La austeridad tarijeña y el servicio incondicional
Después de años de crisis, recortes y austeridad, con la inversión pública paralizada y sin más margen, la ayuda nacional sigue sin llegar y no hay margen para reformas
Tarija lleva en crisis más tiempo que ningún otro departamento y fue la primera señal de alarma seria en un sistema que nunca fue tal, pero que cosechó lisonjas entre los principales organismos multilaterales del mundo occidental, de la Cepal al Fondo Monetario Internacional.
Tarija no era un síntoma de lo que le venía al país si no tomaba medidas, sino una simulación a escala en tiempo real: Los ingresos del gas se hundían progresivamente y en todo el departamento se habían comprometido tal cantidad de obras y se habían engordado tanto todas las estructuras públicas, de las subgobernaciones al Sedeca pasando por la ALDT, que el desastre pintaba épico. Entrar en profundidad era aún peor: salvo unas pocas infraestructuras de riego, muchas sin terminar en los componentes esenciales, la mayoría eran inversiones destinadas al placer y la impostura, y no decimos que un mercado no fuese importante, pero lo es menos si no tiene qué vender. Era 2016 cuando la gobernación de Adrián Oliva pidió el primer plan de rescate porque el barril de petróleo había bajado de 100 dólares a 30 en 15 meses y las regalías, igual.
Es difícil que nadie en este ciclo político internacional pretenda equilibrar las cuentas por el ingreso apelando exclusivamente al ingreso tributario
En la esencia es lo mismo que le está pasando al Estado en los últimos años: sin gas que vender no entran dólares, y sin dólares, ni las estructuras funcionan ni las inversiones se contemplan, que a su vez es más gente sin trabajo y sin posibilidades de negocio.
En la solución, las autoridades responsables hicieron lo que se esperaba y se suponía estaba en el manual. La gobernación de Adrián Oliva entró con la tijera a finiquitar obras y reducir plantillas y la de Óscar Montes, después de la pandemia, directamente con el machete, liquidando instituciones de un hachazo y metiendo toda obra o licitación en la congeladora.
Austeridad, recortes, y más austeridad y más recortes y facilidades para emprender, que es lo que básicamente se le pide al Gobierno de hoy, poco afecto a reducir sus estructuras, pero al que no le ha quedado otra que reducir su volumen de inversión pública porque, evidentemente, no hay recursos que invertir.
En Tarija el plan de la austeridad y el recorte no ha funcionado, al contrario, la institución hoy es un ente sin competencias claras ni demasiado propósito que tal vez conviene mantenerla en servicios mínimos, como ha decretado el gobernador, que pretender hacer cosas insostenibles. Sin embargo, eso no puede pasar con el gobierno del Estado, que sigue siendo el gran responsable de la administración de los principales servicios, como la salud, la educación, la justicia y la seguridad nacional.
Es difícil que nadie en este ciclo político internacional pretenda equilibrar las cuentas por el ingreso apelando exclusivamente al ingreso tributario, ni siquiera con una reforma fiscal de calado que grabe a los más ricos y también se está haciendo cada vez más difícil explicar que la salida puede estar en la explotación soberana de los recursos naturales, sobre todo si incluso los que se supone defienden esa estrategia hacen cola para rogar a empresas extranjeras que vengan a hacernos favores asumiendo el riesgo.
Tarija es buen ejemplo de lo que se supone había que hacer, pero es objetivo que no ha dado los resultados esperados y que necesita de una ayuda externa que debería venir sin más condicionamientos después de años de servicio incondicional. De momento sigue tardando.