Las pesadillas de la pandemia

Si alguien albergaba la esperanza de que la pandemia sirviera como palanca para mejorar el servicio de salud, deberá vivir con la decepción

La pandemia del Covid dejó al descubierto todas las carencias de nuestro sistema de salud. Si nunca hubo un sistema de protección medianamente decente, 2020 erigió la kermés como fuente principal de financiación y la oración como camino de esperanza. El retorno de la emergencia, que es inminente, nos encuentra más o menos igual.

La pandemia hizo estragos a todos los niveles. Para el recuerdo de la vergüenza quedarán siempre aquellas primeras reacciones del personal de salud en aquellos hospitales de Santa Cruz donde se atrincheraron para exigir que los pacientes con Covid no fueran tratados en su centro, o en Tarija donde casi faltó tiempo para elevar críticas porque el primer afectado había sido aceptado en una conocida clínica.

Después vino todo lo demás. La pandemia evidenció que se llevaban años construyendo edificios y no formando médicos; que las camas de Terapia Intensiva estaban ahí más de nombre que de efecto; que demasiados médicos ocupaban sus plazas para no jubilarse y renunciar a sus jugosos sueldos, y, además, que las clínicas privadas son estrictamente un negocio, sin corazón, sin responsabilidad.

Fue triste conocer a miles de familiares peregrinando en busca de oxígeno, medicamentos, insumos elementales para que se pudiera atender a sus enfermos con un mínimo de garantías.

Fue triste comprobar cómo los Seguros y las Cajas de Salud se ponían de perfil y no atendían ni siquiera a sus asegurados hasta que la presión social pudo con ellos.

Hubo momentos por demás surrealistas: El mismo gobierno que obligaba a cuarentenas salvajes auguraba permanentemente el final de una pandemia que no llegaba nunca y hacía campaña con insumos, laboratorios, camas UTI y otras cosas que nunca llegaban. Lo mismo después con las vacunas.

Unos y otros cayeron en la trampa de la política, de presentarse como los salvadores por encima de la situación real, lo que contribuyó a minimizar su impacto y también a negar víctimas y casos. El número de decesos reportados es cuatro veces inferior al oficial de decesos inscritos en el registro civil.

Si alguien albergaba la esperanza de que la pandemia sirviera como palanca para mejorar el servicio de salud en el país en los años siguientes, lamentablemente, deberá vivir con la decepción. El Sistema Único de Salud implementado con fines electorales apenas un año antes de la irrupción de la pandemia se mostró insuficiente y, esencialmente, no ha cambiado la forma de gestionar la salud, que sigue teniendo un concepto de sanidad privada y como servicio y no así el de un derecho universal y nacional.

El país tiene pendiente una profunda reflexión sobre esto, la necesidad de unificar un sistema y dotarlo de mayores garantías; una reflexión sobre el rol que deben desarrollar las cajas y cómo se puede evitar que haya ciudadanos de primera y de segunda, sobre todo cuando son las instituciones púbicas las que financian las cajas cada vez más privadas. Es necesario fortalecer la atención primaria y sin duda, aprender a usar un sistema público; aprender a cuidar la salud a largo plazo y huir de las ansiedades que, normalmente, acaban dilapidando recursos. Los bolivianos merecemos una salud mejor. Trabajemos en 2024 para ello.


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