Por qué migramos

Hay gente en el hemisferio norte que todavía se pregunta por qué migra la gente, por qué está dispuesta a largas travesías en condiciones infrahumanas, sin garantías y con muchos riesgos

Uno de los grandes discursos movilizadores de la campaña de Donald Trump ha sido el discurso contra la inmigración, un discurso que también ha vuelto a germinar en Europa con mucha fuerza no solo entre los partidos de extrema derecha, sino también entre conservadores clásicos e izquierdas nacionalistas, aunque con algunos matices en los planteamientos.

El discurso de Trump ha sido tan fuerte que incluso ha ganado entre los migrantes, algo que tiene diferentes puntos de vista para el análisis y que por lo general se vincula a un sentido individualista sobre la protección de los derechos adquiridos, pero también a la necesidad de crear sujetos enemigos, por lo general, por debajo del propio nivel socioeconómico. Si alguna vez alguien que intentaba salir del discurso izquierda – derecha decía que esto era una batalla “de los de abajo contra los de arriba”, ahora parece resumirse en ser una batalla de los de “abajo con los de más abajo”.

La desigualdad entre países sigue siendo enorme y lo seguirá siendo mientras no haya enfoques holísticos que protejan a las personas por encima de los recursos

Hay un enfoque por lo general poco asumido, pero seguramente más válido que los de las conspiraciones del “gran reemplazo” y similares: Una inmigración masiva e ilegal que se asienta en el país acaba convirtiéndose en mano de obra barata, más barata que cualquier otra, y eso acaba por destruir las mínimas conquistas laborales que aún se mantienen. Eso le ha sumado a Trump, quien se ha comprometido a proteger lo nacional por encima de todo, mientras que en Europa está generando otras corrientes con tintes violentos e impacto político a gran escala: la Unión Europea, otrora paladín de los derechos humanos, los refugiados y el libre tránsito, hoy mantiene enfoques militares para proteger la frontera sur y ha pactado reformas migratorias muy restrictivas cuando, en paralelo, la demanda de mano de obra barata para cubrir empleos de baja cualificación y asistenciales sigue creciendo.

Es en esa suma de factores y en esa contradicción tan fuerte entre el miedo y la necesidad donde nace el esperpento que multiplican las redes sociales: odiar al diferente y buscar culpables: la ola xenófoba en Argentina hacia los bolivianos ha vuelto a repuntar y la propia ministra de Seguridad suele promocionar con ahínco cualquier hecho que afecte “a bolivianos” con invitaciones a la expulsión incluidos.

Y es que, aunque parezca increíble, hay gente en el hemisferio norte que todavía se pregunta por qué migra la gente, por qué está dispuesta a largas travesías en condiciones infrahumanas, sin garantías y con muchos riesgos. Se preguntan qué es lo que buscan en territorios donde la opulencia es norma, pero también donde los derechos están resguardados. Ni cómo explicar que los que migran ni siquiera son los más pobres de esas sociedades.

La desigualdad entre países sigue siendo enorme y lo seguirá siendo mientras no haya enfoques holísticos que protejan a las personas por encima de los recursos naturales, donde la “inversión extranjera directa” no sea la versión moderna de la colonia y donde la igualdad de oportunidades no se verse desde arriba, sino desde abajo.


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