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El olvido de la nacionalización

Los que criticaron cualquier iniciativa y los que olvidaron para qué se había nacionalizado el gas nos llevaron a la situación actual: sin reservas, sin industria, sin contratos y sin plata

Ayer se cumplió un nuevo aniversario de la III Nacionalización de los Hidrocarburos en Bolivia, la de 2006, ya bajo la presidencia de Evo Morales y con Andrés Soliz Rada a los mandos del Ministerio de Hidrocarburos. El 18 aniversario de un acto que se presta a todo tipo de exageraciones de uno y otro lado, pero que sin duda constituye el evento central de la política de los sucesivos gobiernos del Movimiento Al Socialismo.

Hay quienes le restan importancia al momento porque consideran que fue el referéndum anterior y la Ley de Hidrocarburos la que garantizó un mayor acceso a la renta petrolera, pero lo cierto es que más allá del origen de la “bonanza”, el tempo transcurrido de aquellos años y la situación actual permite identificar algunos aciertos y los muchos errores que se han cometido en el manejo de un sector que es algo más que estratégico para Bolivia.

Quien más quien menos estima unos 60.000 millones de dólares recibidos durante este periodo en el Tesoro General de la Nación, un monto que en una pequeñísima proporción se entregó a las gobernaciones en concepto de regalías y a los municipios y universidades en concepto de IDH, pero que, sobre todo, administró el Gobierno Central.

Como la memoria es un recurso escaso, los más críticos aducen que “no se ha hecho nada” y que la plata se despilfarró, pero en honor de la verdad, los indicadores actuales y los de hace veinte años no aguantan comparación: Moodys y todas las agencias de calificación – que en su momento no predijeron el hundimiento del Lehman Brothers en sus mismas narices pero a las que seguimos recurriendo como fuente de credibilidad – nos tienen al borde del bono basura en estos momentos aunque alguna vez estuvimos seis o siete peldaños por encima, pero hace 20 años ni siquiera se tomaban el tiempo para calificarnos. Bolivia era simplemente un país del tercer mundo viviendo de limosnas.

En Tarija aun recordamos que llegar a La Paz costaba un día entero y a Yacuiba, apenas 200 kilómetros, podía costar hasta 14 a poco que encallara o se encontraran un par de torpes choferes en el Tapecua, y de que se ha hecho alguna cosa dan cuenta los millares de carteles conmemorativos y alusivos a centenares de obras inconexas esparcidas por todo el territorio nacional y que sirvieron para nutrir de argumentos el “proceso de cambio”, hasta que se convirtió en trampa.

El gas no se ha esfumado y no es mala suerte que no se hayan encontrado nuevas reservas, sino que todo es consecuencia de determinadas decisiones políticas que hoy han dejado estas consecuencias. Los precios fueron favorables, pero la plata hacía falta para fortalecer YPFB para poder abordar la cadena completa autónomamente y no depender de terceros, porque es también evidente que aquella estrategia de “socios y no patrones” con la que Antonio Brufau engatusó a Evo Morales para que Repsol y el resto siguieran operando lo que ya tenían y se libraran de compromisos para explorar fue también un desastre, como lo fue también no acelerar la industrialización del gas en petroquímica de plástico y de agroindustria, guardando una reserva estratégica para su sostenimiento.

Recordar la nacionalización hoy debe conllevar un profundo acto de reflexión y cada cual debería asumir su responsabilidad. Quienes nunca creyeron en el país la pasaron criticando cualquier iniciativa diferente a exportar sin límites o a no someterse a las directrices de las transnacionales, posiciones a las que el gobierno se acabó alineando olvidando que lo importante de la nacionalización era ser soberanos y sostenibles y no tener plata para campañas, y así estamos hoy: Sin reservas, sin contratos, sin industria y sin plata.

Ojalá aprendamos para la siguiente, aunque tal como va la discusión con el litio, parece que no lo haremos.


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