Bolivia, el problema estructural

Las próximas elecciones van de que rol quieren los bolivianos que juegue el Estado en la economía, y las partes van a tener que esforzarse

Abrir debates de fondo en tiempos electorales no suele ser lo más conveniente, porque los argumentos entonces se convierten en armas arrojadizas o “frases puñal” con las que machacar en redes y poblar los discursos catastrofistas que generalmente acompañan al análisis de la situación de los aspirantes, pues, obvio, lo que está bien rara vez se cambia.

El ministro de Economía Marcelo Montenegro se dio por aludido con algunas declaraciones del fin de semana de varios de sus opositores y aspirantes al gobierno, que cargaron contra el gobierno por haber “destruido la economía”.

El argumento cuando lo usa el bloque opositor clásico habla de una “destrucción” que inicia en 2006 y que aparentemente se manifiesta ahora, aunque no habla de datos del PIB o de ingresos per cápita, sino de la escasez de dólar y precios altos que se sufre en estos meses.

El argumento, sin embargo, cuando lo usa el bloque opositor evista, se circunscribe específicamente a estos cinco años de gobierno de Luis Arce, con quien compartieron gabinete y le dieron crédito de “padre de la criatura” con el milagro económico nacional.

Lo cierto es que Arce no ha hecho sustanciales cambios en el modelo económico, que ha entrado en crisis por la escasez de ingresos fiscales ante la caída de los ingresos por la venta de gas, al haberse agotado pozos, reservas y contratos, y también por la escasa carga tributaria que se administra en el país, que acogota a multas y presión a quienes intentan cumplir, pero deja enormes sectores de la economía exentos de impuestos o simplemente, no los cobra.

El Gobierno de Luis Arce y todo su equipo de economistas que copan las carteras del área y que esencialmente, tienen una formación liberal, han sostenido las principales claves del modelo: el tipo de cambio fijo y el subsidio a productos básicos, como el combustible del que se aprovechan “por igual” los más ricos y los más pobres, con el objetivo de sostener la demanda interna. Todas sus medidas han ido en esa dirección, eliminando trabas para la exportación de productos (cultivados con subvención), que ha incrementado los precios de los precios de los alimentos en el mercado local, ha liberalizado la importación de combustible o ha insistido en los “incentivos” para acelerar la producción de los hidrocarburos, sin éxito.

En ese pulso, Montenegro ha ido un paso más allá y ha hablado del “problema estructural” de la economía boliviana, que a su juicio es la incapacidad para producir apenas nada para el consumo del mercado local, lo que obliga a importar productos en dólares y por ende, con su apreciación, más caros. Verdad que el MAS lleva dos décadas en el poder, pero también verdad que eso se arrastra desde el siglo pasado. Y es posible que también tengan parte de razón los que acusan al empresariado privado de nunca haber prestado ese servicio al país y haberse conformado con hacer negocios al calor del Estado, y es posible también que tengan parte de razón los que hoy señalan que no se puede competir con un Estado que quiere hacerlo todo y apenas logra hacer nada aparte de contratar diseños a estudio final carísimos.

Las próximas elecciones van de eso, de que rol quieren los bolivianos que juegue el Estado en la economía, pero sin duda, cada cual tendrá que explicar bien qué implicaciones tiene cada uno y para todos. Ahí va a estar una de las claves más allá de la destrucción total del contrario.


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