La familia: los desafíos en un país sin rumbo
Las transformaciones sociales que atraviesa Bolivia exigen políticas públicas modernas y reales, no discursos nostálgicos ni medidas parche
Este 15 de mayo, en el marco del Día Mundial de las Familias, Bolivia se encuentra ante un momento de inflexión demográfica y social que exige algo más que discursos conmemorativos o promesas recicladas. Las transformaciones profundas que atraviesan nuestras estructuras familiares, impulsadas por factores económicos, migratorios y culturales, requieren políticas públicas consistentes, inclusivas y actualizadas, que hasta ahora no han llegado.
Las cifras no mienten. Bolivia experimenta una transición demográfica que, si bien ha significado una reducción de la pobreza extrema en años pasados, también ha traído consigo nuevos retos: el envejecimiento progresivo de la población, la reducción del tamaño promedio de los hogares, la feminización de la jefatura del hogar y el aumento de hogares monoparentales. Estos cambios desnudan una verdad incómoda: el modelo de familia tradicional sobre el que se siguen construyendo las políticas públicas ya no representa la realidad de millones de bolivianos.
La familia boliviana del siglo XXI necesita menos paternalismo y más políticas de Estado.
Sin embargo, el Estado —más preocupado por sostener una narrativa triunfalista— continúa operando bajo lógicas del pasado. Mientras las condiciones laborales siguen siendo precarias y la informalidad domina gran parte de la economía, no existe una política nacional integral de cuidado ni un sistema de protección social que ampare efectivamente a las familias más vulnerables, muchas de las cuales sobreviven gracias al trabajo de las mujeres, muchas veces invisibilizado y no remunerado.
La respuesta oficial a estos desafíos ha sido, en el mejor de los casos, fragmentaria. Los bonos sociales, aunque útiles en momentos críticos, no sustituyen la necesidad de un sistema robusto de seguridad social, educación inclusiva, atención a la salud mental o conciliación entre vida laboral y familiar. En el peor de los casos, se cae en una retórica que idealiza a "la familia" como un ente homogéneo, ignorando deliberadamente las múltiples formas que esta adopta hoy en día: familias extendidas, reconstituidas, migrantes, diversas.
No se trata de negar la importancia de la familia como núcleo de la vida social. Al contrario: es precisamente por su centralidad que debemos repensarla, protegerla en todas sus formas y garantizarle condiciones de vida dignas. Eso exige voluntad política, inversiones estratégicas y un enfoque moderno que no reproduzca prejuicios ni desplace a quienes no encajan en moldes tradicionales.
La familia boliviana del siglo XXI necesita menos paternalismo y más políticas de Estado. Necesita ser escuchada, entendida y acompañada en sus múltiples luchas cotidianas. En este Día Mundial de las Familias, es hora de pasar del discurso a la acción, con una mirada que priorice la justicia social, la equidad de género y el reconocimiento de la diversidad.