Qué supondrá la muerte de Hasán Nasrala para Hezbolá, el Líbano y la guerra en Oriente Próximo
La muerte de Nasrala deja a Hezbolá e Irán en su momento más débil y puede ser el paso previo a la invasión israelí de Líbano
El asesinato de Hasán Nasrala representa el fin de una era en Oriente Próximo. Muerto en un bombardeo israelí en Beirut, el líder de Hezbolá era una figura profundamente controvertida e influyente. Su desaparición es un éxito para Israel, que se afirma como la gran potencia regional con el apoyo tácito de Estados Unidos y las monarquías árabes del Golfo. El siguiente paso de los israelíes probablemente será invadir el sur del Líbano para consolidar la derrota de la milicia libanesa.
La muerte de Nasrala deja descabezada a Hezbolá y podría provocar caos entre sus filas y violencia civil en Líbano, un país ya muy castigado por la tensión étnica, la corrupción, la explosión del puerto de Beirut en 2020 y la guerra con Israel. También genera muchas dudas sobre el futuro del Eje de Resistencia, la alianza de milicias dirigida por Irán, que pierde a su mayor baluarte pero parece incapaz de responder a los ataques israelíes.
La muerte de Nasrala, ¿el fin de Hezbolá?
La muerte de Nasrala es el mayor golpe a Hezbolá en su historia, pero no tiene por qué suponer su final. Organizaciones como esta suelen sobrevivir a la desaparición de sus líderes: sus militantes pronto escogen a un nuevo dirigente y mantienen la lucha. El propio Nasrala llegó al poder solo dos días después del asesinato del primer lider de Hezbolá, también a manos de Israel, en 1992. Sin embargo, reemplazar a Nasrala no será fácil: la mayoría de altos cargos han sido asesinados en los últimos meses.
Quienquiera que asuma el liderazgo tendrá enormes retos, empezando por salvar su propia vida de los ataques israelíes. Sobre todo le será difícil llenar el vacío dejado por Nasrala: hombre carismático y práctico, ejercía al mismo tiempo de organizador, estratega militar, líder político y guía religioso. Dirigió Hezbolá durante más de treinta años de expansión de la milicia, y pudo reivindicar éxitos contra Israel como su expulsión del Líbano en el 2000 o sobrevivir a la invasión israelí de 2006. Quien le reemplace no tendrá esa legitimidad y deberá gestionar a una organización herida y desmoralizada.
Además, Hezbolá podría perder su posición de poder en Líbano. La milicia es, con diferencia, el actor más fuerte del país: militarmente es muy superior al propio Ejército, cuenta con un gran apoyo social y controla buena parte del territorio. Su debilidad es una oportunidad para que las facciones libanesas contrarias, o el propio Estado, recuperen influencia. En el peor escenario, esto podría desencadenar un conflicto civil entre libaneses. Sin liderazgo y amenazada por sus rivales internos e Israel, Hezbolá tendrá menos control sobre sus militantes, que podrían empezar a actuar por su cuenta o enfrentarse entre sí, aumentando el caos, especialmente en las calles de Beirut.
El siguiente paso de Israel: invadir Líbano
Israel se ha anotado un tanto muy importante con la muerte de Nasrala, pero para ellos esto no es el fin de la guerra. El objetivo del Alto Mando israelí es lograr una victoria decisiva: expulsar a la milicia del sur del Líbano para que no vuelva a ser una amenaza. Israel no quiere repetir los errores de 2006, cuando lanzó una invasión terrestre sin haberse preparado lo suficiente y debió retirarse un mes después dejándose 121 muertos y sin haber acabado con Hezbolá.
Esta vez es distinto, Israel se ha preparado mejor. Tras años recopilando inteligencia, en un par de semanas Israel ha aniquilado a la cúpula del grupo, ha inutilizado sus comunicaciones con la sorprendente operación de los buscas explosivos, y sigue machacando sus posiciones en el sur del Líbano y el resto del país.
Muerto Nasrala, es probable que Israel dé pronto su siguiente paso: la invasión terrestre. Aunque Hezbolá esté en su momento más débil, no será una guerra fácil: la milicia lucha en su terreno, tiene una extensa red de búnkeres y túneles, y sigue siendo una organización militar temible, con miles de combatientes, un enorme arsenal y experiencia de combate contra Israel y en la guerra civil siria.
Al igual que en Gaza, Israel desplegará toda su dureza militar impunemente, dejando destrucción y miles de muertos en Líbano. Dado que Estados Unidos no parece dispuesto a parar la ofensiva israelí, no es descartable que Hezbolá sea expulsada más allá del río Litani, que separa el sur del Líbano del resto del país. La victoria contra Hezbolá, además, facilita que Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, siga en el poder unos meses más.
Israel incluso podría querer establecer una ocupación militar permanente en el sur del Líbano, justificándola como necesaria para mantener la seguridad de Israel. Ya hizo lo mismo entre 1982 y el 2000, lo hace desde hace décadas en Cisjordania y los Altos del Golán sirios, y es también lo que planea para el norte de la Franja de Gaza. A la justificación de seguridad se une el argumento religioso: algunos sionistas plantean ya sin complejos que el sur de Líbano forma parte de la Tierra Prometida de Israel.
El Eje de la Resistencia se hunde
Por último, la muerte de Hasán Nasrala podría certificar el fin del Eje de Resistencia. Su fortaleza se basaba en su alianza en contra de Israel y Estados Unidos. De ahí que este último año Hezbolá, los hutíes de Yemen y las milicias iraquíes hayan estado atacando a Israel para ayudar a Hamás. Pero el apoyo ha sido sido comedido: nunca han llegado a lanzar la temida guerra total contra Israel.
Al contrario, Irán ha hecho lo posible para evitar el choque. Lastrada por sus tensiones internas, la República islámica sabe que no puede ganar. Ni siquiera ha respondido aún a uno de los ataques israelíes más graves: el asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniya, en Teherán, el pasado julio. El temor a una escalada ha llevado a Irán a abandonar a su suerte a Hezbolá, su apadrinado más importante. Otros miembros del Eje no están mejor: Siria, otro aliado importante de la milicia libanesa y antaño una potencia regional, está tan desgastada tras su guerra civil siria que no puede intervenir.
Todo ello confirma que Israel se ha convertido en la única gran potencia en la región. Cuenta con el apoyo tácito de Estados Unidos y las monarquías árabes del Golfo, cómodas con este papel de Israel como fuerza de choque, o policía de Oriente Próximo, contra Irán y sus proxies. Frente a Israel, el Eje de Resistencia aparece desunido y frágil. Los únicos que están ganando peso son los hutíes, pero ellos también han entendido que deben diversificar sus alianzas: han empezado a comprar misiles a Rusia.
La debilidad del Eje de Resistencia es un grave problema para Irán. El régimen iraní impulsó esta alianza para expandir su influencia regional y como colchón de seguridad. El centro de esa estrategia era Hezbolá, como una permanente amenaza en el norte que contuviera a Israel. Pero descabezada y abandonada por sus aliados, Hezbolá ha perdido su poder de disuasión. En ese sentido, el asesinato de Nasrala puede tener una consecuencia peligrosa para Israel: si Irán ya no puede contar con sus proxies para protegerse, solo le queda una alternativa: desarrollar el arma nuclear.