El desastre del combustible

Aunque la crisis no se ha gestado en un día y es responsabilidad de muchas decisiones mal tomadas; la solución no puede esperar tanto tiempo

El desastre armado alrededor de la gestión de los combustibles es mayúsculo. Un despropósito sin precedentes que se ha forjado a fuego lento y a la vista de todos. Nadie puede decir que ha sido una sorpresa, nadie puede creer que ha sido un golpe de mala suerte o una coyuntura complicada sobrevenida de la noche a la mañana. En este periódico hay editoriales de hace más de una década que vienen advirtiendo de estos riesgos.

Puede ser la tormenta perfecta, pero no se ha formado hace una semana. La nacionalización de los hidrocarburos de 2006 conllevaba una institucionalización de YPB y un control de toda la cadena de los hidrocarburos que evidentemente no se ha llevado a cabo. No hubo exploración y no hubo priorización de la refinación, la estrategia de los contratos de servicios “permitieron” agotar los pozos mientras ingresaba buena plata que se gastó, esencialmente, en estrategias de reproducción del poder por todo el territorio, concediendo dádivas y obras que algunas ayudaron al desarrollo y otras, no tanto.

Echarse la culpa unos a otros seguramente sea un ejercicio político necesario, aunque sería mucho más constructivo asumir las responsabilidades

Es innegable que en el país empezaron a circular muchos más recursos económicos que fueron llegando a todos los sectores de la población. Es lo que tiene no “repatriar” dividendos.  Las familias empezaron a construir y a adquirir bienes, como vehículos; las ciudades crecieron y el transporte privado con función pública se convirtió en un medio de subsistencia que podía dar incluso unos ingresos extra.

El parque automotor creció a la par que la actividad económica (nunca especialmente productiva), pero los pozos se empezaron a secar y los contratos se acabaron. De casi 6.000 millones de dólares se pasaron a apenas 1.600 que YPFB intenta pescar en el mercado libre brasilero gracias a los ductos ya amortizados, pero que pronto podrían llevar gas de Vaca Muerta.

La mala inversión de los recursos del gas ha provocado la falta de dólares, es verdad, pero es evidente la falta de dinamismo de un sector privado que se ha beneficiado de la subvención al combustible, del incremento del circulante en el mercado interno y de muchas mejoras en los sistemas viales y eléctricos, por ejemplo, y que sin embargo no han sido capaces de aumentar su competitividad, traer dólares a la economía nacional (o ahorrarlos) y cumplir con su función social.

Echarse la culpa unos a otros seguramente sea un ejercicio político necesario, aunque sería mucho más constructivo asumir las responsabilidades en lugar de tratar de cargarlas al otro. Con todo, nada de esto sirve para solucionar el problema de los ciudadanos, de la enorme cantidad de gente que ha pasado su fin de semana esperando gasolina en un surtidor, armando colas larguísimas, sin compartir con su familia y, sobre todo, con la incertidumbre de qué pasara en el futuro y qué harán para ganarse el pan.

Hay una cuestión de prioridades que este gobierno nunca ha calculado bien. Mezquinos intereses políticos, erráticas estrategias de promoción o planes de asfixia no resuelven los problemas reales de la gente, que no necesitan promesas ni cumbres, sino gasolina y diésel para subsistir, para mantener sus familias y mirar hacia el futuro. El tiempo sigue corriendo.


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