Sostener la autonomía regional

Se cumplen quince años del referéndum que abrió un proceso singular en el Gran Chaco y que sentó bases de convivencia en Tarija, pero que apenas se ha desarrollado

Este 6 de diciembre se cumplen 15 años desde que los habitantes de la provincia Gran Chaco optaron en un referéndum no exento de polémica por avanzar en un proceso autonómico único en Bolivia. El sí rotundo – un 80% dijo sí sobre los 60.000 votos emitidos – abrió un camino que se hizo espeso y difuso por momentos y que hoy se ha convertido en una suerte de pesadilla, pero que debería ser recordado en el marco de la institucionalidad, precisamente para retornar sobre los deseos y la voluntad del “estatuyente”, en este caso, y saber reconducir la deriva.

Aquel 6 de diciembre el país aún se debatía entre las emergencias constituyentes y los discursos incendiarios de la revolución moderada que impulso el masismo y donde todo era sustancial de ser cambiado. Tarija era uno de esos departamentos con tensiones históricas, a pesar de ser uno de los que más territorio había perdido hasta convertirlo en el más pequeño. La diversidad ecológica – altiplano, valles y chaco – no había impedido que se consolidara como departamento unitario, y la idiosincrasia autonomista, como mínimo heredada de la colonia – si no antes – cuando los jerarcas adjudicaban el territorio a voluntad sin que al final nadie se hiciera cargo, había dejado impronta en el pueblo, afecto a tomar sus decisiones.

El haber ligado la suerte de la Autonomía a los recursos petroleros comportan ahora una seria dificultad para sostenerse que obligan a reinventarse, no a renunciar

A esto se suma la singularidad chaqueña: un territorio agreste y olvidado durante años que se conectó al país para que los soldados fueran a la guerra con el Paraguay y que después fueron las petroleras las que definieron sus caminos a golpe de perforación hasta que el boom del gas la colocó definitivamente en el mapa.

Que Tarija y el Chaco reconocieran su singularidad compartiendo el pulso autonómico es seguramente el acuerdo político más importante para la estabilidad departamental de los últimos 50 años y quienes lo concibieron e implementaron deben ser reconocidos por su audacia, por mucho que después, y hasta hoy, extremistas de uno y otro lado utilicen el concepto para agredirse y seguir polarizando. El Chaco, el valle central y la zona alta conforman una unidad política a nivel país por mucho que las diferencias geográficas y vitales impliquen esfuerzos especiales para definir prioridades.

Sin embargo, pasados quince años desde aquel hito y ya ocho desde que el 20 de noviembre de 2016 con un 72,4% sobre 100.000 votantes aprobaran su texto de la Autonomía Regional, las cargas institucionales se siguen volcando en el 12 de agosto, fecha en la que se constituyó el Gran Chaco como provincia, lo que efectivamente parece un retroceso en las aspiraciones de autogobierno, algo que puede ser la clave.

La autonomía regional pretendía dejar atrás las viejas rencillas y empoderar a la institucionalidad del Chaco para planificar su futuro y distribuir los recursos, sin embargo, el Estatuto contiene varias “trampas” que han dificultado su implantación, como haber dividido todo en tres partes iguales, la falta de un verdadero ejecutivo regional y unos recursos globales que atiendan las necesidades comunes. A peor, el haber ligado la suerte de la Autonomía a los recursos petroleros comportan ahora una seria dificultad para sostenerse, pero es precisamente en ese desafío en el que la voluntad debe prevalecer. No hay nada escrito en piedra, toca ser creativos y realistas, toca asumir responsabilidades, toca volver a la esencia.


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