El olvido del gas
La respuesta al declive era la industrialización, una alternativa para las moléculas del gas en forma de bienes no perecederos, pero tampoco
Es ciertamente preocupante la escasa expectativa que los poderes ejecutivos logran transmitir respecto a la revitalización del sector gasífero en el país. El asunto parece zanjado, olvidado, ciertamente abandonado, y sus autoridades se limitan a proyectar planes a muy largo plazo e imaginar éxitos en un área, Mayaya, al norte del país, en zona no tradicional, que apenas ha superado algunos de los ensayos iniciales.
El tema no es menor y hace seguramente al humor social de la población. Más o menos se ha logrado explicar que no hay dólares porque el negocio del gas se agotó en los gobiernos anteriores – y ahí cada uno adjudica el grado de responsabilidad a cada quién – y porque no se han logrado desarrollar otros rubros que puedan aportar los dólares necesarios desde el poder público ni desde la iniciativa privada, aunque seguramente habría que hacer un análisis mucho más profundo sobre qué está pasando con los dólares que se generan con la exportación de productos subsidiados y que no retornan en el volumen que deberían.
La cuestión que queda en el aire es por qué no se logra seguir aprovechando el gas natural, y ahí la explicación también es compleja, pero no tanto, porque depende en gran medida de una voluntad política ausente en el último decenio.
La nacionalización convirtió a YPFB en pivote de la cadena. El gobierno se apresuró a renegociar contratos de servicios con las transnacionales y la exploración de nuevas reservas quedó en el aire. El decreto le daba la potestad a YPFB de hacerlo por cuenta propia y a su riesgo, como todos, pero en parte la cultura miedosa, y en parte las pocas ganas de reinvertir los recursos de la renta en el rubro pudiendo gastarlos en proselitismo de manual hizo que la política de exploración se redujera a la voluntad de las transnacionales por hacerlo. Tras los fracasos iniciales se sumó una política de incentivos que no convenció a nadie y apenas dejó el pozo más “profundo” e improductivo de América y algunos otros fracasos por el subandino sur, además del enorme fiasco en Lliquimuni.
Hoy también el veto a las energías fósiles se va moderando y el fracking ha logrado estándares de calidad más razonables
En paralelo se fueron cerrando los contratos de exportación de gas a Brasil y Argentina. Ambos desarrollaron sus proyectos de autoabastecimiento por métodos particulares. Brasil en aguas profundas con el Presal, un megaproyecto liderado por transnacionales y alguna participación de Petrobras; y Argentina con el gas no convencional (fracking) de Vaca Muerta, liderado por YPF que sigue nacionalizada en tiempos de Milei y otras empresas internacionales. A Argentina le va mejor que a Brasil y de hecho los segundos, a falta de nuestro gas en cantidades suficientes, ha empezado a comprar gas argentino usando los ductos que alguna vez nosotros usamos para exportar.
La respuesta era la industrialización del gas, una alternativa de uso para las moléculas que no pudieran ser exportadas y que se convirtieran en bienes no perecederos en forma de plástico. Pero tampoco.
Hoy todo se ve demasiado lejos y costoso si se compara con lo que se imaginó hace no tanto y que podía haberse hecho realidad. Hoy también el veto a las energías fósiles se va moderando y el fracking ha logrado estándares de calidad más razonables. En esas, es necesario que Bolivia actualice su plan y no olvide que fueron los hidrocarburos y no otros proyectos en carpetas ni planes teóricos los que han aportado los periodos de mayor bienestar en el país. No tiren la toalla.