Los bancos y la desconfianza

Poner en riesgo la confianza en el sistema puede acabar dando muchos disgustos al conjunto de la ciudadanía, que por cierto, nunca esperó demasiado de sus bancos

El asunto ha tardado varios meses en estallar, pero los ahorristas en dólares han llegado al límite de su paciencia y alguien debería ponerle atención a un tema que no solo tiene un perfil social importante, sino que puede ser la mecha que conecte la desconfianza con el sistema financiero y todo acabe en desastre.

Por partes, Bolivia vive un “corralito” de facto, pues hace meses que los bancos limitan o directamente niegan la posibilidad de convertir bolivianos en dólares al tipo de cambio oficial e incluso se han registrado denuncias de personas a las que se les ha negado la posibilidad de abrir cuentas en esa moneda. Hasta ahí más o menos se podía entender, aunque los prejuicios eran importantes, pues muchas empresas y emprendedores empezaron a tener problemas con sus proveedores puntuales o servicios eventuales que se pagaban en dólares, aunque desde cuentas en bolivianos.

La crisis ha servido también para revelar roles, por ejemplo, la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (ASFI) no ha dudado en ponerse del lado de los bancos en esta aventura

El problema dio un salto cuando a los bolivianos que habían depositado sus recursos en dólares en cuentas del sistema financiero nacional empezaron a tener los mismos problemas para pagos de servicios, y mucho más cuando se encontraron con la imposibilidad de retirar ese dinero en sus billetes originales, ni con plazo, ni nunca.

Esta restricción perjudica a las empresas que necesitan comprar en dólares para mantener su actividad, por lo que pone en riesgo muchos puestos de trabajo, pero además destruye por completo la confianza en el sistema financiero nacional y ya son muchas las voces que se suman a la recomendación de sacar los recursos y guardarlos bajo el colchón, algo que tendrá sus consecuencias en la economía popular al restringirse el crédito y congelar la actividad económica: más desempleo, más escasez y quién sabe qué más.

La crisis ha servido también para revelar roles, por ejemplo, la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (ASFI) no ha dudado en ponerse del lado de los bancos en esta aventura confiscatoria y ha armado y validado la maraña legal, que seguramente un Tribunal independiente declararía ilegal, eso sí, luego de años de batalla jurídica contra el poder económico mismo.

El asunto es complejo pero las soluciones son lentas. Es verdad que la causa está plenamente identificada, pues desde la caída de producción de hidrocarburos y el fin de los contratos de exportación, los dólares no llegan, y es una responsabilidad de este gobierno y el anterior, que ni industrializaron lo que había ni se esmeraron en encontrar nuevas reservas con un plan propio, sino que lo dejaron todo en manos de privados otorgando “incentivos”. También son responsables de no haber desarrollado el litio y haberse dormido con otros sectores.

No se trata solo de la subvención a los hidrocarburos, ni se trata de acudir al préstamo del FMI ni de tapar huecos sosteniendo la actividad con otros créditos internacionales en dólares. Poner en riesgo la confianza en el sistema puede acabar dando muchos disgustos al conjunto de la ciudadanía, que por cierto, nunca esperó demasiado de sus bancos.


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