de las elecciones del 20 de octubre), el experto considera que los gobiernos de todos los Estados latinoamericanos continuarán siendo espacios políticos en disputa.
Por tanto, el reto para las clases políticas de izquierda implica restablecer un tipo de alianza con los sectores populares que les permita volver a disputar el gobierno en condiciones económicas de austeridad -incluso en Bolivia se prevé una situación difícil en el corto plazo-, así como enfrentar “el principal elemento interno de inconformidad y malestar popular: la falta de democratización efectiva”.
En este escenario, las experiencias de gobiernos progresistas que han llegado a su fin “empatan con los esfuerzos políticos vigentes en las economías neoliberales de América Latina, que mantienen el impulso para articular la fuerza popular de unidad suficiente para disputarle el gobierno a las fuerzas de derecha”, afirma.
Será entonces imprescindible que los sectores de la izquierda, estén o no en gobierno, apuren el trabajo y la creatividad para renovar las alianzas con los sectores populares desde lugares distintos a la promesa de consumo.
[caption id="attachment_509387" align="alignnone" width="492"] En Chile, Ecuador y Colombia amplios sectores movilizados también toman las calles[/caption]
¿Fin de la fuerza popular?: “De ninguna manera”
Para el docente e investigador de la UNAM, “la contracción de capital (crisis o desaceleración económica), la falta de democratización política de las experiencias progresistas o el fin de algunos de sus gobiernos”, no implican el fin de la izquierda y la fuerza popular. “De ninguna manera”, explicita.
De esta manera, el “cambio de época” que se vive en el continente no se caracteriza por la disminución de la fuerza social organizada ni del poder popular, sino por su “reconfiguración y en algunos casos revitalización”.
Por tanto, León Hernández no está entre quienes temen el “fin de la historia” o un retroceso e inamovilidad del neoliberalismo. Al contrario, en los países que tuvieron un reciente viraje neoliberal o una profundización de éste, lo que esto ha ocasionado es más bien “incrementar el malestar y la indignación sociales conforme se profundizan las desigualdades y las injusticias sociales”.
No es casual, afirma, que de manera paralela al retorno de gobiernos neoliberales haya emergido también un “sinnúmero de procesos de organización social que hoy día se encuentra en América Latina; en unos casos denunciado la devastación social y ambiental de décadas continuadas de neoliberalismo, en otros, evitando la vuelta de estas políticas económicas y sus potenciales impactos en las clases populares”.
Hay incluso quienes, desde análisis enfocados a partir el proceso boliviano, piensan que esta es incluso una oportunidad para recomponer las fuerzas sociales, antes cooptadas o confundidas por la inclusión parcial en la gestión estatal, y para renovar y refrescar liderazgos que estén libres de los viejos anclajes. Más aún considerando que los movimientos populares no están en retroceso, sino reorganizándose ante los nuevos contextos nacionales y regionales.
Reconocer y reconstruir
El experto considera que, en el nuevo contexto, “lo importante para la izquierda es percibir también que con los gobiernos neoliberales se han vuelto más complejas las estrategias de dominio que han madurado por todos flancos en que se dirime la guerra entre clases sociales”.
[caption id="attachment_509389" align="alignright" width="300"] Auguran que “el fin de la historia” está muy lejos de ser una realidad[/caption]
Así, hay también una nueva capacidad “de las clases dominantes” para generar gobernabilidad “a partir de la violencia y el miedo, en legitimarse ‘democráticamente’ sin políticas redistributivas de riqueza y en mantener la organización social atomizada para evitar una fuerza política unitaria” que pueda disputarle el gobierno nuevamente.
Lo que León Herández espera de su análisis es que ayude a entender y definir el nuevo escenario económico-político que enfrenta no sólo la izquierda sino también los movimientos sociales y populares en la región, frente a la nueva (¿temporal?) correlación de fuerzas políticas.
“Vivimos una franca reconfiguración del escenario político en el que en los próximos años se dirimirán las luchas populares en América Latina y, por supuesto, la lucha de clases, la cual, de ninguna manera ha implicado un fin de ciclo de la izquierda en nuestra región”, reafirma.