Marihuana y “olvido”, un cáncer en la educación weenhayek
Un buzo azul despintando por el sol y una polera arrugada antes roja, ahora naranja cubren los sueños de Daner, un niño de cuarto de primaria que recorre el camino de tierra que lleva a la escuela Misión Sueca de Capirendita, una comunidad weenhayek ubicada a 20 minutos de Villa...



Mira y sonríe mientras arrastra sus desgarradas chancletas. “Cuando salga de la escuela quiero ser gobernador”, dice con el pecho inflado y como quien hace su más grande travesura escapa hacia una pequeña casa de adobe de Capirendita. Se mete sigiloso entre unas viejas ollas y mira sonriente desde una rendija que deja escapar la inocencia de su mirada.
En la escuela Sueca estudian 397 alumnos weenhayeks que al igual que Daner tienen grandes sueños. Quieren ser médicos, otros abogados, unos cuantos enfermeros y la mayoría maestros. Más aún, sus sonrisas y sus traviesos pasos ignoran la burocracia, la falta de oportunidades y la pobreza que los asecha.
[gallery type="rectangular" size="large" td_select_gallery_slide="slide" td_gallery_title_input="La vida de los niños y jóvenes weenhayeks" ids="58659,58656,58657,58658,58660,58661"]
El artículo 82 de la Constitución Política del Estado (CPE) garantiza el acceso a la educación en igualdad de condiciones para todos, pero además, compromete al Estado a apoyar a los estudiantes con menos posibilidades económicas para que accedan a los diferentes niveles del sistema educativo.
Esto a través de recursos económicos, programas de alimentación, vestimenta, transporte, material escolar y en áreas dispersas con residencias estudiantiles.
Sin embargo, y pese a lo que manda la carta magna del Estado Plurinacional de Bolivia, en el sur del país, a la orilla del emblemático río Pilcomayo, se encuentra uno de los pueblos indígenas que fue y es parte de las 36 razones por las que el presidente Evo Morales impulsó una Constitución más “inclusiva”.
Se trata del pueblo Weenhayek. Ahí, los niños, adolescentes y jóvenes aunque tienen acceso libre a la enseñanza, ésta tiene grandes deficiencias y no poseen una buena alimentación, por lo que deben remar contra la corriente para acceder a estos derechos.
Lo hacen pasando clases en infraestructuras de hace 50 años, sentándose de a dos en un asiento, pidiendo lápices, hojas y cuadernos a los profesores para avanzar la materia, esperando hasta el mediodía para comer el primer alimento de la jornada y aguantando temperaturas que superan los 40 grados.
A esto, se suma la cruda realidad económica de esta nación indígena, que históricamente sustenta su economía en la pesca. Más aún, este año por diversos factores como la contaminación minera, los grandes bañados en Argentina y la sedimentación excesiva, no hubo una buena pesca y los pobladores se vieron con los bolsillos vacíos.
Hoy los weenhayeks no tienen dinero, no tienen trabajo y mucho menos pueden comprar libros, cuadernos y útiles para sus hijos.
Intentos económicos de subsistencia weenhayek
Intentos de subsistencia de los weenhayeks by El País Tarija on Scribd
La realidad se vuelve aún más cruda cuando caminando por la quebrada y calles de Capirendita, se ve por los suelos botellas plásticas de alcohol, regadas por doquier y pipas de papel estaño. No tardan los relatos sobre niños que desde los 13 años renunciaron a sus sueños y fueron atrapados por los vicios.
Las profesoras, dirigentes, estudiantes y hasta sus propias familias, admiten que sus niños, niñas y adolescentes han caído en las drogas. Hoy muchos fuman marihuana, producto de esto dejan poco a poco sus estudios. Así, sus sueños, fueron cambiados por una pipa de papel estaño, un bote de alcohol y algunos cigarros. Para comprar esto han aprendido a robar a sus amigos e incluso a sus propias familias.
La realidad en las comunidades del pueblo weenhayek es dura y esa pesada carga es soportada por espaldas y mentes jóvenes que a diario dejan de soñar. En esta investigación les presentamos una parte de este diario vivir.
“Las autoridades tienen que mirar la necesidad de los pueblos, deben dar un vistazo, porque no es como dicen que Bolivia está saliendo de la pobreza, estamos viviendo la extrema pobreza”, declaró Martín Chávez, uno de los maestros de Capirendita e historiador indígena de este pueblo.
[caption id="attachment_58635" align="alignnone" width="1920"] Pipas de papel estañado en el lugar de consumo de marihuana[/caption]
Sin útiles ni asientos, el drama en las escuelas
Los profesores deben comprar con su dinero hojas y lápices para repartir a los alumnos
[caption id="attachment_58637" align="alignnone" width="1920"] Los profesores deben prestarse sillas para evitar que sus estudiantes estén parados[/caption]
Sentada en el patio de su casa porque ya terminó con su trabajo en la escuela, Reyna Cortez deja por un momento las tareas habituales de su hogar y cuenta cómo está la educación en su pueblo. Ella es madre de familia y una de las varias profesoras weenhayek de esta nación, enseña al nivel primario en Capirendita y asegura que las cosas están “mal, muy mal”.
Con tristeza profunda revela que no tienen sillas, no tienen mesas, los libros y material escolar que antes les daban es cosa del pasado. Hoy son los mismos profesores, quienes para lograr avanzar las materias, deben comprar lápices u hojas de papel para distribuir a sus estudiantes, pues ellos van sin nada a pasar clases.
“Estoy viendo que es muy difícil trabajar con niños ahora. Antes había pescado y era cuando ellos se compraban los útiles, se compraban para vestirse y ahora que no hay pescado me dan pena. Muchos vienen con chinelitas y no tienen nada de útiles (…) uno tiene que comprar de su bolsillo. Así está la situación, es preocupante”, relata.
Cuenta que anteriormente los maestros recibían material y libros para dar las clases de forma bilingüe, (en su idioma y en castellano), pero revela que desde que la Misión Sueca se fue y se apagó el boom de los hidrocarburos en la región chaqueña, son ellos mismos quienes deben elaborar sus libros de enseñanza para mantener su idioma.
El pueblo weenhayek goza de un calendario regionalizado en Bolivia, es decir, pasan clases en tiempos distintos debido a su naturaleza y sobre todo a la pesca. Su año escolar empieza en agosto y termina en abril del año siguiente. Este cambio se debe a que en temporada de pesca, familias enteras se volcaban al río para pescar y así generar algunos ingresos para sus familias. La actividad dejaba vacías las escuelas en esta época.
Por esta razón en el año 2015, mediante Resolución Ministerial Nº 419/2015, el Ministerio de Educación de Bolivia aprobó el calendario regionalizado en las unidades educativas, situadas en el pueblo y nación weenhayek. El objetivo era no perjudicarles en la educación y reconocer su cultura.
Sin embargo, este mismo calendario les ha ocasionado muchos problemas, como la falta de asignación de recursos justos y oportunos para las escuelas weenhayeks por parte de las autoridades educativas y municipales, una razón es que ocupan dos años calendario para un año escolar.
Sumado a esto, ya son una constante los problemas que tienen con las universidades y normales (centro de capacitación para profesores) a la hora de la inscripción de los egresados de las unidades educativas de este pueblo.
Pero parte de estos problemas se ve también a 40 kilómetros de la ciudad de Villa Montes, donde hay una pequeña y olvidada escuela que sirve a la vez de depósito y centro de producción de productos de algarrobo. Se trata de la escuelita de la comunidad de Bella Esperanza, ahí sólo se brindan clases al nivel inicial (kínder) y primario (básico).
Faltan 30 minutos para el mediodía y el profesor, también indígena, está por irse. La única aula habilitada está cerrada, pero él tiene una explicación para ello.
“Lo que pasa es que salimos a las doce pero ahora estamos saliendo a las 11.30 porque no tenemos todavía la respectiva merienda. No nos ha llegado hasta ahorita y mientras esperamos tenemos que estar pasando clases hasta las 11.30, porque la educación también cansa”, dice Adrián Salazar, un profesor con cinco años de trayectoria en esta comunidad.
Explica que a esa escuela van niños de comunidades cercanas que quedan a 4 o 5 kilómetros. Sin embargo, el no tener el desayuno o almuerzo, y avanzar la materia toda la mañana, hace que los niños se cansen y tengan hambre, por lo que los despacha para que vayan hasta sus casas a buscar algo de comer.
Al igual que Reyna, él también cuenta que debe comprar cuadernos y lápices para regalar a sus estudiantes si quiere avanzar, muestra que su aula no tiene asientos ni sillas, por lo que a diario se prestan algunas de las viviendas cercanas. Más aún un problema preocupante es el tener que dar clases tanto al nivel inicial como al primario al mismo tiempo, puesto que lidiar con los más pequeños (kínder)- asegura- que es muy complicado.
[caption id="attachment_58639" align="alignnone" width="1024"] Muchos profesores se han acortado sus horas para dar un descanso a sus estudiantes a falta de comida[/caption]
Sin embargo, para el nivel secundario las complicaciones son similares. Los estudiantes del nivel secundario en Capirendita pasan clases en instalaciones improvisadas, pues si bien es una infraestructura nueva, esas aulas fueron diseñadas para un centro de educación técnica humanística que nunca fue equipado, por lo que al no estar usándose la infraestructura, mandaron a los de secundaria a pasar clases ahí. “Tenemos más que todo el problema del mobiliario, porque los chicos están pasando clases a veces sentados en el piso, no hay sillas, están de tres y yo por ejemplo tuve que irme a prestar hacer rato para mi clase porque están haciendo un práctico y los chicos están parados”, dice Liliana Gallardo, profesora de secundaria de la unidad educativa Misión Sueca.
Al igual que sucede en primaria, ella también se ha visto en la necesidad de comprar hojas de papel bond, lápices y partirlos a la mitad para darles a sus estudiantes. Pero, al ser esta unidad, una de las tres que posee todo el pueblo weenhayek con nivel secundario, sus alumnos vienen de comunidades más alejadas que quedan a 40 y 50 kilómetros o más. Por esta razón deben quedarse toda la semana en una residencia.
Sólo 3 bolivianos para desayunar y almorzar
El Municipio de Villa Montes destina 1,40 bolivianos para el desayuno y 1,60 bolivianos para el almuerzo por cada estudiante del área dispersa
[caption id="attachment_58643" align="alignnone" width="1024"] El menú se basa principalmente en sopas y algún día un guiso[/caption]
Son las doce del mediodía y los más pequeños son los primeros en salir corriendo de sus aulas para dirigirse al comedor de la unidad educativa Misión Sueca. Las mesas y sillas que son fijas y están hechas de ladrillo y cemento comienzan a llenarse de a poco, pero no en su totalidad, pues la mayoría rodeó a Carol Cuellar, la cocinera de la escuela.
Desordenados y apegados a las ollas están los niños esperando su comida, Carol junto a sus dos compañeras se las ingenian para poner orden y repartir la comida a los casi 400 estudiantes que ahí pasan clases.
Es una sopa de fideo, alimento básico para ellos. Pero hay prisa, los estómagos se retuercen y el hambre hace que los niños coman su sopa incluso caminando mientras se dirigen a sentarse a una de las mesas del comedor. Otros se van a sus casas, porque les queda cerca.
Por el momento, es imposible hablar con ellos, pues además de su naturaleza tímida y el poco dominio que poseen del español, están hambrientos y apurados.
Éste es el primer y único alimento que comieron desde que despertaron hasta las 12.30. La sopa es para ellos su desayuno escolar, o como dicen las autoridades educativas y del Municipio, la alimentación “complementaria”, obligatoria según la CPE.
“Yo cocino y doy alimento a todos, a las 12 servimos el almuerzo, no he contado los niños pero son muchos. Hay veces que cocino dos a tres ollas. A veces hacemos sopa, otras veces fideo, sopa de arroz, guiso de fideo”, dice a regañadientes Carol, pues es demasiado tímida y más aún con los foráneos.
Consultada sobre si les dan sólo almuerzo al mediodía o también desayuno, ella dice enfáticamente que no, pues no alcanza. “Ahora ya no están los chicos tomando desayuno porque no hay plata, y los chicos hay veces piden desayuno, pero esperan al almuerzo nomas, porque han dicho que no alcanza la plata”, explica.
La información fue también corroborada por los estudiantes, quienes informaron que no desayunan, pues si lo hacen ya no reciben almuerzo. Este motivo hace que prefieran esperar al mediodía para recién comer.
Unos metros más allá del comedor, a un costado de las aulas de la escuela técnica humanística, están los estudiantes de la promoción de Capirendita. Trabajan con picota, pala y carretilla en mano. Están siendo supervisados por su maestra y como no hay muchas herramientas, unos se refugian por un momento en la sombra de un árbol a esperar su turno.
-¿Qué estás haciendo? se consultó a Omar Aurelio, estudiante de la promoción de la Misión Sueca.
-“Ahorita estoy carpiendo para cosechar papas y verduras”.
-¿No tienen aquí?
-“Tenemos, pero es muy costoso. Hay días que no hay desayuno y almuerzo”.
[caption id="attachment_58645" align="alignnone" width="1920"] Ante el recorte presupuestario para su almuerzo, los estudiantes siembran sus verduras[/caption]
Viviana, profesora del nivel secundario de la unidad explica que trabajan la huerta escolar, debido a que ya no cuentan con el apoyo del Municipio en la compra de las verduras para su alimentación, por lo que decidieron hacer la prueba con el cultivo.
“Nos dan la alimentación pero nos están restringiendo, dicen que no hay dinero. Solamente nos dan la carne y las verduras a veces tenemos que comprarlas los profesores de a poquito. El año pasado empezamos a flaquear, por eso hemos implementado el huerto escolar para ver cómo nos resulta”, detalla.
Afirma tener toda clase de semillas y revela que reciben capacitación del Centro de Estudios Regionales para el Desarrollo de Tarija (Cerdet), para cultivar sus huertas. “Hemos plantado papas, tenemos cebollas, tomates, zanahorias, acelgas, perejil y ya están en los almácigos”, dice mientras explica que esperan cosechar pronto su primera producción.
En la Dirección Distrital de Educación hay poca información sobre el manejo del desayuno escolar, puesto que es competencia del Municipio. Por lo que se consultó al respecto a Henry Rodríguez Veramendi, jefe de unidad de Servicios Integrales del Gobierno Municipal de Villa Montes y que tiene bajo su tutela la alimentación complementaria.
Según dice todos los estudiantes de aquel municipio, tanto del área urbana como dispersa, reciben su alimentación complementaria, es decir, su desayuno y merienda (mediodía). Para esto el Municipio en esta gestión presupuestó 5 millones de bolivianos, lo que fue licitado a empresas locales, para que realicen la elaboración de los alimentos y su distribución.
La cifra parece alta, más aún la ilusión desaparece cuando se traduce en presupuesto por estudiante. Cada uno tiene 1,40 bolivianos para el desayuno y 1,60 para el almuerzo, es decir 3 bolivianos en total por día para su alimentación complementaria.
“Hemos comenzado a hacer esto desde el primero de agosto. No tenemos ningún problema hasta el momento y estamos cumpliendo con lo presupuestado”, dice Rodríguez.
Un internado para seguir soñando
Pese a que las condiciones en las que viven son precarias, muchos de los beneficiarios aseguran que aquí están mejor que en sus casas
[caption id="attachment_58646" align="alignnone" width="1024"] Hay ventanas rotas por donde entra el frío y algunos duermen en el suelo[/caption]
Falta poco para que sean las seis de la tarde, algunas niñas se asean en un lavadero que se encuentra a la intemperie mientras otras estudian con una misionera y unas cuantas descansan en su habitación. La mayoría de los chicos está en su cuarto y uno que otro camina por las dependencias del internado.
Se trata del Internado Weenhayek de Capirendita. Éste alberga a estudiantes que cursan secundaria y que viven en las comunidades más alejadas como San Bernardo, Resistencia, Tero Tero o Purísima. Ellos se hospedan ahí para continuar sus estudios. Llegan los domingos en la noche en un transporte pagado por el Municipio y se van los viernes a sus comunidades para estar al menos dos días con sus padres.
Pese a que las condiciones en las que viven son precarias, muchos de los beneficiarios aseguran que aquí están mejor que en sus casas, pero además, dicen que es la única opción que tienen si quieren continuar estudiando, puesto que en sus comunidades las escuelitas ofrecen solamente el nivel primario.
Ernesto Noku Castillo es weenhayek y director del internado, cuenta que las infraestructuras datan de hace 30 a 40 años. Éstas fueron construidas con apoyo municipal, pero también cuando la Misión Sueca estaba aquí. Tienen una capacidad para albergar a 40 estudiantes, 20 mujeres y 20 varones. Hasta los últimos días de agosto de 2018 tenían 32 beneficiarios.
Dos salones grandes, despintados y con varias ventanas rotas son los espacios donde las 20 mujeres y los 20 varones descansan diariamente. Ahí las literas de madera, gastadas por el tiempo, sostienen por las noches el cansancio de quienes aún sueñan. Sin embargo, hay también muchos colchones en el piso, donde duermen los “menos suertudos” como dice un estudiante.
Richard Suárez está en la promoción, tiene 19 años, es de la comunidad de Resistencia, ubicada a 40 kilómetros de Villa Montes, es su último año en la residencia. “Vengo aquí porque es cómodo, aunque quizá es lo mismo – analiza y se arrepiente de lo dicho-. De inmediato explica que en el internado les hace falta muchas cosas como colchas y colchones, “hay ventanas que están rotas y por ahí pasa el frío. Hay que arreglar”, detalla.
“Aquí dormimos quince chicos y lo que más hace falta es la alimentación, porque hay veces que llega y otras no. Yo creo que eso es injusto porque no comemos (…) yo veo que a las cuatro o seis de la tarde nos dan comida, pero no hemos desayunado, ni nada. No es normal, porque muchos queremos desayunar y todo eso, pero todo está desordenado aquí”, continúa.
“Lo único que quiero es salirme y después tomaré una decisión. Pero lo que más me interesa es la salud de todos”, añade, mientras sus compañeros lo respaldan y muestran las ventanas rotas.
¿Es difícil estar aquí? se le pregunta y asiente con la cabeza. “Sí, pero ni modo, cuando uno quiere estudiar tiene que seguir nomas”, añade.
[caption id="attachment_58647" align="alignnone" width="1920"] Los estudiantes se quejan de las condiciones en las que está el internado[/caption]
Más allá en una vieja pared, como ocultando su presencia, está un letrero que resume el reglamento del internado: “Todos los estudiantes deberán desayunar y almorzar en la escuela”. Ésta es sólo de una las reglas que se burla de frente en un país como Bolivia.
La marihuana, la intrusa de sus sueños
Un estudiante de la Escuela Misión Sueca en el pueblo Weenhayek admite que fuma marihuana desde hace cuatro años, empezó a los doce...
Cerca del internado, acompañado de su tía, hermanos, primos y vecinos, un muchacho -al que llamaremos José- no está seguro de contarnos su historia. Dice que no sabe hablar castellano, que sólo habla su idioma, pero tras escuchar que no será filmado, ni se revelará su verdadero nombre, finalmente accede y poco a poco se va alejando de quienes estaban a su lado.
Temeroso y desconfiado camina vacilante entre los árboles y matorrales hasta llegar a un lugar alejado, vacío y mudo, que queda al lado de una quebrada. Viste un pantalón jean oscuro, unas zapatillas gastadas, un canguro rojo y una gorra “rapera”, que se la quita cuando comienza a hablarnos.
Impaciente, y jugueteando con sus pies en la tierra, espera las preguntas. Ahora sí… el menor de 16 años está listo para contar su historia, algo de lo que jamás habría hablado a “ajenos” pero que sus padres saben.
José es estudiante de la Escuela Misión Sueca en el pueblo Weenhayek. Dice que fuma marihuana desde hace cuatro años, empezó a los doce. Afirma que al igual que él, muchos de sus amigos lo hacen y cuenta que quienes lo acompañan en esas tardes de “relajación” tienen entre 14, 15, 16, 17 Y 18 años.
El País (EP).- ¿Cuántos años tienes?
José (J).- 16
EP.- ¿Estudias?
J.- Sí
EP.- ¿Por qué vas al colegio?
J.- Porque quiero estudiar
EP.- Me dijeron que fumas marihuana ¿Es cierto eso?
J.- Sí
EP.- ¿Por qué fumas?
J.- Me hace sentir bien, relajado.
EP.- ¿Fumas todos los días?
J.- No. hay veces. Depende si tengo la marihuana.
EP.- ¿Cómo consigues?
J.- Con plata, compro a 10 bolivianos una bolsita (explica con las manos).
EP.- ¿Eso fumas solito?
J.- Con mis amigos
EP.- ¿Son muchos los que fuman? ¿Cuántos?
J.- Muchos son, no sé cuántos serán, pero son hartos.
EP.- ¿A qué edad empezaste a fumar?
J.- Desde los 12.
EP.- ¿Y tus otros amigos de que edades son?
J.- De 15, 16, 17 y 18 años.
Según revelaron los pobladores de Capirendita a El País, un sujeto que radica en Villa Montes va hasta la comunidad en motocicleta a vender marihuana y lo hace en inmediaciones de la quebrada. Los precios oscilan entre 10 a 20 bolivianos, por lo que este vicio se está extendiendo entre los adolescentes y jóvenes weenhayeks.
Una vecina de la zona, quien pide guardar su nombre en reserva, dice tener temor sobre lo que pase, pues tiene familiares que cayeron en las drogas y teme que sus hijos se junten con ellos y entren a este vicio. Explica que ha sido testigo de cómo los menores que se dedican a esto van dejando sus estudios, pero además, como van robando inclusive a sus mismas familias con tal de comprar su “antojo”.
La quebrada que bordea la comunidad de Capirendita es la zona donde los jóvenes fuman marihuana, está rodeada por una arboleda. Al caminar por ahí en horas de la tarde se ve a grupos de jóvenes a lo lejos, éstos al percatarse de la presencia de extraños, se van corriendo. Al llegar al lugar preciso, es sencillo determinar que quienes escaparon estaban fumando marihuana. En el suelo hay envoltorios y pipas rústicas hechas por ellos mismos.
Los sueños rotos
La ayuda sueca es la que más recuerdan, y desde que los misioneros se fueron, sumado a la declive del Pilcomayo, poco a poco van perdiendo la fe en el estudio
[caption id="attachment_58650" align="alignnone" width="1024"] Robert Quinteros es el capitán grande de la comunidad de Aguaray[/caption]
El camino para llegar a la comunidad de Aguaray se muestra silencioso y se pierde en la llanura chaqueña. Robert Quinteros está atrasado y contactarlo es imposible, lleva casi 20 minutos de retraso, pero cuando la esperanza de encontrarlo se esfuma, el ronquido de una moto rompe el silencio. “¡Ahí está!”, dice su padre.
Robert Quinteros es el capitán grande de la comunidad de Aguaray, quien con tan solo 25 años se ha ganado el respeto de sus vecinos y ha sido designado como máxima autoridad en su zona. Él ha terminado el bachillerato y es uno de los tantos jóvenes weenhayek al que los sueños de profesionalizarse se le han roto en el camino.
“Yo quería ser profesor, pero es muy difícil, por ese tema de la distancia y el tema económico, así que no pude seguir estudiando”, dice al contar que salir bachiller fue toda una odisea. Recuerda que para ir de Algarrobal (su comunidad de origen) hasta Capirendita (escuela), debía ir en bicicleta, todos los días y lo hacía en 2 a 3 horas.
Él ahora no tiene trabajo y sólo se dedica a la vida dirigencial, pero pese al sacrificio no se arrepiente de haber salido bachiller, pues dice que lo aprendido en las aulas le sirve para ir a las instituciones públicas y pelear con argumentos por los derechos de su gente.
“Yo sigo con el pensamiento de estudiar, de ser alguien más allá, eso es lo que más quisiera yo, continuar con mis estudios (…) el único problema es el tema económico, muchos jóvenes tienen ese sueño de seguir, pero el problema es ése”, dice a tiempo de pedir a las autoridades becas para seguir estudiando.
Gilberto Márquez es asambleísta departamental, él representa a su pueblo weenhayek en la Asamblea Legislativa de Tarija. Ostenta con orgullo el título de ser abogado y el primer profesional titulado de todo su pueblo, incluyendo las comunidades que se encuentran en el vecino país de Argentina. Dice que eso fue posible gracias a la Misión Sueca y a otras instituciones que lo respaldaron.
Años antes, en la época de la recordada Misión Sueca, los misioneros evangélicos impulsaban a los weenhayeks en sus estudios. Para esto los becaron pagándoles hospedaje y alimentación en Tarija, durante todo el tiempo que duraba la universidad. La Juan Misael Saracho les otorgó acceso libre y el Centro de Estudios Regionales para el Desarrollo de Tarija (Cerdet) también les ayudó en logística y otros.
Cinco fueron los impulsados por esta modalidad para que puedan profesionalizarse, más aún por diversos factores, sólo uno (Gilberto) concluyó sus estudios. Sin embargo, no es el único profesional del pueblo, pues también hay enfermeros y profesores que lo lograron gracias al apoyo no gubernamental.
Pero todo lo que inicia termina, así que desde que este apoyo finalizó (2007), son contados con los dedos de una sola mano los que pueden titularse a costa de mucho sacrificio y dinero, según cuentan los dirigentes del pueblo.
Guido Cortez Franco, director ejecutivo del Cerdet, institución que trabaja desde 2009 con este pueblo indígena, analiza y dice que de todos los niños que empiezan primaria, un 60% la termina y de los que pasan a secundaria un 10% sale bachiller, esto debido a todos los problemas que tienen y a la pobreza extrema.
Un dato similar es el que dio Nicolás Sapiranda, director del Núcleo escolar de Misión Sueca, quien dijo que el año pasado notaron una deserción del 30%.
Sapiranda cuenta que de los casi 50 bachilleres que egresaron el año pasado, sólo tres intentaron continuar sus estudios superiores, pero en el camino los tres abandonaron sus sueños.
“Estos días hice un análisis y me di cuenta que el pueblo otra vez está dejando de confiar en la educación (…) los padres dicen otra vez ‘de gana mis hijos estudian porque salen bachilleres y se ha creado otro flojo más. Ya no sabe buscar iguanas, no saben buscar miel, no saben ir a huellear la corsuela´ y entonces otra vez dicen: hijo, mejor dedícate a entender la caza y a entender el campo”, refiere Martín Chávez.
https://youtu.be/8XoeTzA_rsk