Rumbo al 18-O
Huir o debatir
Las encuestas empiezan a evidenciar una desafección creciente del sistema político y a poner en cuestión la “transición” boliviana. El debate puede acabar por definir los espacios, aunque su realización aún está en el aire



Las encuestas publicadas esta semana han dado un vuelco al escenario político, y no tanto por la de CiesMori, tan abierta como siempre y con un margen de 30% de votación sin definir, sino por la de Unitas.
La encuesta de IPSOS, para la Unión Nacional de Instituciones para el Trabajo de Acción Social (UNITAS), indica que el 58% de la población cree que no hubo golpe de Estado en noviembre, un 3% no lo tiene claro, y un 39% no tiene dudas de que lo hubo. La interpretación del dato, claro, ha dependido de la reclinación ideológica de cada cual, aunque los analistas advierten que ninguna conclusión es tan sencilla ni se puede trasladar automáticamente al voto.
Por un lado, parecería lógico concluir que si un 39% cree que sí hubo un golpe de Estado que rompió el orden constitucional, su voto el 18 de octubre fuera por la reconstitución de la legalidad, que en esa lógica correspondería a votar por el MAS. Sin embargo, ya el latinobarómetro venía detectando hace años una destrucción progresiva del concepto democrático como modelo de convivencia ideal y es posible que, lejos de romanticismos, una buena parte de la población crea que sí hubo golpe de Estado “porque se lo merecían”.
Aun así, los datos han parado las orejas del resto de candidatos, que cada vez ven más cerca de su objetivo al MAS y más lejos a ellos mismos. “Un 39% puede creer que hubo golpe de Estado, pero ¿Cuánto del otro 58% está contento con los resultados del no golpe de Estado? ¿Cuántos no se han arrepentido del cambio?” señala uno de los operadores en el corazón del MAS.
La caída
Por el lado de CiesMori, la encuesta también dejó datos reveladores tanto para unos como para otros. Básicamente mostró que los principales partidos bajan, lo que no es buena señal a pocas semanas de las elecciones y evidencia un creciente descontento hacia la clase política.
Luis Arce sigue cerca del ansiado 40%, pero no lo alcanza; Carlos Mesa se consolida como segunda opción, pero lejos del MAS, y Jeanine Áñez, con un 10% de voto declarado prácticamente queda fuera de la carrera, aunque no lo parezca por el control del aparato comunicacional estatal, que aprovecha sin tapujos.
El escenario se parece demasiado al de octubre de 2019, pero tiene algunas diferencias marcadas: Carlos Mesa baja, no sube, y el voto útil no sorprenderá demasiado, más si se llega a convencer de que el MAS no llegará “nunca” al 40%, como los voceros oficiales van posicionando.
Los analistas prevén un crecimiento superior de las opciones que representan el voto “antisistema”: Camacho tiene su piso sólido y ya no cae y Chi Yung Chung, vetado en muchas pantallas tras su irrupción de la pasada campaña, donde quedó tercero, se convierte en una opción para las clases medias y bajas, que suelen buscar en lo religioso las respuestas a los días de zozobra.
A debatir
Con ese escenario planteado, los partidos están tomando riesgos. Sobre todo el de la Presidenta Jeanine Áñez y el empresario Samuel Doria Medina, que no quiere ver perder otra oportunidad. La clásica es atacar al que va siempre un escalón por encima para reducir la brecha. En esas, Juntos se ha concentrado en Carlos Mesa con más intensidad que con el propio MAS. El riesgo, advierten los analistas, es que el esfuerzo por superar a Mesa entregue el voto en primera vuelta al MAS.
Desde las filas de Luis Arce “disfrutan” del escenario con relativa tranquilidad. Los operadores de la línea blanda saludaron la salida de Evo Morales de la primera línea. Alcanzar el 40+1% en la primera vuelta les parece más sencillo en un escenario sin polarización y más concentrado en los riesgos económicos y sanitarios actuales. Aunque el MAS no cree en el Covid y no utiliza ni el dato de decesos ocultos en su estrategia – otros hablan de lealtad institucional -, desde sus filas se han alentado los rumores sobre el desabastecimiento del diésel, y también se empieza a delinear un temor a la corrida bancaria que el propio Gobierno ha alentado con su desesperación por exigir los créditos internacionales. Las demoras en pagos de sueldos encienden las alarmas.
En esta coyuntura, aparece la convocatoria al debate electoral entre todos los candidatos, que con mayor o menor celeridad han ido aceptando todos, salvo el candidato del MAS, Luis Arce, que todavía se lo piensa.
El manual de los operadores dice que solo acuden a debate los que tienen algo que ganar o los que, de no ir, tienen mucho que perder. Luis Arce no parece estar ni en una posición ni en la otra. Su ausencia convertiría un 6 contra 1 en un todos contra todos, donde la presidenta Jeanine Áñez y su batalla particular con Carlos Mesa se llevaría todos los focos.
Áñez no es buena oradora y en sus filas tampoco confirman su presencia en el caso de que Arce finalmente no participe, tendría una salida fácil y simbolizaría, además, la polarización que desea contra el MAS.
En Comunidad Ciudadana, como en Libre 21, dan por hecho que tanto Carlos Mesa como Tuto Quiroga serían los grandes vencedores de un debate normal, por sus capacidades oratorias y por su manejo de los datos.
En Creemos tampoco le tienen miedo, el verbo de Luis Fernando Camacho no es racional, sino emocional, y la palestra le va a dar espacios para ganar si no se entran en detalles. Su breve historia en política se limita a la rebelión de octubre, y salvo algunos episodios turbios con su socio Marco Pumari, tiene poco que esconder.
Similares términos para Chi, con un discurso antisistema apto para devotos que no va a patinar en un debate a ocho, donde no se necesitan enciclopedias, sino eslóganes sencillos. También ADN y Pan Bol sumarían en el debate, ya que no tienen nada que perder.
¿Habrá debate? Las apuestas están sobre la mesa, en cualquier caso, sea lo que sea que pase, ya suma, o resta.