El lugar de China

El interés que despierta la celebración de su Año Nuevo es paralelo a la influencia que ha conquistado en el mundo

Este 29 de enero se celebra el Año Nuevo Chino, la festividad más relevante del calendario chino, celebrado en otros países del este de Asia, como Singapur y Corea del Sur y desde luego, por la influencia que ese país ha sabido atesorar en las últimas décadas, se ha convertido en un festejo que llama la atención también en todo el hemisferio occidental

Esta celebración tiene una connotación cultural importante como tradición, conmemorando a los antepasados en la más estricta unión familiar, así como desear los mejores augurios, fortuna, buena suerte y alejar a los malos espíritus en el año que comienza. Si en algún momento fue un festejo más modesto o familiar, por las propias condiciones del país se ha convertido ya en uno de esos festejos destinados a asombrar al mundo y hacer de alguna forma ostentación de su propio desarrollado, tantas veces infravalorado o directamente, denostado.

Esta festividad está basada en el calendario lunisolar tradicionalmente utilizado en China, basado en las fases del Sol y de la Luna. La celebración del Año Nuevo Chino data desde hace más de 3.000 años. Se inicia en la segunda luna nueva, después del Solsticio de Invierno, con una duración de quince días, marcando el final del invierno y un nuevo año en el calendario lunar.

Sí, el asunto tiene mucho de colorido, de curiosidad, de observación, pero basta fijarse en cómo ha ido abriéndose puertas y generando atención en todo el mundo para constatar que efectivamente, la nueva China “es otra cosa”.

Hace muchos años que el empuje de este país comunista a todos los efectos empezó a preocupar a las instituciones hegemónicas de occidente. Henry Kissinger en los 70 ya la colocó como prioridad, aunque defendía una cooperación basada en el reconocimiento mutuo, aunque solo fuera para distanciarla de la URSS.

Una de las estrategias seguidas para evitar esa pujanza fue esencialmente cultural: cuestionar su calidad, cuestionar sus modales – frente a otros modelos asiáticos -, y la industria del cine no tardó en sustituir a los malvados soviéticos por los malvados chinos. Sin embargo el capitalismo globalizado hizo lo que hace: llevar la producción allí donde es más barato, y así China no tardó en dar un salto sustancial en su calidad de vida a base de copiar primero y mejorar después, y aunque su arma secreta siempre ha sido la miseria salarial, la reinversión de los beneficios en servicios públicos de calidad y para todos ha logrado sacar de la extrema pobreza a cientos de millones de chinos que hoy aspiran a comer tres veces al día y sí, es una de las causas de la crisis mundial de los precios de los alimentos.

En los últimos meses hemos visto a occidente cerrar las puertas por las malas a los coches eléctricos chinos; tratar de cerrar TikTok; y esta misma semana su bot de Inteligencia Artificial ha descalabrado al gigante tecnológico Nvidia y otras muchas empresas que llevaban desarrollando la IA por un camino que en una semana ha quedado obsoleto. El cierre por seis horas de TikTok hizo que muchos estadounidenses se unieran a otras redes también chinas de uso local y constataran que aquel relato de la China pobre por comunista se había quedado en Hollywood.

El mundo está cambiando, y la batalla cultural tal vez no sea la más importante, pero de momento es la que se está librando. Trump ha puesto sobre la mesa sus intereses geoestratégicos y obviamente el gobierno chino no es una orden de caridad por mucho que su diplomacia Sur – Sur deje al margen las cuestiones más sensibles sobre los Derechos Humanos: América Latina es un continente rico en recursos naturales y enorme en dimensiones al que llevar su industria contaminante.

No se debería tratar de elegir un bando, sino de ser capaces de construir un proyecto común para todos los países que compartimos y hemos compartido tanto.


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