Un verano para aprender
Este verano de lluvias, incremento de precios y escasez de gasolina debe servir, sobre todo, para aprender de los errores
Se acaba este viernes 21 de marzo uno de los veranos más inciertos de lo que va de siglo, incluso más que aquellos en los que se luchaba por la Autonomía, incluso aquellos que llegaron después de sacar a Gonzalo Sánchez de Lozada y Evo Morales.
Se cierra un verano en el que ha llovido mucho más de la media causando destrozos, un verano en el que se ha viajado menos porque los precios se han disparado, pero sobre todo un verano en el que se ha acabado sufriendo como nunca por la escasez de combustibles.
El combo ha dejado consecuencias. No ha sido la mejor temporada turística, ni para Bolivia en general ni para Tarija en particular, y eso que este año, como hacía años, han vuelto a aparecer turistas argentinos (o en realidad migrantes bolivianos retornando a visitar a la familia al pago) aprovechando el vuelco en el tipo de cambio. Los vuelos están caros, el Carnaval tiene competencia y no se trataba solo de ir, sino de volver.
Vivir con la incertidumbre de no saber si tendrás gasolina para la siguiente semana es ciertamente insano en estos tiempos modernos
La escalada de precios está siendo vertical y todos con el mismo denominador común: la falta de dólares encarece su precio en el mercado negro, y de ahí sube todo, incluso cuando es producción nacional se achaca al coste de los repuestos. En paralelo se ha adelantado el debate del incremento salarial, en este caso para nivelar los salarios a los precios disparados, y aunque han aparecido las clásicas argumentaciones alertando de la inflación, lo cierto es que queda tan poco trabajo formal que el impacto será mínimo.
A nivel internacional no ha sido un trimestre más tranquilo. La posesión de Nicolás Maduro generó un poco de ruido que aplacó rápidamente Donald Trump, quien ha fijado otras prioridades: anexarse Canadá y Groenlandia, construir un resort en Gaza, capitular ante Rusia el pulso por Ucrania, que se precipitó por la invitación a ingresar a la OTAN, y una guerra de aranceles contra todo y contra todos que nadie sabe en qué terminará.
Esa incertidumbre está haciendo caer el dólar, pero a nivel nacional nos está resultando indiferente, porque simplemente no hay dólar, y la consecuencia la tenemos en los surtidores, con filas magníficas que no se relajan ni aunque se realicen mil cumbres con mil compromisos.
Vivir con la incertidumbre de no saber si tendrás gasolina para la siguiente semana es ciertamente insano en estos tiempos modernos donde todo es para ya y a nadie le importan demasiado los problemas domésticos o logísticos, y no se trata solo de llegar tarde al colegio o caminar 20 cuadras para llegar a la oficina, sino de gente que necesita su vehículo para distribuir, para taxear, para verificar los servicios de energía o internet en el campo…
Se acaba un verano en el que seguramente no hemos crecido nada como país, pero tal vez hayamos aprendido algunas cosas, como que la vida real no se sostiene con consignas, que vale la pena escuchar a quienes dan consejos desde el conocimiento o la experiencia, que es necesario asumir los errores para corregir sus consecuencias y que todo tiene solución, cuando se enfrenta con honestidad y no desde intereses mezquinos. Ojalá sirva en el futuro.