Renuncias en el TSE
El indulto de Salvador Romero
Pese a los virulentos ataques desde los extremos ideológicos, Romero ha cumplido el objetivo de restablecer el orden constitucional de los Gobiernos a todos los niveles a través del voto democrático



Unos días antes de que culminara el proceso de renovación del Tribunal Supremo Electoral, el nombre de Salvador Romero empezó a correr por los despachos especializados y también por las cuentas de twitter de los más avezados y pragmáticos analistas y políticos. Romero había estado en el TSE que le dio la victoria a Evo Morales en 2005 y desde entonces se había movido por todos los círculos de la alta consultoría en organismos multilaterales, uno especialmente, la Organización de Estados Americanos.
Romero, en su autoexilio dorado, había desarrollado algunas habilidades diplomáticas sin perder su flema de aristócrata paceño que lo hicieron rápidamente candidato a presidir el Tribunal Supremo Electoral en uno de los momentos más delicados del Estado en los últimos cuarenta años.
Jeanine Áñez, que en aquel entonces ya disfrutaba de los parabienes del poder pero aun desempeñaba ese papel de presidenta accidental interesada en el bien del país y no en el suyo propio, no tardó en comunicar su decisión al amparo del texto constitucional, nombrando a Romero como su representante en el organismo. Fue después, ya en sala plena, cuando Romero fue elegido Presidente, pero asumió la vocalía un par de semanas antes de que se cerraran las ternas en la Asamblea Plurinacional, lo que le dio tiempo de vagar por los salones cerrados y precintados del Tribunal pensando en sus siguientes pasos.
Quienes más celebraron la selección de Salvador Romero fueron los simpatizantes del candidato derrotado y reivindicado en 2019, Carlos Mesa, que alabaron su trayectoria y su figura. En el MAS nadie puso mala cara de entrada, aunque con la desconfianza propia de quien se sabe víctima no pudieron avalar el nombramiento de Áñez. En cualquier caso, no tardaron en circular las fotos sociales de Romero con Mesa, que por muy propias de la institucionalidad del pasado y de aquellos años 90, no dejaron de revelar de donde venía el aclamado consultor.
El pulso
La tranquilidad de Salvador Romero se acabó el mismo día que Áñez se lanzó como candidata a finales de enero de 2020, y eso que las intenciones ya se presumían antes. Si de por sí era raro que el representante presidencial en la Sala Plena del Órgano Electoral asuma la función de Presidente y que solo se había aceptado al entender que Áñez, como Romero, solo eran figuras nombradas para recuperar cuanto antes el camino democrático, más lo era cuando una Presidenta que solo hacía unas semanas estaba fuera de toda actividad política se convertía en aspirante a todo y endurecía el discurso antiMAS.
Romero no renunció e hizo una serie de equilibrios dialécticos para mostrar su malestar por la decisión sin influir en el proceso, pues al fin y al cabo se trataba ahora de una candidata más y cualquier crítica podía ser interpretada como una falta de imparcialidad.
En esta fase jugó a favor de Salvador Romero su ambición, su profunda – y ahogada - convicción de tratarse de un elegido y su obsesión – que comparte con Mesa y también con Morales – por cuidar el lugar que le reservarán los libros de historia. Romero habló y habló de democracia y pactó una primera fecha electoral para el 3 de mayo, violando la propia Ley que había ampliado los mandatos, pero estaba hecho.
Después llegó la pandemia y los problemas se empezaron a acumular para Romero, sobre todo por los errores estratégicos de la campaña de Áñez.
En marzo de 2020, el MAS todavía no había salido del shock que supuso la pérdida de la Presidencia y los sectores trataban de culparse los unos a los otros, que si los campesinos no bloquearon, que si la Central Obrera pidió la renuncia, que si El Alto estuvo solo, que si huir no en ni Patria ni Muerte, etc., y la irrupción de la pandemia los sacaba de foco completamente.
Áñez no había irrumpido como se esperaba según las encuestas, pero los estrategas confiaban en que una batalla corta y bien librada, potenciando el papel de dura y madre le podía beneficiar, sin embargo, se dejó sorprender con la llegada del virus, que era inminente, y sus reacciones fueron desproporcionadas.
Nadie puede calcular ahora qué hubiera pasado en una elección acelerada en mayo, pero evidentemente, después de decretar la cuarentena rígida con apenas 37 contagios en todo el país el 23 de marzo, resultaba impensable ir a las ánforas seis semanas después.
Lo que vino después es conocido, la fallida gestión de la pandemia por parte del Gobierno y los escándalos de corrupción tumbaron aceleradamente la popularidad de Áñez, y lo que era un Gobierno de Transición cargado de políticos se convirtió en un Gobierno autoritario siempre a la defensiva.
Los primeros ataques desde el lado derecho le empezaron a caer a Romero en ese momento, pues le exigían que se apersonara en la causa de presunto fraude, lo que sí suponía convertirse en querellante y vincular la suerte de la institución a la sentencia. Al final lo hizo.
Mientras tanto, el MAS creyó que ya estaba listo y fijó la fecha de elecciones en agosto, que después fueron postergadas a septiembre y finalmente a octubre. En todos los casos, romero tuvo que remangarse e intervenir en las negociaciones para lograr consensos elementales que salvaguardaran la integridad de la misión.
Para entonces, el Gobierno Áñez ya sabía que no ganaría y hubo intentos de prorroguismo, el primero lo saldó con éxito fijando una proyección de contagios hasta el mes de septiembre que se cumplió escrupulosamente, como calculada en un país en el que las pruebas eran prácticamente inexistentes.
El otro fue el intento de reventarlo todo buscando la inhabilitación del Movimiento Al Socialismo alegando unos burdos comentarios del candidato Luis Arce sobre sus posibilidades electorales. Romero tuvo que hacer equilibrios, para no incendiar el país más de lo que estaba y acabó pasando la decisión al Constitucional, porque evidentemente no parece proporcional eliminar al partido que representa más o menos a la mitad del país por un comentario en un programa de televisión, sin embargo, esta determinación le permitió a la extrema derecha anidada en la llamada oposición para crucificar a Romero.
Cada mes de pandemia el MAS avanzaba un cinco por ciento, y ni siquiera los votos que se repensaron con los bloqueos de agosto, donde el MAS fijó al fin la fecha electoral del 18 de octubre sin aceptar más rechazos y demostró lo que podía pasar si se seguía coqueteando con la inhabilitación, evitó la arrolladora victoria de Luis Arce con un 55 por ciento de los votos.
Hasta hoy, un sector de la extrema derecha sigue hablando de un supuesto fraude y culpando a Salvador Romero de la victoria del MAS. Sin duda, Romero ha servido a unos y otros, muchas veces de excusa perfecta, otras de funcional, pero en cualquier caso y sin entrar en su legitimidad, cumplió su misión y se va antes de que otro vendaval arrase la democracia boliviana.