El 45% de nada

La solución para el desarrollo de Tarija y sus provincias en conjunto no pasa por seguir haciendo porciones de presupuesto más pequeñas, sino de sumar fuerzas

Agitar el fantasma del 45% es un recurso recurrente en ciertos foros políticos tanto del valle central de Tarija como del Chaco. Unos suelen apostar por revisarlo, los otros por protegerlo ante una amenaza muchas veces inexistente. Al final resulta ser carnada para agitar una base sedienta de enemigos con los que pelear.

Pronto hablaremos del 45% de nada: las regalías en Tarija caen en picado desde hace años y no hay campos nuevos de entidad ni son significativos aquellos proyectos de recuperación secundaria, que, literalmente, consisten en rebañar la olla en busca de alguna riqueza.

Urge construir otra institucionalidad sostenible, pues de poco serviría cambiar las reglas para seguir jugando a lo mismo.

Las causas del fracaso en la política gasífera son múltiples y su análisis debe ser arduo, pero en líneas generales hay consenso en señalar que la estrategia de captar “socios y no patrones” que vinieran a Bolivia a buscar gas y petróleo corriendo con todo el riesgo en caso de fracaso ha sido errónea. Claro que para unos el problema es que el Estado quería ganar demasiado en impuestos y por ello no han llegado más transnacionales y para otros, el problema es que YPFB no ha asumido su función en la cadena de la misma forma que la han asumido las empresas estatales en casi todos los países del mundo que se dedican al rubro.

Hay más consideraciones, como que nunca se pudieron abrir nuevos mercados de exportación más allá de los grandes vecinos por ducto, o como que la industrialización siempre fue tarde y mal, en parte porque se torpedeó, en parte porque ni los “revolucionarios” del MAS se creyeron que aquella transformación soberana podía ser posible, con lo fácil que era poner la mano para cobrar sin hacer básicamente nada más que tener la suerte de que este pedazo de tierra sea Bolivia.

Ligar el desarrollo a la suerte de unos ingresos absolutamente incontrolables, como los que dependen de la cotización del petróleo en la bolsa de Nueva York siempre ha sido un despropósito. Construir la institucionalidad autonómica sobre esos ingresos volubles ha sido una inconsciencia. Urge por lo tanto construir otra institucionalidad sostenible, pero de poco serviría cambiar las reglas del mismo juego a mitad de la partida para seguir jugando a lo mismo.

Tarija ha sido el departamento más rico del país en cuanto a ingresos departamentales, que no en el global de la inversión pública nacional que ha sido escasa a pesar de que la misma se ha nutrido de los dólares que manaban de estas entrañas. Aún así, y siendo el departamento más chico, su desarrollo no ha sido ni suficiente, ni armónico.

Tarija tiene un Pacto Fiscal departamental que consistía en entregar el 45% de los recursos de regalías a la región chaqueña, un acuerdo que se cimentó tomando en cuenta su territorio y su población hace ya más de tres décadas. Sin embargo, el hecho de no ligar las inversiones a un plan compartido más bien, cuartearlo en pequeñas parcelas municipales en el caso del Chaco, no ha motivado ningún cambio sustancial, sino apenas la supervivencia en una de las regiones con más necesidades de Bolivia.

La solución para el desarrollo de Tarija y sus provincias en conjunto no pasa por seguir haciendo porciones de presupuesto más pequeñas, sino de sumar fuerzas para exigir una financiación suficiente para las competencias transferidas y una inversión mayor. Distribuir un 45% de algo que pronto será nada, sin duda, no es abordar el problema, sino patearlo.


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