Morir en la guerra

Los países más poderosos han perdido una de sus principales formas de “persuasión” y dominio geoestratégico: nadie quiere ir a la guerra de otros

Es posible que la caótica agenda internacional de Donald Trump, cargada de exabruptos y nuevos horizontes muchas veces inexplorados, como lo de comprarse Groenlandia o construir un resort en Gaza, esté cambiando la percepción mundial hacia el supuesto país más poderoso de la tierra (aunque no autosuficiente) y acelerando la construcción de un nuevo Orden Mundial multipolar y cohesionado en base a intereses y no a valores, aunque probablemente siempre fue así, sin explicitarlo. Sin embargo, hace tiempo que esto viene cambiando por una cuestión más simple: muy pocos ciudadanos están dispuestos a morir en una guerra, sobre todo en los países más poderosos.

El asunto es de una simpleza terrible, y sin embargo es lo que ha ido desplazando a Europa del centro del tablero a una esquina marginal. Esto casi siempre fue así desde los tiempos prehistóricos, los grandes imperios se forjaron con ejércitos bien motivados, sea por la sed de aventuras, por el honor y la gloria, por la divinidad celestial en tiempos de cruzadas o de yihad, o simplemente porque no había mucho más que hacer que esperar una muerte gris.

Los avances técnicos y tecnológicos permitieron ir reduciendo víctimas en estas guerras de desborde, que en la I Guerra Mundial llegaron a colapsar la sensibilidad de los ciudadanos, que ya no podían tolerar más muertes de su bando por muy salvadores que fuera. Hay más ejemplos, como el de la Guerra de Vietnam, donde aunque las bajas fueron infinitamente inferiores entre uno y otro bando, la sociedad norteamericana se movilizó como nunca antes.

Tras la Guerra Fría vino la “Guerra contra el Terrorismo”, donde las diferencias fueron todavía más abismales entre ejércitos improvisados como en Irak o Afganistán y las potencias de la OTAN, pero el costo político de cada muerte se elevó sustancialmente. Ha habido otros escenarios de mucho pudor, como la operación avalada sobre Libia donde los ejércitos europeos bombardearon hasta exterminar cualquier revuelta que amenazara sus pozos petroleros sin poner un pie en el terreno, aunque igual Gadafi fue ejecutado.

Lo de Gaza es mención aparte: Israel ha sumado 405 muertos en combate después de los ataques terroristas del 7 de octubre que causaron 1.195 muertos; en el campo de concentración al aire libre y en Cisjordania han muerto 61.709 palestinos con ninguna posibilidad de escapar a otro lugar.

En la invasión de Rusia a Ucrania, los rusos han movilizado tropas propias, han reclutado mercenarios, voluntarios en el Cáucaso e incluso han incorporado unidades de Corea del Norte. Ucrania, que es la agredida, ha logrado movilizar reservistas por el hecho nacionalista, pero no sin problemas, y por supuesto, no hay ni un solo país occidental que esté dispuesto a contribuir a la causa con tropas.

En este lado del mundo sabemos también bien de qué se trata esto de la diplomacia y la soberanía. Sin un ejército detrás que respalde las amenazas, no existen negociaciones fructíferas para todos en los temas espinosos, y esta es la variable que hoy está sobre la mesa y una consecuencia, también, del egoísmo extremo que se ha venido incentivando desde hace tiempo para menoscabar los sistemas de solidaridad universales y nacionales. ¿Quién iría a la guerra si no es cosa suya?


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