Día del Maestro: tiempo de cambiar
Es preciso que el Estado ponga la Educación en el centro de las prioridades, algo que se hace con recursos, no con discursos ni agasajos.
Hoy se conmemora el Día del Maestro Boliviano, sin duda una iniciativa conmovedora que, en función del contexto político y social, ha ido oscilando entre la reivindicación y el agasajo puro y duro.
La iniciativa, en 1924, fue de Bautista Saavedra, tal vez el primer presidente conscientemente populista desde la perspectiva nacionalista que arengó las masas populares para tratar de controlar a las élites paceñas. La educación, sabía, era clave en su proyecto hegemónico y los maestros uno de los gremios más organizados y poderosos del país, los socios esenciales.
El mismo esquema lo han seguido los siguientes gobiernos nacionales, que en el país siempre han estado transversalmente atravesados por el discurso emenerrista y el troskista y tal vez por eso, por el acelerado reconocimiento y el poder del gremio, se han dejado de lados las reformas más que necesarias en un sistema arcaico y anticuado.
Las condiciones de los maestros han mejorado, pero no se refleja en los resultados de los estudiantes
Lo cierto es que cada vez hay más agasajo y menos reforma. En las dos décadas de Gobierno del MAS, las relaciones entre el Ministerio y las Federaciones del Magisterio han atravesado diferentes etapas e intensidades en su relacionamiento. Se esperó con mucha expectativa la promulgación de una nueva ley de Educación y, a la fecha, hay un consenso amplio de que la Avelino Siñani se quedó más en gestos políticos muy ideologizados sin contenido real ni incorporación profunda a la malla. Todo una ensalada de proclamas, indigenismo y algunos aspectos de la educación en valores y que por tanto, no fue lo ambiciosa que debiera haber sido para convertirse, de verdad, en la palanca que lograra sacar a Bolivia de la pobreza. Basta con revisar los porcentajes del presupuesto que se dedican al área para entenderlo.
Desde entonces las movilizaciones del Magisterio han tenido que ver con sus propias garantías, como los asuntos de salarios, ítems y jubilaciones, sustancialmente mejorados en la última década y no así con la ambición de lograr una verdadera revolución en la educación, frustrada con el texto final de la Ley. A más, cada reforma que se plantea, así sea una pequeña actualización de la malla curricular, es combatida hasta el extremo.
En este tiempo han mejorado los salarios y los maestros ya no tienen que trabajar triple turno para sostener a la familia. Han mejorado y mucho las infraestructuras escolares que permiten acoger con más comodidad a los alumnos, esencial para el proceso de enseñanza aprendizaje y ha contribuido también a homogeneizar la demanda y el acceso en barrios. Han mejorado también las posibilidades formativas de los maestros, con más oferta y más exigencia, aunque nada de esto se vea reflejado en el nivel de los estudiantes.
Siguen faltando aspectos básicos, como el reconocimiento real del trabajo educativo, que va más allá del agasajo, y recuperar los hábitos del respeto y veneración al maestro, tantas veces cuestionados en esta sociedad hedonista y sobreprotectora del siglo XXI, cuyos efectos sobre los actuales alumnos son aún desconocidos.
El 6 de junio es un buen momento para poner en valor el trabajo de estos profesionales y reflexionar también sobre el papel de los padres y alumnos en el proceso educativo. Es preciso que el Estado ponga la Educación en el centro de las prioridades, algo que se hace con recursos, no con discursos ni agasajos.